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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La autonomía de un distrito 'federal'

AL CELEBRARSE el primer aniversario de la aprobación del Estatuto de Autonomía de la Comunidad de Madrid se puede comprobar la discreción borrosa de la nueva e insólita institución. Con una capitalidad estatal que sigue originando un fuerte movimiento centrípeto, un ayuntamiento muy operativo y hasta espectacular, y con una población movediza, la comunidad autónoma tiene que inventarse prácticamente unas funciones y disputar otras ya establecidas para poderse identificar de una manera distinta a como los siglos pasados la han identificado: en su calificación de villa y corte. Cabe hoy preguntarse una vez más si esto era necesario y si una nueva constitución de Madrid de una manera parecida a lo que en otros países es un distrito federal (aunque España no sea un país federal) no habría resultado algo más acorde con la realidad.En este caso la operación ha sido la inversa a la de las nacionalidades históricas: si en ellas la autonomía ha emanado de un ambición popular, en Madrid hay que trabajar para que la suya llegue a ser "una autonomía como las demás"; para lo cual, añade el propio presidente Leguina, están trabajando las instituciones. La proclama del mismo Leguina, con ocasión del aniversdario autonómico, indica una comprensión seria del problema. La capital de España sigue siendo de aluvión, y es de veras un crisol, apelación ya clásica de esta ciudad, en continua formación por personas "de los más diversos orígenes geográfico?. Destaca por eso la vocación de que su autonomía no se constituya contra nadie y la renuncia al agravio o a victimismo alguno". Función esencial de la auotriomía madrileña sería tratar con los representantes de otros podertes autonómicos para disipar la idea de que los ciudadanos de Madrid constituyen una casta de la que haya que desconfiar. Se trataría de evitar que los justificados recelos que mantienen las autonomías con respecto a la fuerza centrípeta que ejerce la capital se traspasen a la condición de ciudad y a la de los ciudadanos de Madrid.

Es inevitable que una población que se aproxima a los cinco millones de habitantes -si no los ha sobrepasado ya fuera de los censos oficiales- se convierta, albergue o no un Gobierno central y una jefatura de Estado, en un dentro de atracción y también en un centro de irradiación. Es una fuerza casi fisica, de masa de gravedad. Lo que atraen Madrid o Barcelona, en tanto que comunidades de población enorme, es muchas veces lo problemático, lo que no encuentra posibilidad de realización en zonas o ciudades donde la crisis económica es mayor. Hay una posibilidad de que esta aportación de crisis de los otros pueda arruinar a la comunidad madrileña, que no quiere rechazar -ni debe, ni puede- esta grave responsabilidad. Pero también atraen estas grandes urbes a quienes necesitan un ámbito grande y desprejuiciado para tratar de aportar otras formas de riqueza, de pensamiento y material: los que necesitan un sistema abierto, como es y tiene que seguir siendo el madrileño o el barcelonés, por el simple hecho de una acumulación histórica y geográfica. Sería inútil esta recepción y este servicio que puede prestar Madrid-ciudad si se le negara, restringiera o redujese su otra capacidad nacional, que es la de la irradiación. Irradiación igualmente necesaria en el caso de la capitalidad de Cataluña y últimamente mermada probablemente por la política instrumentada desde el gobierno autónomo de la Generalitat.

En el caso de Madrid parece que su negación a un nacionalismo que sería ridículo -el madrileñismo es otra cosa: es una expresión cultural e histórica que no hay por qué abandonar- tendrá que completarse con una capacidad de irradiación, y una de las labores más importantes que podría tener su institución sería la de relacionarse con otras autonomías y con los pueblos de esas autonomías. Para explicar suficientemente la verdadera personalidad de Madrid y deslindar los agravios o las suspicacias políticas que cada uno pueda tener contra la superposición de la capitalidad del Estado de la verdadera naturaleza de la ciudad y de sus ciudadanos, que no son específicamente madrileños. Que la utilidad de Madrid a lo largo de los siglos como capitalidad del Estado, no se embote, ni se haga provinciana, ni competitiva de las otras autonomías. Algo bastante complicado después del inconcebible marco jurídico del que se la ha dotado que, por comparación, le convierten en un distrito federal -o su equivalente- más grande que los mayores del mundo -Australia o Brasil- Cosas veredes.

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