El pacifismo en los países del Este / y 2
Víctima de una situación asfixiante desde el fin de la primavera de Praga, Checoslovaquia no vio la eclosión del movimiento pacifista hasta junio de 1983, con ocasión del Congreso para la paz, organizado por una organización oficial que invitó a miembros del pacifismo occidental. El día de la clausura, 400 personas se manifestaron en el centro de la capital gritando "Paz y libertad" y "Abajo las armas".En esta ocasión, miembros del británico Comité para, el Desarme Nuclear se entrevistaron con miembros de la Carta 77, lo que permitió clarificar la posición de la perseguida disidencia checa sobre la cuestión del desarme. Una corriente, representada por el historiador Vaclav Racek, estima que no puede haber movimiento en favor de la paz sin derechos democráticos.
Esta tesis afirma que el pacifismo occidental, que centra su combate en la lucha contra los misiles norteamericanos, hace el juego al totalitarismo soviético (1).
Paz y cambio político
Otra corriente, más matizada que aglutina a gran parte del VONS (Karel Bartosek, Jiri Dientsbier) se siente solidaria de los pacifistas occidentales (2), cuya cooperación con el movimiento democrático en el Este podría, según ellos, liberar a Europa de la confrontación de armas nucleares y de la división en dos bloques. La opinión de que la lucha por la paz se relaciona con un cambio geopolítico está presente en el pensamiento de muchos intelectuales checos. Bartosek propone una Europa neutralizada con la salida de las alianzas militares, y Jiri Hochmann, como muchos más, contempla la idea de una confederación de su país con Austria para formar un Estado "neutral y democráticamente socialista".
Inmersa en una tormenta social desde el verano de 1980, Polonia no se ha planteado en profundidad la cuestión pacifista, a pesar de la latente amenaza de intervención por parte del Pacto de Varsovia y de haber sufrido un golpe de Estado en diciembre de 1981.
El Congreso de Solidaridad (septiembre -octubre de 1981) mencionó el tema como problema común a todos los países del Este, pero no lo incluyó en las 37 tesis que configuraron su programa de actuación.
En la clandestinidad, el odio hacia la URSS condujo una corriente del sindicato (3) a censurar a quienes critican la política militarista de Reagan, mientras otro sector, principalmente el Comité de Autodefensa Social (KOS), que mantiene contactos con el pacifismo alemán occidental, condena la carrera armamentística de los dos bloques. Ambas corrientes denuncian el armamento de la OTAN apuntado hacia suelo polaco y la potencia militar del Pacto de Varsovia, sustentada sobre "la miseria creciente y la opresión de millones de personas".
Instrumentalización
Junto a este movimiento autónomo, el poder ha instrumentado en cada país unas organizaciones pacifistas que cuentan con la adhesión de millones de personas, según sus responsables, en una clara manifestación de hipocresía que condena el armamento ajeno para presentar los propios instrumentos de muerte como una garantía de paz. Reagan hace lo mismo en Estados Unidos, presentando la realización de las metas pacifistas como el camino más rápido hacia la guerra nuclear.
"Agentes del imperialismo" en Moscú y "financiados por el comunismo" en la República Federal de Alemania son, en ambos casos, enemigos que hay que combatir según los patrones de la represión vigentes en cada bloque. Mientras el agarrotamiento del socialismo real obliga a cortar de raíz cualquier manifestación de discrepancia, la mayor sutileza del dominio capitalista permite la expresión del descontento como una manifestación más de su poderío. Pero la clemencia del Estado dura siempre que no deba modificar sus planes. El ministro británico de Defensa advierte que se disparará si los manifestantes ponen en peligro el normal funcionamiento de las bases de euromisiles y, de vez en cuando, como recientemente en Bilbao y Barcelona, se rompen algunas cabezas para dejar sentado el principio de autoridad.
El pacifismo, que implica en primer lugar luchar contra el derroche militar del país donde uno vive, representa en la actualidad la alternativa más urgente frente a la degradación suicida del planeta.
Según el Instituto Internacional de Investigación sobre la Paz de Oslo, el esfuerzo militar suponía, en 1980, el 40% del producto bruto mundial. Esta preponderancia de las armas permite la sujeción por el terror militar de numerosos Países del planeta y no puede desIindarse de la persistencia de una crisis económica mundial que degrada cada vez más la calidad de vida de las poblaciones. Cien mil personas agonizan diariamente de hambre mientras la humanidad coquetea con el suicidio colectivo.
Ante este panorama, las acciones de pacifismo radical (rechazo del servicio militar, boicoteo de la investigación y producción de material bélico) se convierten en actos de legítima defensa. "¿Queréis sobrevivir? Entonces, rebelaos. Aquí y ahora", advierte Hans A. Pestallozzi (4), uno de los militares de alta graduación que han cuestionado en los últimos años el papel del ejército en la sociedad. La concreción de esta admonición dependerá en gran parte de la conjunción entre el movimiento para la paz en Occidente con el movimiento por la democracia y los derechos humanos en el Este (5). Pero, ante el largo camino que todavía deberá recorrerse para la consecución de estos objetivos, las noticias sobre el movimiento pacifista en Europa del Este son reconfortantes.
es publicista, editor y sociólogo francés.
1. Carta de V. Racek a Edward P. Thompson, LA hernative, noviembre-diciembre 1983.
2. Misiva de Jiri Dienstbier al Congreso pacifista de Berlín Occidental, mayo 1983.
3. Boletín de información de Solidaridad en el extranjero nº 55, febrero 1983, París.
4. Autor de Paz en Alemania, Golmand Verlag, Múnich, 1982. Fue comandante del Ejército suizo. También han adoptado posiciones pacifistas Nino Pasti, ex vicecomandante de la OTAN; Gerd Bastian, ex general alemán, y F. Sanguinetti, ex almirante francés.
5. E. P. Thompson, Le Monde Diplomatique, junio 1981, París.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.