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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Evaluación y tendencias de la economía española / 1

Si hubiera que empezar por lo positivo, podría mencionarse antes que nada que, según el cálculo del INE, el PIB creció a lo largo de 1983 un 2%; que la inflación se situó en un 12,2% en términos de IPC, y que el desempleo, en apariencia, ralentizó su aumento. Habría de agregarse que el déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos se vio sustancialmente reducido, quedando en torno a los 2.500 millones de dólares. En suma, se creció más que en 1982 (1,1%), los precios subieron algo menos (14,4% en 1982), hubo mejorías considerables en el frente exterior, y se produjo flexión óptica en la tendencia del paro.Sin embargo, para matizar las observaciones anteriores habrá de recordarse que 2/3 del crecimiento del PIB en 1983 fue imputable a las exportaciones, que tuvieron el viento de popa de una depreciación de la peseta de casi un 30% entre principios de diciembre de 1982 y finales de 1983. Por lo cual cabe preguntarse si un impulso tan polarizado podrá mantenerse a lo largo de los próximos meses, con tasas de depreciación de nuestra moneda que ya no podrán situarse en las cotas de 1,983.

En cuanto a la tasa inflacionista del 12,2%, aunque aparentemente satisfactoria para los monetaristas, encubre la circunstancia de que el diferencial con el exterior prácticamente se mantiene. Aparte de que ya en octubre-diciembre de 1983 las tensiones de precios mostraron lo endeble de una lucha contra la inflación, que se centra casi exclusivamente en el manejo de las disponibilidades líquidas y en la moderación salarial, y que está a la intemperie respecto de otros muchos fenómenos, entre ellos los altos tipos de interés derivados de la financiación del déficit público, los controles de oferta, el propio cambio día a día de la peseta,etcétera. Todo ello por no entrar en el tema de la creciente obsolescencia del IPC como medidor, sin olvidar que reducir la inflación tampoco es un bien per se, sino que es algo a contemplar computando el coste en términos de desempleo, con lo cual el éxito empalidece inevitablemente.

Lo más negativo

Lo del paro es quizá -para la mayoría- el primer problema. Y la verdad es que los resultados son más bien pobres a poco que se analicen los datos en profundidad. Resulta que en 1983 el número de parados creció en casi 200.000, correspondientes 90.000 a destrucción de puestos de trabajo, y 110.000, a trabajadores en busca de su primer empleo. Las cifras de esas tres mismas categorías en el año 1982 fueron 247.000, 122.000 y 125.000, respectivamente. Y de esa comparación de un año para otro se ha hecho valer, desde los medios oficiales, que ha habido una importante caída en la destrucción de empleo. Aseveración ciertamente dudosa si se considera que a lo largo de 1983 se crearon 80.000 puestos de trabajo en la Administración pública (servicios centrales, organismos autónomos, comunidades, ayuntamientos), de tal modo que en términos brutos la destrucción de empleo habrá sido en 1983 del orden de 170.000. Y aparte de que la creación de empleo en la Administración no parece haber contribuido a una mejora del bienestar social (pues más que verdadera generación de renta, lo que hace es ampliar el déficil presupuestario), lo cierto es que en 1984 no cabe esperar nuevos puestos de trabajo de ese tipo en un número mínimamente comparable.

Por lo demás, las cifras en enero de 1981 son sencillamente terroríficas: un aumento de 90.000 personas en el paro (con destrucción de 78.000 puestos de trabajo), que lleva el desempleo total al equivalente al 18,41% de la población activa. El nivel más alto de desocupación de Europa, verdadera lacra nacional por mucho que pretenda minimizarse con hipótesis sobre el trabajo sumergido. Y el corolario está ahí: en estas condiciones, cuando en sólo 14 meses de Gobierno PSOE van 290.000 parados más y 163.000 puestos de trabajo destruidos, pensar que se crearán para 1986 800.000 nuevos empleos (ahora tendrían que ser ya 963.000 para compensar los desaparecidos) empieza a parecer pura quimera. Del lado también negativo del balance económico español de 1983 habría que anotar, desde el punto de vista de generación del PIB, la baja demanda de bienes de equipo, el descenso (nada menos que en un 2%) de la actividad en el sector de la construcción, la caída de la formación bruta de capital fijo -la palanca del desarrollo- en un 2,5%.

Todo lo cual comporta situaciones de atraso tecnológico e incertidumbre sobre el futuro de las industrias e infraestructuras básicas, que acentúan las incógnitas de grandes, medianas y pequeñas empresas.

Consignas monetaristas por doquier

Pero, con todo, donde radica uno de los peores problemas que nos trajeron las noticias económicas sobre 1983 es en el déficit presupuestario, que seguramente se liquidará con una cifra en tomo al billón y medio de pesetas, por encima del 6% del PIB, y, sobre todo, materializado en transferencias de muy escaso carácter reproductivo. Al margen de lo cual, pesando sobre la economía nacional, queda el gasto público vía.Banco de España -sin pasar por el presupuesto- para financiar reflotaciones como las de Banca Catalana, Banco Urquijo, grupo Rumasa, etcétera, que en 1983 pudieron superar los 400.000 millones.

En 1983 se mantuvieron las consignas monetaristas, y a ellas se doblegó toda la política económica. En términos económicos, el Gobierno del PSOE se comportó a lo largo de su primer año de gestión como un Gabinete dedicado casi en exclusiva a la revisión al alza de las tarifas de los servicios públicos, de los precios regulados y de los controlados. Y en ese ambiente enrarecido no, fue menor la carencia de modificación de los coeficientes bancarios, de elevación de la presión fiscal en todos los ámbitos y de prédicas pro moderación salarial. Las sesiones de APD y la CEDE, con ministros del PSOE informando, se convirtieron en verdaderos rituales monetaristas. Así, poco espacio quedó para ir diseñando un proyecto de futuro traducible en un horizonte de inversión, con todo un catálogo de realizaciones por hacer.

Algunos piensan que las holguras son escasas, y que serían pocas las diferencias con la política económica que desarrollaría cualquier otro Gobierno."El saneamiento financiero de las empresas públicas -se dice a menudo-, la reducción del déficit fiscal, la reconversión industrial y, sobre todo, la lucha contra la inflación son cuatro aspiraciones básicas, dígase lo que se diga". Efectivamente, frases de ese estilo pueden escucharse con frecuencia, pero, que se sepa, no por mucho repetirlas van a ser la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

es catedrático de Estructura Económica de la Universidad Autónoma de Madrid.

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