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Los nuevos 'trongloditas'

Es la lucha final que comienza. La tercera oleada de guerreros microelectrónicos procedentes de la estrella de combate Tron, capital imperial de la galaxia Marconi en guerra contra la galaxia Gutenberg, está inundando el planeta Tierra. Vienen camuflados en los más acabados artilugios electrónicos de comunicación e incomunicación de masas, caballos de Tronya con los que se están infiltrando en las casas y mentes de los ciudadanos del viejo y cansado continente. Si la primera oleada invasora penetró a través de la radio, y la segunda por la televisión, para apoyar desde la cota visual la cabeza de puente auricular, las tronpas de refresco llegan ahora en artefactos y sistemas audiovisuales, telemáticos e informáticos de consumo cada vez más hogareño. Objetivo: destruir nuestros hábitos intelectuales y sociales heredados de la civilización grecorromana y mantenidos por las funestas manías de pensar y relacionarnos, para, una vez dispersos y desarmados, devolvernos a la edad mental y social de las cavernas e imponernos la Pax Electrónica. Para ese designio, los invasores cuentan con la inaprecíable ayuda al alimón del país del Sol Naciente y el transistor menguante, seguro servidor de Tron y del patrón, y del Imperio del Oeste, con sede en Washingtrón, exportador universal de la religión del gato y el ratrón.

En no pocos individuos de nuestro entorno se aprecian ya los síntomas acumulativos de esta invasión disolvente de los poderes inquisitivo, disquisítivo y comunicativo a favor de los poderes siinplemente adquisitivo, receptivo y evasivo. Son los nuevos tronglóditas, esos ciudadanos que se van recluyendo más y más en sus cavernas individuales electronizadas. Por ejemplo, uno tiene un amigo, ex dirigente político vocacional antifranquista hoy recenverso en ejecutivo dinámico y al día de una empresa multinacional, y hasta hace poco gran devonador de letra impresa, muy sociable y conversador inagotable. Ahora, le llamas a su despacho y te contesta su secretaria, antigua compañera de trinchera feminista, que Manolo está en la sala de juntas audiovisuales relajándose con sus últimos videojuegos, y no puede ponerse. Prefiere matar marcianitos (comunistillas en EE UU), perseguir trones e intentar inútilmente esquivar comecocos, a compartir tu depre. Por la noche le telefoneas a casa y, si se pone él en vez de su mayordomo respondón automático, te alega que está muy ocupado, pues le han reservado en su videoclub Las calientes bolcheviques (Las rameras del Volga) y se disponía a visionarla tan ricamente él solito, en su magnetoscopio nipón último modelo, con búsqueda rápida de escena cumbre, cámara lenta y fijación de imagen álgida.

Otro día te presentas en su apartamento, llamas al timbre y no sale, no contesta, pues, por lo que oyes a través de la puerta, debe estar repantigado en su sillón con orejeras, "de lauro y yedra coronado, puesto el atento oído al son dulce acordado del plectron suavemente meneado" por Siniestron Total o Loquillo y los Trongloditas. Un día, por fin, consigues penetrar en su sancta santronrum y te lo encuentras enfrascado en la apasionante tarea de embutir en su ordenador personal un menú largo y estrecho y las mejores añadas riojanas. Consigues sacar a Manolo Picapiedra de su caverna para bajar al llano asfáltico y ya en su troncomóvil con checkpanel y radiocasete altafidelidad cuatro altavoces te pone el último single de Eltron John a todo decibelio, antes de terminar tomando copas en un discopub, donde para charlar habría que usar megáfono.

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Los domingos, tu amigo los tiene muy ocupados haciendo maratrón callejero matutino con los cascos estéreo puestos y contoneándose sobre la marcha al son de la recóndita armonía que le toca su minicasete cartuchera. La tarde la dedica a intentar dar mate pastor a traición a su Karpov electrónico, y por la noche, el señorito no está para nadie porque dan Flamingo Road y Estudio Estadio por la tele, su medio/masaje relax preferido todavía. Y te temes que cuando haya cadenas de televisión privadas, recepción parabólica de televisiones de otros países por satélites de comunicación directa, transmisión de programas seleccionados de TV por cable coaxial, vídeo comunitario por abono (que enchufas y te sale una peli tras otra), videotex (que te trae hasta el televisor información de todo tipo por cable telefónico conectado a un banco universal de datos) y videoteléfono, no saldrá de casa ni a por el periódico, que, por lo demás, ya raramente compra. Ni siquiera abandonará su gruta electrónica para descender a la jungla de asfalto a conquistar el sustento en reñida lucha cotidiana por la vida si, como te ha dicho, termina instalándose en casa una terminal de vídeo, con la que pueda transmitir sus órdenes al cerebro central de su empresa con sólo apretar el botón de ejecuta.

Los síntomas son claros e inquietantes: tu amigo está al borde de convertirse en un arqueoti-

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