Una película argentina sobre el absurdo del terrorismo, fuertemente aplaudida en el festival de Berlín
La película argentina No habrá más penas ni olvido, que ha dirigido Héctor Olivera, a quien, entre otros títulos, se debe La Patagonia rebelde, prohibida en su país durante siete años y repuesta ahora, tras la victoria electoral de Raúl Alfonsín, es una tragicomedia sobre el absurdo del peronismo entendido en sus dos extremos, tanto a la derecha como a la izquierda. El público berlinés acogió la película con fuertes aplausos.
La historia que cuenta se basa en la novela del mismo título de Oswaldo Soriano, exiliado en París hasta muy recientemente, y ha sorprendido en el festival de Berlín, donde la expectación parece reservarse a las cinematografías europeas o norteamericanas, de tradición mas solvente. En cambio, quienes conocíamos ya esta película tras su proyección en la Filmoteca española no hemos tenido tanta sorpresa.En un pequeño pueblo, y por razones triviales, se enfrentan dos fracciones del peronismo. Lo que al principio parece sólo un ajuste de cuentas personales va adquiriendo dimensiones inusitadas. Se suceden las muertes, para, al final, volver de nuevo al punto de partida. Nada se resuelve, porque tampoco nada fundamental se había planteado. En palabras de Olivera, en la película se habla de una cierta actitud argentina por la que resulta fácil dejarse llevar por lo circunstancial sin prevenir la importancia que encierra la anécdota. En conclusión, el filme ofrece un panorama desolador sobre la realidad política de aquel país ("en el que no nos hemos caracterizado por nuestra madurez política, y de ahí los sangrientos acontecimientos que hemos padecido"), aunque lo haga en una inteligente clave de humor.
Sorpresa china
Federico Luppi, único miembro de los intérpretes presentes en el festival, y que en sus declaraciones entroncó la película con la tradición de lo grotesco en el teatro argentino, realiza, como es habitual en él, un espléndido, trabajo, frente al que no desmerecen Víctor Laplace, Hector Bidonde, Rodolfo Raimi o Ulises Dumont, entre otros. Un aplauso general coronó el filme.Puestos a sorprendernos, la película de la República Popular China Sangre Caliente, de Wen Yang, fue seguida con un interés que no es propio para los filmes procedentes de aquel país. Abandonada ya, al parecer definitivamente, aquella tradición de los filmes musicales, su anécdota versa sobre las dificultades del responsable de una fábrica textil para conducir la empresa según criterios más sensatos que los marcados por el partido, pero también la película se abre a múltiples apuntes sobre la vida cotidiana de la China actual. Un muchacho en paro, una joven cristiana y un comunista corrupto son los personajes que entrelazan la historia principal. Si el conjunto de ésta no entusiasma por sus calidades cinematográficas dado que, ante todo, se trata de un torpe relato rosa en el que los tópicos habituales del cine de los años treinta se presentan como novedad vanguardista (incluido un optimista y esperanzador discurso final), interesa, en cambio, como documento.
La frecuente utilización que hace de la música occidental y hasta de la banda sonora de la película de Zeffirelli Romeo y Julieta podría ser un detalle indicativo de la renovación vivida por el cine de la República Popular China, encorsetado durante los años de la revolución cultural a consignas herméticas para el mundo occidental, y presuntamente. triviales para el público interior.
Si a la sorpresa de Sangre caliente se une la provocada por Ah Ying, procedente de Hong Kong, el panorama que sobre el cine asiático ha presentado el festival en su sección de concurso puede considerarse una auténtica noticia.
Especialmente aburrido ha resultado el telefilme británico Champions, de John Irvin que, durante dos horas, cuenta las penurias de un corredor de caballos aquejado de cáncer. Su obsesión por recuperarse y su valor para no olvidar su actividad profesional, aunque los demás se lo desaconsejen, constituyen el nudo de esta narrración, cuajada de pretensiones y trivialidades: poco sentido tiene exhibirla en una competición como la de Berlín, aunque ni los actores (John Hurt, a la cabeza) ni sus medios técnicos están por debajo de lo que puede exigirse a un producto de calidad.
Bajo la fuerte nevada que cae sobre la ciudad, aún caben, sin embargo, nuevas esperanzas. Entre ellas, la del filme español Akelarre, de Pedro Oleá, pero también las de Flirt, de Roberto Russo, que interpreta Monica Vitti, única actriz que se ha desplazado en tren hasta Berlín; Crackers, de Louis Malle; Los ladrones de la noche, de Sam Fuller, y Deseos de amar, de John Cassavetes, la película de Olea viene precedida por el buen éxito de La muerte de Mikel, de Imanol Uribe, a quien la prensa alemana dedica fuertes elogios, aunque también por el cortometraje Sergui Aguilar, de Paco Poch, que en diez minutos sintetiza la forma de trabajo utilizada por el escultor: un corto bien realizado pero que no encierra novedad alguna.
Babelia
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