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Raza

Sin duda es tina de las 15.000 peores películas de la historia del cine, pero no por culpa de Sáenz de Heredia, un director joven por entonces que puso en la película cuanto sabía y cuanto creía o sentía, que era, bastante. Película mala por un guión de digesto de la miseria cultural de nuestra derecha, una miseria rancia, de ingle mal limpiada durante años, de ingle sin higiene donde se concentran los malos humores que recorren el cuerpo de Norte a Sur. Ahí está en el guión toda nuestra historia falsificada y todo el desprecio ignorante del pensamiento reaccionario español atesorado durante siglos en el cerebro colectivo e incorrupto de la intransigencia.Incluso hay un cierto desfase entre la modernidad de la imagen cinematográfica, fiel a las claves de un arte nuevo, y la propuesta ideológica aportada por el guionista Jaime de Andrade, seudónimo atribuido a un tal Francisco Franco Bahamonde, de igual nombre que el general que gobernó España durante casi 40 años. Curiosa coincidencia en los dos apellidos entre dos personas tan diferentes, la capaz de escribir el guión de Raza haciendo un ridículo intelectual merecedor de suicidio y la que se dio cuenta a tiempo y dejó de decir tonterías nuevas a partir de los años cincuenta.

Es imposible que los dos Franco Bahamonde fueran la misma persona y urge una investigación para descubrir quién fue el desaprensivo que se hizo pasar por el caudillo para colar un guión como Raza. Que nadie se extrañe si al final de la investigación se descubre que todo fue obra de un astuto agente infiltrado que se hacía pasar por Franco, con tanta habilidad que hasta el mismísimo Franco llegó a pensar que era él mismo.

Otra explicación sería demasiado terrible. Demasiado terrible que cientos de técnicos, de actores, de profesionales secundaran aquel bodrio por entusiasmo o por prudencia y que miles, millones de españoles hubiéramos vivido durante décadas guiados por el cerebro capaz de escribir Raza. Y si fue así, unamos nuestras manos los afectados por tanto aceite de colza y gritemos al mismo tiempo un escueto: ¡Socorro!

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