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Interrogantes sobre la fuerza de la Mafia tras la dimisión de la alcaldesa de Palermo

Juan Arias

La llegada de Elda Pucci a la alcaldía, de Palermo (Sicilia), apoyada por la Iglesia progresista y por la nueva Democracia Cristiana, dispuesta a lavar sus culpas pasadas con una acción de limpieza política y administrativa, había significado una esperanza. Ahora, su dimisión forzada, el inquietante interrogativo de si en definitiva la Mafia no seguirá siendo aún por mucho tiempo más fuerte que todos los buenos esfuerzos por combatirla.La dimisión de la alcaldesa de Palermo, centro de la Mafia internacional, ha revelado una increíble paradoja: en Sicilia, donde la Democracia Cristiana y la Iglesia habían sido los mayores acusados de connivencia con la Mafia, son ahora dos dirigentes democristianos y el cardenal de la ciudad los elementos más odiados por ese poder oculto y por cuantos tienen interés en seguir viviendo a la sombra de los intereses mafiosos.

Uno de estos democristianos es, precisamente, la pediatra Elda Pucci, cuya elección el 16 de abril del año pasado como alcaldesa de Palermo tuvo resonancia internacional, porque la valiente democristiana había declarado guerra pública a la Mafia y se la conocía como un personaje políticamente limpio y opuesto a cualquier compromiso.

Elda Pucci gobernaba la ciudad al frente de una coalición de democristianos, socialistas, socialdemócratas, republicanos y liberales. Un vendaval de escándalos administrativos ha zarandeado a varios concejales, sobre todo socialdemócratas, y la junta comunal ha tenido que dimitir. La alcaldesa ha declarado con orgullo que ella está tranquila, que ha obrado en conciencia y que ha administrado la ciudad con rectitud.

Precisamente en las semanas pasadas otro democristiano siciliano, Luigi Azzaro, vicepresidente del Parlamento, había conmovido al país con unas declaraciones explosivas en las que sostenía que en Sicilia prácticamente toda la Administración pública está políticamente corrompida, y hasta daba las cifras de la comisión (18%) que había que pagar a la Mafia para cualquier actividad económica si se quería s9guir trabajando.

Tanto a Pucci como a Azzaro los había sostenido el valiente cardenal Pappalardo, de Palermo, que se ha revelado en los últimos años como un duro fustigador de la Mafia.

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