José Luis Castejón
Fue maletilla, monosabio y marino, y ahora prepara suculentos platos a los intelectuales y artistas de la capital finlandesa
Jose Luis Castejón, madrileño de Las Ventas, es dueño de un grill, término anglosajón que se utiliza en Finlandia para designar pequeños restaurantes, de precio módico, especializados en carnes a la parrilla, situado en una céntrica calle de Helsinki, la capital finlandesa. Antes de ser uno de los más conocidos españoles en la tierra de los mil lagos, fue maletilla, monosabio, marino y un sinfin de profesiones, que le llevaron a recorrer diferentes rincones del mundo.
Chiqui, como le llaman todos sus allegados, es persona influyente en la colonia española de este país nórdico. Y la fama que se le atribuye no está infundada, ya que los platos que se sirven en su restaurante no sólo son famosos en ámbitos latinos, sino que también hacen las mil delicias de todo un tropel de pintores, coreógrafos, profesores de Universidad, anticuarios y deportistas autóctonos, que forman parte de su clientela habitual. Su lema es mucho, bueno y barato, consigna ésta que todos sus clientes estarán dispuestos a avalar, pues, además, va acompañada por una gran dosis de buen humor.Se puede decir que no le va mal el negocio, aunque, como todos, también se queja de los impuestos, y, dicho sea de paso, por aquellos lugares están bastante afinados. Pero por muy elevada que sea la contribución, Chiqui no se pierde ni un solo año sus tradicionales vacaciones en Torrevieja (Alicante), con Pirjo, su mujer, y con sus tres hijos.
De estraperlista a marino
Pues, así y todo, Chiqui se quiere volver a España definitivamente. A menudo se recuesta contra la registradora, se cruza de brazos y te narra sus vivencias de cuando era mozo. Cuenta ahora, unos 40 años, de los cuales lleva 10 en Finlandia y otros 10 repartidos entre varios países europeos. Tiene en su haber multitud de experiencias que van desde sus aventuras como estraperlista en los suburbios de Estocolmo, hasta sus emocionantes viajes como marino mercante en un navío noruego. Pero lo que realmente le gusta narrar a Chiqui son sus correrías de maletillero por las ferias de los pueblos, y las anécdotas de la plaza de Las Ventas de Madrid, donde fue monosabio durante un tiempo.-"¿Te he contado lo del señor Thomas?... ¡Sí, hombre! Aquel sastre inglés de la calle de Alcalá, el del tendido número siete...".
Estos últimos relatos son los que denuncian sus irresistibles ganas de volver, de montar un negocio en Torrevieja, ¡Y, hala, a vivir!, "que son dos días". Pero la nostalgia no es razón suficiente para coger los bártulos e irse. Se tienen responsabilidades ineludibles: la familia, y en particular, los hijos. A los niños, claro, les gusta España. Morenos como su padre, desentonan con la tez pálida y el pelo pajizo de los rapaces finlandeses, pero tienen unos años de escuela en sus haberes, y hablan mejor el finés que el castellano.
"Es mejor esperar unos años", me comenta Chiqui un día, "hasta que vayan a la Universidad, si llegan. Entonces podrán decidir, por ellos mismos, si quieren ser de allí... o de aquí".
Y es que, a fin de cuentas, en Finlandia no se vive tan mal. Tienes asegurado tu permiso de trabajo, tu Seguridad Social, y, por si fuera poco, tu seguridad material. Y qué emigrante no se habrá preguntado alguna vez, antes de emprender el regreso: ¿y si en España no encuentro qué llevarme a la boca? Y, ¿cuántas veces se habrá preguntado Chiqui lo mismo, y cuántas veces habrá optado por el difícil camino de la resignación? Al preguntarle lo que opinaba sobre el país donde residía, contestó que no se vivía mal y que la gente era hospitalaria, pero que nunca olvidaría aquel día de invierno en que pisé por primera vez aquella tierra, fría y oscura, donde ni siquiera se conocían las patatas fritas.
Los 'desterrados'
Pero ahora las hay, y seguro que hasta le parece que hace menos frío. Y es que el hombre se hace a todo, pero por necesidad, claro.Sin embargo, ellos, los desterrados, son muchos, muchos más. Es Antonio, el primer cocinero del grill de Chiqui. Es Daniel, que trabaja de peón en obras públicas, asfaltando tramos de calzada; es Rafa, valenciano, ayudante en una ebanistería; es Manolo, que se gana el pan cantando en salas de fiestas, y Pepe, el guitarrista que lo acompaña. Son tantos los que se reparten por esos mundos, hostiles para todo intruso, y tan distintos de la patria chica.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.