Una ruptura largamente anunciada
La conversación entre Alfonso Guerra y Rafael Escuredo del pasado miércoles, en Madrid, fue "una despedida" y no un intento de presionar para obtener concesiones de última hora, según personas vinculadas al Gobierno central. Escuredo había hablado más de una vez con altos dirigentes socialistas sobre la posibilidad de abandonar el Ejecutivo andaluz.Al menos tres altos cargos de la Administración central han mantenido conversaciones con Rafael Escuredo, en los últimos meses, en los que la posible renuncia del presidente de la Junta de Andalucía ha estado sobre la mesa. No se conoce el contenido de tales planteamientos, pero es un hecho que se produjeron. El presidente dimisionario de la Junta está convencido de que existe guerra sucia contra él y sabe que carece de resortes partidarios para evitarlo.
Escuredo tiene poca incidencia en la organización del partido socialista; considera a Felipe González como "un hermano", pero prácticamente terminan ahí sus vinculaciones con la organización. Toda su carrera ha estado basada en la popularidad conseguida. entre los ciudadanos y no en la disponibilidad de fuertes apoyos por parte del PSOE, que sólo se los ha otorgado en la medida en que se ha beneficiado, electoralmente, de la buena imagen de Escuredo y de su capacidad para desactivar la bomba política del andalucismo como algo opuesto y adversario del propio partido socialista.
Tras su triunfo personal en el referéndum para la autonomía andaluza (28-F), Escuredo trató de integrarse en la ejecutiva federal del PSOE durante el 29 congreso, pero tropezó con una negativa absoluta. Jugó entonces la carta de presentar su candidatura al margen de la lista oficial, y fue espectacularmente derrotado en el máximo órgano del PSOE.
Las elecciones andaluzas de la primavera de 1982 constituyeron otro éxito para Escuredo, pero compartido con otros líderes: desde Felipe González y Alfonso Guerra, hasta el propio Rodríguez de la Borbolla, todos se volcaron por un triunfo electoral que anticipaba el final de la UCD y, desde el punto de vista andaluz, destruía a ese PSA que tanto había inquietado aI PSOE.
Fue la última vez en que la imagen personal de Escuredo funcionó en el sentido deseado por el partido. Una vez conseguida la sólida mayoría de que disponen los socialistas en Andalucía, la unidad interna del PSOE ha sufrido varias amenazas, pero ninguna proviene del presidente de la Junta. Esas amenazas se reproducirán, probablemente, pero es seguro que no por razones escuredistas. Sin consultas electo rales en perspectiva, con varios congresos internos del PSOE en puertas -federal del partido y regional de Andalucía-, el mantenimiento de Escuredo al frente de la Junta habría sido útil al partido socialista si no diera lugar a escándalos o problemas que repercutan en la opinión pública; pero tiene menos interés partidario si Escuredo continuaba en la línea de realizar su pro pia política, que es lo que, en definitiva, preocupa, más al aparato.
En este contexto, la dimisión de Rafael Escuredo es una operación menos sorprendente de lo que parece. El retraso en las transferencias necesarias para realizar un matizado programa de reforma agraria, o los problemas suscitados por el control de la Expo 92, suponen, simplemente, elementos de dramatización de una crisis ya existente. Personas con larga experiencia en los engranajes del PSOE lo ven así: "A última hora, Rafael Escuredo ha podido intentar una operación a lo Felipe González en el 28 congreso, pero Escuredo no es Felipe González".
Esto no quiere decir que la sustitución se haga sin costes para el partido socialista. La imagen del andalucismo, unida a la marca PSOE, está claramente personalizada en Rafael Escuredo, y existe la posibilidad de que vuelvan a separarse. Entre otros costes, la operación destinada a nombrar a Ricardo Bofill como comisario general de la Expo 92 ya no va a ser posible: según personas que tienen motivos para saberlo, el nombre del arquitecto catalán está demasiado quemado como para encargarle, a estas alturas, el discutido proyecto.
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