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La muerte de Jorge Guillén

La plenitud del ser, la pleinitud de las palabras

Hace algunos años, Claudio Guillén -no recuerdo ni a quién ni dónde- decía que la grandeza mayor de la poesía de su padre estribaba en hacer gozoso un mundo sin Dios, en aceptar en plenitud una existencia en la que vivir fuera la esencia de toda acción, de toda actitud. Y aunque Jorge Guillén haya dicho en otro lugar -lo recoge Jaime Gil de Biedma en su admirable estudio sobre Cántico- que creía en un Dios "con toda la barba", la afirmación de su hijo parece llegar, sin contradicción alguna, a la consecuencia más clara y más aleccionadora del discurso todo del gran poeta muerto ahora. El renacer diario del hombre es en él complemento de la existencia de un mundo que, a la vez, le pertenece, pues es su eje, su razón, su origen y su final. El civismo de Guillén, la entidad absoluta de su ética, radica así en la plena comprensión de su condición humana. Explica el mundo sin apelar a nada fuera de su diario existir, de su virtualidad continua.Pero la humanidad de Guillén no se conforma con cantar lo visto. En uno de sus poemas más hermosos, Beato sillón, dirá que "lo ojos no ven, saben". Y en esa sabiduría está su trascendencia de mundo tangible, el paso hacia el mundo sabido, exacto, interiorizado tras el despojamiento de toda (y tanta) imperfección. En toda esta teoría del mundo perfecto que trata de ser, y es, la poesía de Jorge Guillén, la inteligencia obra el milagro de saber el mundo bien hecho, pasa por el tiempo y por la edad, distingue el universo propio -una vida que tiende a ser más vida siempre- de una contingencia mediocre y plana.

Existir es en Guillén ir siempre hacia un más que corrobore la grandeza del mundo y del hombre. "Cuerpo es alma" en una corriente integradora de la claridad más plena, en una fusión elemental del hombre completo en sí, no arrancado por lo solo natural, sin intelecto, sin pensar personal, ni arrebatado tampoco por el ansia dudosa de una meta no terrena, de una felicidad que le rebasa. El hombre es, en la clara complejidad de la escritura guilleniana, en la profundísima ética de sus contenidos, el origen de la claridad a la que él mismo aspira siempre. Mundo que asombra también porque es mundo a compartir, mundo dispuesto. No hay apelaciones a un yo centro del mundo; no es esta una escritura que quiera trascenderse antes de llegar a ser letra, dispuesta a todo menos a ser obra mortal. No. Todo está aquí y es gozo compartido, contemplación ensimismada, continuo reconocerse que se articula a través de una perfecta arquitectura, de un rigor constructivo tan admirable como insólito. ¿No es Cántico el libro más exacto de toda la poesía española del siglo?

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