Yo vi el 'Teledeum'
En las páginas culturales de EL PAIS del pasado sábado 21 de enero, Albert Boadella, director del grupo escénico catalán Els Joglars, escribe una especie de autoapología frente a un supuesto ataque cardenalicio del arzobispo doctor Jubany contra su último estreno, en el teatro Romea de la Ciudad Condal, titulado Teledeum.El texto del cardenal Jubany no hacía la menor alusión a la obra del autor catalán. Sus reflexiones eran genéricas y, como admite el mismo Boadella, no dejan de estar llenas del seny catalán, que al prelado barcelonés se le reconoce como el valor al soldado.
Sin embargo, Boadella presume que las palabras del cardenal Jubany se dirigen contra su Teledeum y le echa en cara que no puede juzgar la obra si previamente no la ha visto. Para ello afirma "que le consta que no la ha visto".
Pues bien, yo sí la vi. No pude asistir al estreno porque estaban llenos todos los espacios, pero pude verla muy pocos días después. Confieso que iba con cierta perplejidad, pero cuando leí una crítica que en una publicación llamada El Público nos ofrecían a la entrada del teatro, concebí esperanzas positivas. La descripción de la intencionalidad de la obra me pareció estupenda y les dije expresamente a los amigos que me acompañaban que presentía que el Teledeum me iba a gustar.
A pesar de todo, no pude compartir con otros los efectos positivos que esperaba. Es cierto que el humor es tremendamente terapéutico. Aún más, la caricatura, bien hecha y bien ubicada, desbloquea situaciones embarazosas y puede impedir conflictos innecesarios. Item más: los chistes anticlericales le han venido muy bien a la Iglesia para enderezarla por el verdadero camino evangélico. Que lo digan, si no, las figuras bufonescas de las catedrales románicas, las picardías eclesiásticas narradas por el clérigo Gonzalo de Berceo o las vicisitudes del Lazarillo de Tormes.
Y conste que en la mayoría de los casos las caricaturas vienen de dentro: de los claustros de los monasterios, de las sacristías parroquiales y de los mismos representantes de las jerarquías religiosas. Los que estamos dentro sabemos muy bien los buenos ratos que hemos pasado contando entre nosotros mismos chistes ferozmente autocríticos de la institución a la que pertenecemos y a la que de ninguna manera queremos renunciar, sino a la que solamente queremos sanar con la terapéutica del humor.
Pero el humor debe ser buen humor. Y a este respecto confieso que el Teledeum me defraudó.
No conseguí reírme ni una sola vez. Las risitas del público se producían por causas tan nimias como los tropezones de los torpes ensayantes del culto ecuménico que la televisión iba grabando. Quizá mi condición de andaluz pudiera ser la causa de mi demasiada exigencia en estos temas de humor. Pero, a decir verdad, el montaje me dio la impresión de lo que por acá abajo llamamos malaje.
Aún más, tampoco me irrité ni me sentí herido en mis sentimientos religiosos. Por eso pensé que no había que decir nada desde una plataforma de este género.
Solamente los críticos de teatro tendrían que cumplir con su cotidiana tarea de ponerle las banderillas al toro de turno.
Sin embargo, me queda una duda: ¿no habría una intención de provocar algún tipo de escándalo (si es religioso, mejor) para con ello atraer a un público que se pirra por este mundillo morboso? En este caso yo le diría al señor cardenal Jubany que si algún cristiano pierde la fe por ver el Teledeum, es que su fe no valía dos cuartos.
Sigan enhorabuena nuestros amigos Els Joglars procurando hacer teatro caricaturesco, pero, ¡por favor!, mejoren la calidad de la caricatura.
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