El general Arturo Durazo, ex jefe de policía de la capital mexicana, tras los pasos de Al Capone
La Prensa mexicana compara al general Arturo Durazo con Al Capone. Como en el caso del mítico gánster de Chicago, al ex jefe de policía se le acusa de innumerables crímenes (asesinatos, extorsión, tráfico de drogas), pero el juez Fortino Valencia sólo ha podido dictar orden de detención contra él por fraude fiscal y contrabando. La diferencia está en que el capo mafioso dio con sus huesos en la cárcel, mientras que el policía pasea por el mando sus dineros malhabidos, con escasas posibilidades de ser presentado ante la justicia, ya que México sólo ha firmado convenios de extradición con 11 países.
El nombre de Arturo Durazo figura desde hace unos días en las listas de delincuentes más buscados por la Interpol. Informaciones periodísticas le han situado sucesivamente en EE UU, Canadá, Puerto Rico, Italia y España, sin que se sepa a ciencia cierta dónde se encuentra actualmente.Muy pocos creen en México que Durazo pueda ser detenido algún día y entregado al juez. La apertura del procedimiento penal ya le sirve al Gobierno para rescatar su programa de moralidad, evitándose al mismo tiempo un juicio que sería demasiado incómodo para todo el sistema.
Una vez levantada la veda de Durazo, cuyo rango de general es omitido cuidadosamente en todas las citaciones judiciales, la Prensa publica estos días un pormenorizado recuento de su vida delictiva, acelerada hasta límites increíbles desde el momento en que su amigo el entonces presidente José López Portillo le nombró director de la policía metropolitana.
Su jefe de ayudantes y principal acusador, el también policía José González, que reconoce haber ejecutado a 50 personas por mandato del general, ha reaparecido en las páginas del semanario Proceso para ratificar las acusaciones ya expresadas en su libro Lo negro del negro Durazo, del que ha obtenido más de 14 millones de pesetas.
Como réplica a este libro demoledor, Durazo anunciaba en noviembre desde Los Ángeles su intención de utilizar también la vía editorial como mecanismo de autodefensa. "Soy gente buena. ¿Cómo es eso de que quieren quitarme la casa? Pero los conozco a todos. Imagínense, 34 años de policía. Cómo no voy a conocer a la gente. A todos los voy a denunciar".
Muchos se preguntan cómo la justicia no ha llamado aún a declarar a este denunciante que cuenta con pelos y señales cómo Durazo ordenó liquidar a una banda de traficantes colombianos, competidores suyos en él mercado de la cocaína, cuyos 14 cuerpos aparecieron más tarde en las cloacas del río Tula, dando pie a un caso policial que, lógicamente, nunca se resolvió.
En tiempos de Durazo, la voz popular asignaba a la policía muchos de los crímenes cometidos en México. Lo peor que podía pasarle a uno de noche y en lugar solitario era toparse con una patrulla policial. Un corresponsal norteamericano que sufrió la experiencia cuenta que, mientras le apuntaban con pistolas para desvalijarle el coche, pensaba: "A uno pueden atracarle en cualquier parte del mundo, pero nunca creí que por la propia policía".
Las denuncias de José González han venido a ratificar las sospechas. El general y su estado mayor cobraban a los policías de a pie sus uniformes y hasta sus pistolas, con lo que les obligaban de hecho a exigir mordidas para poder pagar al patrón. Los motorizados recibían 20 litros de gasolina al día. El resto tenían que conseguirlo por vía de extorsión.
Nada de esto impedía a Durazo proclamar que la policía mexicana era una buena policía. "Para mí, que es la mejor policía del mundo". Y presumía de que la criminalidad había disminuido en un 80%, en tanto que la Procuraduría de Justicia informaba que en 1979 se había cometido una cifra récord de 120.000 hechos delictivos.
Vehículos y armas comprados con cargo al presupuesto pasaban a la colección particular del ambicioso general. A raíz de una investigación judicial en torno a varios asaltos bancarios, se detuvo a una banda que empleaba armas reservadas exclusivamente a los agentes de seguridad. Los detenidos declararon ser los encargados de custodiar la casa que Arturo Durazo tenía en las afueras de la capital.
Este general con mando sobre 35.000 hombres dedicó 1.200 de ellos a construir su palacio del Ajusco. Esto no le impidió declarar que había construido su casa con mucho sacrificio. "Si hubieran visto a mi señora cargando la carretilla".
Esta increíble mansión, dotada de lagos, hipódromo, campo de tiro, discoteca, piscinas, helipuerto, caballerizas y otras minucias, fue legalmente vendida por Durazo a una inmobiliaria justamente un día antes de que cesase en su cargo policial, el 1 de diciembre de 1982. Se evitaba así posibles expropiaciones, pero fue precisamente esta operación la que permitió acusarle de fraude fiscal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.