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Estallido social en Marruecos

La crisis política marroqui revela la falta de interlocutores válidos y de representantes de las capas mas miserables

Los disturbios que tienen lugar en Marruecos, al margen de los motivos que los originan, las muertes que causan, y las razones profundas de las revueltas del hambre que tienen lugar en todo el Tercer Mundo, ponen en evidencia una importante carencia del sistema político marroquí: la ausencia de interlocutores válidos para el régimen, pero también de representantes para las capas miserables y necesitadas que se rebelan.En los momentos, de tensión, más que en ningunos otros, el régimen prefiere la fuerza como reacción y respuesta, agrandando innecesariamente la separación entre la cúspide y la base. Desde la independencia en 1956 hasta el presente, las fuerzas políticas herederas del nacionalismo marroquí han intentado organizarse y ganarse el apoyo de los sectores sociales a los cuáles se dirigía su discurso político. La alternativa para ellas ha sido integrarse en el sistema o ser aplastadas.

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El caso de la actual Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) es el más evidente y al mismo tiempo el más patético. Cada vez que organizaba sus órganos políticos y sindicales, el régimen la ha aplastado: una oposición verdadera, que cumpla su función, no ha sido nunca tolerada.

La circunstancia de la existencia de un poder supremo que desciende a la arena contingente de la política de a diario, pero que se evade de ella cuando lo juzga conveniente, no ha facilitado la normalización de la vida política.

La entrada de los socialistas en este último Gobierno, que el régimen marroquí ha forzado prácticamente, en contra de la opinión de la inmensa mayoría del partido, no le ha servido para alcanzar una paz social que es infantil pensar alcanzable en las actuales circunstancias económicas, pero al mismo tiempo ha dilapidado todo el capital de representatividad de la USFP, y poco a poco le priva del apoyo popular que el partido 'socialista, el régimen de Marruecos y el pueblo marroquí necesitan.

Y, sin embargo, el régimen marroquí, al igual que el tunecino, que a pesar de sus indudables carencias democráticas en relación con Europa pueden aspirar a ocupar un puesto honorable en África y en la región mediterránea del sur en donde se encuentran, necesitan permitir la existencia de una auténtica oposición que sea resultado de unas urnas no manipuladas. Y ello aunque sólo sea por razones de propia supervivencia.

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Tunicia y Marruecos, los dos países histórica, geográfica y emocionalmente más próximos a Europa de todo este conjunto mediterráneo, no han sabido en los 28 años de independencia transcurridos, permitir esos mecanismos democráticos que, en definitiva, constituyen los fundamentos de la estabilidad de un país.

En el caso de Marruecos, el fracaso de la gestión económica aparece hoy como demasiado evidente. Algunas precisiones aportadas en estos días por la oposición dan idea de la envergadura de ese fracaso: en 1984, el marroquí dedica a su alimentación el mismo porcentaje de sus ingresos que dedicaba en la década de los años cincuenta, el decenio que precedió a la liquidación del colonialismo.

La guerra del Sáhara

La guerra del Sáhara, que entra a en su noveno año, acapara una buena parte de las disponibilidades del Estado, y hoy como nunca constituye un factor, a través de la presión fiscal que genera, de retraimiento del dinero marroquí.

Marruecos no tiene por ello perdida su causa en el Sáhara. La última ofensiva del Ejército marroquí en Sakiet el Hamra y desde Dajalak hacia la frontera mauritana -que le ha permitido extender en unos 30 o 35 kilómetros el perímetro defensivo en ambas regiones, y recuperar, sobre todo en Sakiet, cerca de Arrigala, y en Uarkxis, importantes escondites de armas del Polisario, y unos 80 vehículos blindados- refuerza la postura militar de Marruecos.

En la historia de los organismos internacionales, como la ONU y la OUA, todavía no se ha visto per der con votos a un país que con trola militarmente la situación. El peligro para Marruecos no procede, pues, de allí, sino de la erosión de su economía que causa el mantenimiento de contingentes tan importantes -se calculan en 200.000 hombres- como los que mantiene en el Sáhara.

La nación marroquí ha llegado a todas luces a una encrucijada en donde todos los pueblos y naciones del mundo han procedido a una profunda reflexión nacional o se han visto sometidos a inesperadas e incontroladas convulsiones. Lo lametable, al fin y al cabo, para este país amigo y aliado de Occidente es que sus clases dirigentes no parecen percibir en absoluto la trascendencia del momento.

Antes de la Regada de Jomeini a Irán, recuerdo que un oficial me decía: aquí no pasa ni pasará nada, basta con que lancemos los tanques a la calle y dejemos en ella 100.000 cadáveres.

En Marruecos, afortunadamente, no se llega a esos extremos, pero el tiempo y el margen de maniobra es verdaderamente escaso.

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