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Reportaje:

'Su majestad imperial' el dólar

Todo el mundo está de acuerdo: el dólar está sobrevalorado y antes de que termine el año comenzará su esperada calida

La Administración norteamericana tiene la buena costumbre de facilitar todos los viernes estadísticas muy seguras sobre la evolución de su economía y de la política monetaria. Y en unos tiempos de crisis en todo el mundo, cuando ninguna inversión parece segura, los datos de final de semana que facilitan los departamentos de Comercio o Trabajo norteamericano o el Sistema Federal de la Reserva se han convertido en una especie de señal por donde van a discurrir los movimientos de inversores y especuladores la próxima semana. Como si de un vulgar hipódromo se tratara, los mercados de cambio juegan a los pronósticos en la singular carrera diaria de las divisas.A raíz de la llegada de Ronald Reagan a la presidencia, cuando una nueva política económica, hoy semiabandonada, se instauró en la Casa Blanca, el dólar ha sustituido al oro, las materias primas o la bolsa como principal foco de especulación en el mundo. Su increíble evolución alcista en los últimos cuatro años llama singularmente la atención al profano y al experto, hasta el extremo de que muy pocos agoreros económicos se atreven a hacer cábalas seguras sobre lo que sucederá con su majestad imperial el dólar ni a corto ni a medio plazo.

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La peseta mantendrá su valor

Si el dólar ha alcanzado un valor tan elevado en ese período, el fenómeno tiene, en cualquier caso, su explicación. El resultado de la aplicación constante de una política de estímulos de actuación sobre la oferta y el consumo -reducciones fiscales, mayor inversión pública y disciplina monetaria- ha provocado una reactivación sin precedentes en el último decenio en, la economía estadounidense, hasta alcanzar en el último año un aumento del producto nacional bruto (PNB) norteamericano del 4,5%, más del doble superior a la medía de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en el mismo período.

La economía norteamericana, nadie lo niega, está en alza y saliendo de una crisis en la que el resto de los países competidores de Estados Unidos batalla sin un futuro seguro de superación. Las últimas previsiones de la OCDE para 1984 estiman que, incluso después del importante aumento de la actividad económica del pasado año, la economía norteamericana no perderá su moméntum en todo al año aunque la tasa de crecimiento del PNB no sobrepase el 4%-5% durante el presente ejercicio. Frente a este dato, las previsiones para el resto de las economías occidentales son moderadas, con aumentos de sólo el 2% en el mejor de los casos, es decir, Japón y la República Federal de Alemania (RFA).

Con estas cifras, hechas públicas recientemente, el dólar comenzó el presente ejercicio manteniendo la fuerte tendencia a la apreciación que experimentó a lo largo del último año. El pasado día 12 de enero la moneda norteamericana batió el récord en el mercado madrileño, con un cambio medio de 161,75 pesetas, después de haber sobrepasado en algunos momentos la barrera de las 162 pesetas. En otros mercados la tendencia fue similar, estableciendo nuevas cotas máximas en Zurich, Francfort, París, Londres, Tokio y Roma.

En este nuevo récord además llovía sobre mojado. En 1983, según el último boletín económico del Banco de España, el dólar se apreció un 6% frente a los derechos especiales de giro, el papel moneda del Fondo Monetario Internacional, que se basa en una cesta de las 23 divisas más importantes del mundo. Esta apreciación llegaba a ser del 20% frente al franco francés, del 18% frente a la lira italiana del 10% frente a la libra esterlina y tan sólo del 0,4% frente al yen japonés. Frente a la peseta, la apreciación en el período entre el 6 de diciembre de 1982 y el 1 de enero de 1984 -con una devaluación oficial por medio, decidida en el primer Consejo de Ministros del Gabinete socialista-, era del 19,53%.

Expectativas reducidas

Pero la pasada semana algo cambió en este panorama, o, al menos, lo pareció. Los datos facilitados el viernes día 13 -en Estados Unidos, viernes y 13 son fechas inauditas- por el Departamento de Comercio no eran tan buenos como se esperaban sobre la evolución de la economía norteamericana en el cuarto trimestre del año. El crecimiento del PNB en dicho periodo era del 4,5%, frente al 7,6% del trimestre previo. Y, aún peor, desde el punto de vista psicológico, las ventas al detalle, en un mes, como diciembre, con campaña de Navidad por medio, habían aumentado tan sólo un 0,1% frente al mes de noviembre, el más bajo en los últimos cuatro meses.El departamento, revisaba a la baja también el incremento registrado en ese mismo dato durante el mes previo, señalando que el aumento había sido del 1,1%, frente al 1,9% anterior. Por su lado, el Sistema Federal de la Reserva informaba que la producción industrial había crecido tan sólo un 0,5%, frente a aumentos mucho más importantes en los meses previos. En el frente de la inflación, el banco emisor señalaba que los precios habían crecido un 0,2% en ese mes, lo que provocó especulaciones sobre una suavización de la disciplina monetaria que provocaría a su vez una baja en los tipos de interés.

En sólo unas horas el dólar perdió el viernes todo lo que había ganado en una semana. Las expectativas sobre una disminución en los tipos, junto al impacto menos importante de las noticias optimistas sobre la evolución general de la economía, provocaron un deslizamiento a la baja de las cotizaciones del dólar, que se mantuvieron durante toda la semana siguiente.

Días antes además el Banco Internacional de Pagos, que reúne mensualmente a todos los gobernadores de los bancos centrales de los países desarrollados, adoptaba una política pública de no intervención en los mercados de cambio. Su análisis, aireado a los cuatro vientos -en contraste con el secreto que caracteriza sus encuentros-, era meridianamente claro: el dólar está entre un 10% y un 15% por encima de su valor y tarde o temprano tendrá que regresar a su sitio. Para algún gobernador asistente, la caída será un hecho una vez que se confirmen las expectativas de reelección de Reagan, lo que se sabrá con cierta seguridad para finales de verano. Para la fecha de las elecciones, el mes de noviembre, el dólar puede, según este análisis, haber perdido muchos puntos.

El problema del déficit

Detrás de estas previsiones se encuentra el frío análisis de las constantes de la economía norteamericana. Con una polémica doméstica en marcha sobre el efecto del multimillonario déficit sobre la marcha general de la economía, y con el presidente Reagan advirtiendo públicamente que no tiene previsto introducir modificaciones importantes en su política impositiva -es decir, no habrá aumentos de impuestos en un año electoral-, el efecto pernicioso de un déficit fiscal superior a los 200.000 millones de dólares no merece la pena ni destacarlo. La publicación World Financial Markers, que publicá Morgan Guaranty Trust, advertía además, en sus números de octubre y diciembre, el previsible impacto que tendrá otro déficit, el comercial, en la tendencia de financiarse con dólares procedentes de Europa.

La debilidad exportadora de Estados Unidos, con un dólar por las nubes, se convierte así en la principal amenaza de la economía norteamericana, sumida, como consecuencia de la falta de competitividad de sus productos industriales, en un proceso alarmante de desindustrialización creciente. La buena salud de la economía estadounidense se basa exclusivamente en la agresividad de algunos sectores de tecnología punta, tales como el electrónico o el informático. Fuera de ellos, la industria pierde puntos en competitividad, teniendo que recurrir a masivas importaciones de productos en los que no se puede competir por la relación cambiaría del dólar.

Las previsiones del déficit comercial se sitúan en 80.000 millones de dólares para 1984, tras superar los 50.000 millones de dólares en 1983. Con estas magnitudes, y con demandas crecientes en Estados Unidos para proceder a un recorte de las fabulosas cifras de importaciones, el servicio de estudios de la entidad mencionada incluso se aventuraba a pronosticar una previsible devaluación formal del dólar. Si ésta no se produce, los déficit no podrán enjugarse más con una política de ajuste que, necesariamente, pasará por la estabilización del crecimiento. En otras palabras, Reagan no tendrá más remedio que pisar el frenó de la economía en su casi seguro segundo mandato en la Casa Blanca.

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