'El exilio español en México'
Es cierto que la exposición El exilio español en México ha despertado sensación e interés entre los españoles, sobre todo entre los que todavía sobrevivimos de aquel éxodo como consecuencia de la guerra civil de 1936-1939. Pero también es verdad que causa estupor y amargura por la discriminación de cierto contenido en dicha exposición.Porque entre los 30.000 refugiados españoles llegados a México no solamente se encontraban escritores, pintores o poetas; se encontraban igualmente campesinos, mecánicos, carpinteros y albañiles, de los cuales ni una sola línea, ni un solo recuerdo hacia ellos, es decir, que somos los olvidados en la exposición El exilio español en México.
Soy uno de esos 30.000 españoles acogidos en México al final de la guerra. Desembarqué del Mexique en Veracruz a finales de julio de 1939. Por ser testigo y parte de todo cuanto se expone en la exposición, estoy de acuerdo en que se señale lo que representó la aportación positiva de los intelectuales españoles para el desarrollo cultural y artístico de México.
Pero me duele, como refugiado, que se olvide a la mayoría de aquellos emigrantes -que fueron los que más sufrieron el exilio-, que como obreros y campesinos también aportaron su ayuda al desarrollo económico de México.
Para argumentar mi posición, y como caso anecdótico, quiero recordar que cuando llegó a México el llamado tesoro del Vita, que eran fondos económicos de la República, fue el SERE quien al principio administró sus fondos; más tarde, por intrigas y maniobras políticas, fue el señor Indalecio Prieto quien, al formarse el JARE, administró sus fondos hasta el último centavo. No es mi propósito juzgar su actuación personal, pero sí exponer mi descontento, muy generalizado entre la emigración española en México, de cómo fueron administrados los fondos del tesoro del Vita.
En la distribución de esos fondos fueron privilegiados los intelectuales. Así, se fundaron el Instituto Luis Vives, Academia Hispano-Mexicana y centros sanitarios. No es menos cierto, pero en menor cuantía, que se instalaron industrias, como La Vulcano y la imprenta de la calle de Balderas, donde se colocaron obreros espafloles y mexicanos.
Por las dificultades de encontrar trabajo, algunos se instalaron en Veracruz, Puebla, Cuernavaca y en el distrito federal la mayoría; otros se trasladaron con sus familiares a Morelia y Chihuahua para trabajar como campesinos. Yo trabajé en la imprenta de Balderas, Gráfica Panamericana del Fondo de Cultura Económica, y, finalmente, en la editorial Nuevo Mundo.
Considero injusto ese olvido. Admiro la labor de los intelectuales; ellos nos enseñaron a leer y a escribir, pero es cierto también que ellos comen el pan que labran los campesinos, los impresores imprimen sus libros, los albañiles construyen sus casas y los sastres confeccionan sus trajes; por tanto, nos necesitamos los unos a los otros. Con justeza señala el Partido Comunista de España que es necesaria la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura.
Perdonen los organizadores de la exposición y los intelectuales si en estas líneas encuentran algo que les moleste. No es ésa mi intención; sólo trato de desahogarme por el olvido que se hace en la exposición El exilio español en México de esos obreros y campesinos, que eran la mayoría de los 30.000 refugiados en México. ¿Qué pensaría de ese olvido el inolvidable y venerable Lázaro Cárdenas? /
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