En defensa propia
Con bastante repugnancia me pongo a escribir esta especie de alegato. Me hubiera resistido a ello seguramente si ciertas desquiciadas repercusiones de mi recién estrenado espectáculo no hubieran alcanzado cotas inquietantes. El diario La Vanguardia, en su sección Religión, publicó la Glosa dominical del cardenal Jubany, arzobispo de Barcelona, correspondiente al domingo 15 de enero, la cual, según el mismo periódico, "ha sido objeto de particular atención porque está escrita pensando en el espectáculo barcelonés Teledeum, aunque no sea nombrado por el arzobispo". La noticia me pareció tan poco verosímil que esperé durante todo el jueves el correspondiente desmentido de la oficina de Prensa del arzobispado como confirmación de mis conjeturas en el sentido de que se trataba de una nota un tanto sensacionalista que trataba de relacionar dos cosas que habían coincidido en el tiempo pero que se habían producido aisladamente. Pero no sólo no sucedió nada de lo que esperaba, sino que una vez más fui confirmado en algo que machaconamente los acontecimientos se encargan de probarme y que no deja de producirme cierta desilusión: que los cómicos, por mucho que caricaturicemos, siempre quedamos cortos ante la realidad. Debemos de ser la excepción que confirma la regla de aquella máxima -cito de memoria- de Baltasar Gracián: "Nunca la realidad alcanzó lo imaginado". Si pudiera reunir en una sola escena toda la mordacidad de todas las escenas juntas de mi inofensiva La torna, así y todo resultaría un espectáculo muy por debajo, por ejemplo, del que cuatro años después, el 23 de febrero, presenciamos millones de telespectadores, por no citar más que un caso. Quizá por estas sorpresas, quizá porque me voy haciendo cada vez más juicioso, he desistido de competir en el teatro con la realidad.En esta ocasión no ha habido que esperar que personas de las instituciones simuladas en el Teledeum protagonizaran alguna hazaña, como fue, por ejemplo, en su día, el tránsito a mejor vida, rodeado de circunstancias asombrosas, del cardenal Jean Daniélou, S. J., en el apartamento de la reina de Pigalle. Ya lo dice el refrán italiano: "Un bel morir tutta la vita onora". En esta ocasión, eso sí, ha habido mucha prisa. No se toman tanta prisa estas personas por asuntos que siempre serán más graves que mi Teledeum. Pero, no seamos mal pensados y reconozcamos que únicamente su celo pastoral, el sentido de responsabilidad que emana de su cargo de pastor, ha encendido en su pecho esta divina impaciencia que le ha empujado a dirigirse sin más dilación a sus amados hijos, preocupado únicamente por su salud espiritual, es decir, obedeciendo una vez más al mandato que como miembro del magisterio de la Iglesia ha recibido del Señor para ser luz de los hombres en su peregrinar por la Tierra, para consagrar la historia del hombre, para convertirla en sacramento de nuestra salvación.
Pues bien, esto, que sabemos todos que es así, tan trascendental y tan todo, yo no sé por culpa de qué mecanismos extraños -quizá haya que atribuirlo a las fuerzas del mal- suele desencadenar la mayoría de las veces los acontecimientos menos trascendentes que se puedan imaginar, cosas la mar de inmanentes, terrenales y metalizadas, por no decir viles y abyectas, como son algunas amenazas que Els Joglars hemos recibido y que espero que amainen rápidamente, pues no quiero ni puedo creer, doctor Jubany, que sea intención suya convertir su Glosa dominical en bula de acciones inconfesables para algunas personas enfermas de los nervios. Reflexione, doctor Jubany, y vea cómo con la mejor de sus intenciones puede hasta usted mismo caer en un delito de inducción... Estoy más que seguro, precisamente por su sentido de la ponderación -"el seny, que diriem en català"-, que en usted es virtud probada, de que hará cuanto esté en sus manos para calmar los nervios de ciertas personas que curiosamente siempre son de idéntica adscripción política y que, según mi modesta opinión, muy flaco favor hacen a la Iglesia.
Volviendo al escrito del señor cardenal, sólo quiero apostillar aquellos puntos que son algo concretos, pues casi todo él es pura fraseología, una retahíla de grandes principios éticos que lo mismo pueden ser preconizados por tirios que por troyanos. Es curioso que el cardenal Jubany hable del "respeto a los sentimientos del pueblo" y que el periódico enmiende la plana y, encabece la noticia hablando del "respeto a las creencias religiosas del pueblo". Es más justo el punto de vista del cardenal, y con él me quedo. Dice así: "Los miembros de la sociedad han de cumplir en su conducta las exigencias de la justicia y del amor social; entre ellas, el respeto a los sentimientos del pueblo". Y añado ahora yo, glosando la glosa: ... entre los cuales están los sentimientos de todas las personas que formamos el grupo de Els Joglars y los sentimientos de una parte muy considerable del pueblo que asiste al Teledeum.
Encuentro realmente excesiva la referencia a Voltaire. Tengo la impresión de que el cardenal conoce tanto a Voltaire como a mí. Sospecho que no ha leído Candide y me consta que no ha venido todavía al Teledéum. Ahora bien, convertir a Voltaire en factor casi de terminante de la evolución de la sociedad francesa del siglo XVIII es una enormidad que no puede tener otra explicación que esa impunidad con la que los eclesiásticos se han acostumbrado a decir lo que sea. Voltaire, como es sabido, ejerció también la acción directa e intervino en el esclarecimiento de una serie de errores judiciales que le permitieron descubrir y denunciar fallos muy graves y claras injusticias de los tribunales franceses. Una de las personas que consiguió que fuera rehabilitada, aunque póstumamente, fue el famoso Joan Calas, negociante occitano que, debido a un error judicial y a la intolerancia religiosa, fue descuartizado vivo. Era calvinista y fue acusado en falso de haber dado muerte a su hijo para que no abrazara la religión católica. Al año siguiente de este asesinato oficial aparecía un libro de Voltaire: Traité sur la tolérance, 1763. Entre "la religiosidad del siglo de las luces", que el señor cardenal trae a colación con nostalgia, y el apóstol de la tolerancia que fue Voltaire, creo que la opción está clara. Resulta también aleccionador comprobar que una parte muy considerable de los conceptos que el señor cardenal vierte en su escrito, como son "dignidad de la persona humana", "necesidad de progreso", "ser cada día más hombre", "rearme moral de la sociedad", "ambientes sociales", "desarrollo y progreso", "amor social", "respeto a los sentimientos del pueblo", son todos ellos conceptos que en ese famoso siglo no los utilizaban precisamente los eclesiásticos, sino sus adversarios.
El doctor Jubany monta la guardia ante las artimañas de la malicia, ante las burlas que se utilizan con el fin de desprestigiar una doctrina, ante la divulgación de calumnias tremendas, etcétera, Pero vamos a ver: ¿aquí, quién calumnia a quién? ¿De dónde saca usted esta carta desaforada para sancionar o viciar conductas ajenas, para erigirse a un mismo tiempo en protonorma de la moral y en su árbitro supremo? Ya sé que si yo le digo que nosotros los cómicos, o sea, estos volatineros sarnosos, no somos peores que usted, usted asentirá porque usted es humilde y humildad es andar en verdad y "Tu solus sanctus", etcétera; pero ese tono, ese tono de portavoz de los buenos, de portavoz de los escogidos, ya no es mucho más que un tic heredado de los grandes gestos apologéticos pro pane lucrando que la Iglesia suele desplegar cada vez que se le enfrenta la criada respondona. No le está bien a usted ese tono, doctor Jubany, aunque tampoco deja de ser admirable esa cosa que tienen ustedes de no desanimarse nunca. Porque tengo que confesarle que me ha pasado una cosa, un fenómeno que ya comienza a serme familiar: a medida que iba rellenando estas cuartillas se me ha ido apagando una cierta prevención inicial hacia su persona, encendiéndose en su lugar un sentimiento de ternura y de cariño hacia usted. Exactamente lo mismo que lo que me pasó con los personajes de mi Teledeum.
Y voy a comenzar mi mutis, pues veo que esta escena se alarga demasiado. Cada vez que nosotros barajamos posibles temas para un montaje teatral y escogemos uno es porque creemos que ése es el que nos proporcionará mayor juego teatral. Es todo lo que tendría que decir sobre nuestro Teledeum. Y no se crea que ahora comienzo a decir "nuestro" mayestáticamente o por sacudirme las pulgas, no; Els Joglars siempre somos gente varia que elabora los espectáculos en cuadrilla.
No reconocerlo así sería vestirme con plumas ajenas. Hemos hecho entre todos un trabajo grande de acopio de datos históricos, doctrinales, litúrgicos, jurídico-canónicos... Como muestra tengo aquí a mano una ficha con una cita muy curiosa que saqué de las -abrevio el título- Constituciones Sinodales del Obispado de Calahorra y la Calzada, año 1700, páginas 35 y 36:
"D. ¿Porquè se dize que esta Iglesia es santa, aviendo en ella muchos hombres malos?".
"M. Se dize ser santa por tres razones. La primera, porque su Cabeza, que es Christo, es Santísima, assí como uno que tiene un rostro hermoso se dize ser lindo hombre, aunque tenga algún dedo torcido, ò alguna mancha en el pecho, ò en las espaldas. La segunda, porque todos los Fieles son santos por Fé, y profession: porque tienen una Fé verdadera, y Divina, y hazen profession de Sacramentos santos, y de una ley justa, que no manda sino cosas buenas, y no prohibe sino las malas. La tercera, porque en la Iglesia ay algunos verdaderamente santos, no solamente de Fé, y profession, sino también de virtud, y costumbres, siendo cierto que entre Judios, Turcos, y Hereges, y gente semejante, que están fuera de la Iglesia, no puede aver alguno verdaderamente Santo".
Las primeras sesiones de improvisación con los actores comenzaron ya a marcar la pauta del espectáculo, que rehuía toda preocupación libresca por un lado y toda truculencia por otro. Algunos críticos se han quejado precisamente de esto. ¡Vaya unos! Pero tampoco me voy a poner yo ahora a defender nuestro espectáculo. Ahí está, entregado a las humanas disputas. Que se defienda él, si puede.
Unos días antes del estreno, uno de esos días en qué lo pasas tan fatal, asediado por la duda casi total de lo que llevas entre manos, tuve que ir a la iglesia a buscar a nuestro chaval, Bernat, que es monaguillo de la parroquia. Nos metimos los dos en el coche y bajamos hasta Roda de Ter para comprar el periódico y hacer alguna cosa más que ahora no recuerdo. Por el camino Bernat me iba explicando la misa que habían celebrado, el nacimiento que habían puesto en la iglesia, "los villancicos que habían cantado. En la misma medida que crecía en él el entusiasmo yo me iba encogiendo, como el Pato Donald cuando le pasa algo muy gordo.
Algo me tranquilizaba: pensar en que el niño había asistido a muchísimos ensayos y pases del espectáculo y que sin embargo sus reacciones eran normales. En Roda de Ter compré EL PAIS y me encontré con un artículo de Miret Magdalena cuyo título es La Navidad, ¿para qué?, y cuya lectura me curó de golpe de todas las lombrices que estaba pasando. Ahí está el artículo, lo pueden leer todos, por lo que sólo voy a copiar un párrafo: "Se habían olvidado ya de la alegría religiosa de la Biblia, con un David cantando y bailando, o la actitud lúdica de los cristianos de los primeros siglos, que llegaron a estar en la Edad Media celebrando las fiestas de locos, que fueron la entronización de la jarana y de las imitaciones burlescas hasta de lo más sagrado, y sobre todo de lo eclesiástico. No habíamos llegado ni a los Cristos llorosos de la época de san Francisco, ni menos a los tétricos pintores y escritores religiosos de nuestra España de hace tres siglos. La seriedad religiosa de aquellas épocas olvidaba lo que recuerda recientemente el jesuita padre Bernard Basset: 'Un Dios que no se divierte con las travesuras de sus hijos difícilmente podría ser el padre de un hogar dichoso'".
Ya lo ve, estimado doctor Jubany: en definitiva, es lo que decía Cicerón: "Todas las artes que miran a lo humano están ligadas entre sí por eternos lazos de parentesco"
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.