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Tribuna
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La revolución traicionada

Con motivo del 25 aniversario de la entrada de Fidel Castro en La Habana, los pronunciamentos sobre lo que fue y es el castrismo ya están abundando, y se advierte una bipolarización de opiniones. Por una parte, la progresía hispana madura se pronuncia nostálgica y un tanto vergonzantemente a favor del castrismo. Es la revolución de nuestra juventud, así como la guerra del Vietnam fue nuestra guerra y, en cierto sentido, nuestra única victoria internacional histórica. Jaime Gil de Biedma pedía perdón por pertenecer a la edad de la pérgola y el tenis y nosotros pertenecemos a la edad de Castro, Gagarin, Los Beatles y la minifalda y el choque dialéctico entre dos pelmazos ilustres: Marat y Sade.Un tanto vergonzantemente, repito, porque, vacunados contra la tentación totalitaria, nos gustaría que el socialismo construyera democracias profundas para oponerlas como modelo a las democracias formales, y el castrismo, en ocasiones, ha cometido el error de imponer una moral y una estética de Estado, que un día persigue el homosexualismo y otro, versos. La poesía no delinque y el sexo en libertad y respeto hacia el otro, tampoco.

Pero así como el apoyo con reparos de la progresía no va más allá de un análisis superficial del asunto, la envalentonada derecha hispana se arriesga y se rasga las vestiduras porque, en su opinión, Castro ha traicionado la revolución. Curioso. A la derecha le molesta que las revoluciones sean traicionadas. A la derecha le gusta que la revolución cumpla su propósito emancipador y consiga un mundo mejor sin desigualdades y con la esperanza bien repartida. Es evidente que si la derecha pudiera fiarse de las revoluciones dejaría de ser derecha y marcharía, todos juntos y ella la primera, por la senda de la revolución. Pero la Historia le ha enseñado que la revolución devora a sus hijos y que el Cohiba es un aparato ideológico de Estado que un día se regala a Suárez y otro a Ignacio Gallego.

La Revolución Traicionada es un titular frecuente de nuestra derecha y, al mismo tiempo, la expresión de su desencanto anticastrista. No hay que hacerse mala sangre. Las cosas vienen como vienen y el día del Juicio Final los que han traicionado la Revolución lo pagarán muy caro.

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