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Ecología y pacifismo

En Italia acaba de ser creado un Ministerio de Ecología. La decisión no sé si será de alguna utilidad, pero, desde luego, me parece consecuente. Los habitantes del planeta estamos necesitados de medidas radicales en esta hora en que los grados de contaminación de todo tipo tienden a ser alarmantes. Estamos incluso más necesitados de medidas imaginativas que de leyes, pues sabemos muy bien que, a veces, éstas no se cumplen. O se cumplen sin el necesario rigor. Hay leyes para la protección de las costas, pero hasta hace muy poco el hormigón las ha seguido masacrando. Hay leyes para preservar los monumentos, pero el daño causado en muchos centro! históricos es irreparable. Hay leyes para proteger a los ríos, pero las aguas siguen sucias y en ellas flotan los peces muertos. Hay leyes para que el aire se mantenga limpio, pero el grado de contaminación y de riesgo nuclear va en aumente.¿Y qué decir de los desastres ecológicos extremos? ¿Son suficientemente castigados los responsables de que, de cuando en cuando, reviente un petrolero en pleno mar? ¿A quién se va a llevar a la cárcel tras la rotura de uno de los innumerables bidones radiactivos que yacen en la famosa fosa atlántica? Además, ¿es posible cualquier tipo de control serio sobre ese depósito infernal de basuras? Las leyes nada pueden contra el bandolerismo contaminador: contra la fábrica que evacua sus residuos venenosos de noche, contra el barco que arroja al mar los desperdicios orgánicos o el alquitrán, que luego nuestros pies encuentran en la playa. No sé cómo estará ahora el tramo marítimo entre Barcelona y Génova, pero recuerdo que allá por los finales de los años setenta quien hacía en barco y de día ese trayecto se sorprendía al ver que, con más o menos frecuencia, las latas y los plásticos le acompañaban flotando a lo largo de todo el viaje.

Sí, ya sé que un Ministerio de Ecología funcionará también con leyes, pero yo quería, sobre todo, subrayar la creación en sí de ese nuevo organismo, la drástica medida, la idea. La verdad es que en Italia existe una notable sensibilización hacia los problemas del medio ambiente. Quizá esa sensibilización ha nacido demasiado tarde, cuando el paisaje ha sufrido no pocas mordeduras y las gigantescas refinerías de petróleo se aproximan, cada vez más al valle de los templos de Agrigento. Pero existe, no cabe duda, un gran respeto hacia los cascos antiguos de las ciudades y hacia los paisajes, que siguen siendo tan armónicos y bellos; respeto que acaso nazca de una buena educación escolar o de la ya antigua tradición turística de este país. No lo sé con certeza.

Recuerdo ahora las drásticas medidas que el Gobierno italiano adoptó en otoño de 1973, a raíz de la crisis del petróleo. (Siempre el petróleo por medio -el gran negocio- al tratar los temas del medio ambiente.) Ante el escepticismo general se tomaron ciertas medidas, un tanto provocadoras para un pueblo que ama la velocidad y el lujo automovilístico como ningún otro. Pero los resultados fueron muy satisfactorios. Algunos fines de semana se suprimió. el tráfico, o sólo podían circular los coches de determinadas matrículas. (Los pares un fin de semana, los impares el siguiente.) Recuerdo muy bien el optimismo y la naturalidad con que la gente sacó los domingos a las calles las bicicletas, los carruajes y los caballos. Y se vio con asombro que, dentro de la ciudad, sin atascos y sin humos, se podía llegar a cualquier sitio casi en el mismo tiem-

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po que utilizando el automóvil. También por aquellos días cayó una de las losas de mármol del Duomo de Milán, y en seguida se suspendió el tráfico en toda la plaza. Los excesos de la circulación estaban conmoviendo la mismísima estructura de la catedral.

Supongo que hoy todo este tipo de medidas ya se habrán visto atenuadas -¡mientras todavía haya petróleo!-, pero es reconfortante ver que la reacción frente a los peligros que corre el medio ambiente existe y que el nuevo Gobierno ha tomado sus medidas. Esto ya me parece suficiente. Un cierto grado de consciencia, de capacidad de respuesta, es la base mínima para crear, si no un mundo nuevo, sí un mundo limpio. Porque ya empezamos, a estar hartos de las teorizaciones de todo tipo, de los cómodos esquemas mentales, de los clíchés, como ese tan manido y tan de última hora de los dos grandes bloques. Se tiende a globalizar los problemas, a partir el mundo en dos como si fuera una tarta. Pero nadie nos suele hablar de cuestiones más concretas. Rara vez conocemos el nombre y la dirección de quienes saquean la naturaleza o enfangan los ríos. Son contados los verdaderos responsables que se logra desemnascarar en la quema de los bosques: los depredadores de terrenos. Nadie nos dice con claridad qué países o qué partidos políticos especulan más, violan más descaradamente las leyes de la naturaleza, protegen sin el más mínimo remordimiento de conciencia a los que corrompen cada día un poco más el planeta.

¿Cómo se puede a estas alturas, en un mundo rabiosamente consumista, en un mundo beodo de desaforados industrialismos, hacer planteamientos políticos y no ecológicos? ¿Quién teme a la ecología? La respuesta, en verdad, es muy simple. Y puesto que la posibilidad de una catástrofe o guerra nuclear es la contaminación por excelencia -la contaminación suma-, cabe también la posibilidad de hacer otras preguntas: ¿Se puede hoy hacer política sin hacer pacifismo? ¿Es el pacifismo intrínsecamente malo, como algunos nos quieren hacer creer? Estas dos preguntas acudieron a mi mente hace unas semanas al ver las intervenciones que en torno a este tema nos ofreció un programa de televisión. Porque, claro, en seguida surgió, al tratar este asunto, el cliché de los dos grandes bloques. Y alinearse, tomar posición respecto a ellos, fue todo uno. Generalmente, nadie suele afirmar de entrada que está por la paz sin distintivos, por la idea de paz.

¿Qué postura deben adoptar aquellas personas que no creen en el férreo esquema de los bloques? ¿Qué se puede hacer con los sentimientos de todas aquellas personas que creen que los cohetes, de cualquier signo, son malos? Es tristísima la visión apasionada y ligera que se da de este tema. Es más, la negación del movimiento pacifista nos indica hasta qué extremos de confusión y de aberración ha Regado el ser humano. Todo armamento nuclear es negativo. Ésta es la base del pacifismo; ésta debe ser la idea central de todos cuantos aman la paz.

Hay una tendencia a juzgar como ingenuo o engañoso el p4cifismo, como si a una manifestación de 100.000 personas pudieran acudir 100.000 estúpidos, 100.000 niños sin criterios éticos, que se dejan engañar fácilmente. Es muy probable que en toda manifestación haya un tanto por ciento de personas manejadas -la información y la desinformación hacen maravillas en nuestros días-, pero repito la pregunta: ¿qué hacer con los miles, con los mifiones de personas que aman la paz y sienten su indefensión? Aquí tiene en buena parte su origen el nacimiento del llamado partido verde alemán.

Pero al tratar este tema también hay personajes malévolos que en seguida se preguntan por qué puede nacer un partido de estas características, un partido tan atípico, y quién está detrás de estos jóvenes inadaptados y desobedientes, más o menos románticos. Quienes así piensan desconocen que la idea de un futuro más puro y con menos riesgos nace como reacción al monolitismo de los bloques, a las transigencias y confabulaciones bipartidistas, a la santificación de un orden extremo, al infalible control de los ordenadores, al industrialismo salvaje, a la superpoblación, a una sociedad más y más contaminada a todos los niveles.

¿Son, pues, los ecologistas y los pacifistas enanos ¿infiltrados? El mundo corre demasiados riesgos para andar haciendo suposiciones tendenciosas. No olvidemos, por ello, que la raíz del ideario pacifista es lógica y justa, es humanitaria. No importan las señales externas, los colores, los bandos. Lo que importa es que la idea originaria del pacifista es sana. Por el contrario, la idea de los armamentistas es malsana, responde burdamente a los intereses del industrialismo bélico, es negadora de toda esperanza de un mundo mejor y más seguro.

Llegados a este punto, se repiten las preguntas que nos hicimos para la ecología. ¿Quién teme al pacifismo? Y si no hay respuestas para esta pregunta, ¿por qué no toman los seres humanos medidas más ingeniosas, más originales? ¿Por qué no se lleva adelante esa idea tan lúcida, expresada por un humorista, de que los dos bloques trasladen al Pacífico la amenaza de una guerra nuclear? ¿Por qué no se juega a hacer la guerra por la otra cara del planeta? ¿Por qué no dejar que Europa respire tranquila mientras se crean cada día más Ministerios de Ecología, más Ministerios para la Paz.

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