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A la búsqueda de una nueva generación de intelectuales

Juan Luis Cebrián

No sería justo negarles a los socialistas españoles el reconocimiento del esfuerzo y el empeño que han puesto, desde el poder, en promover la cultura en todas sus formas. La experiencia de los ayuntamientos de izquierda, cuatro años previa a la victoria del PSOE por mayoría absoluta en las legislativas de 1982, había resultado extraordinariamente positiva en este terreno. Bajo la batuta de los alcaldes socialistas se inició una recuperación de la calle y del entorno urbano en muchas de las ciudades españolas, se impulsaron las actividades culturales, se avivó el debate y se encendieron las esperanzas. Este precedente, aun con las lacras del dirigismo inherentes a él, era mirado como un buen augurio de lo que el partido podría hacer desde el poder central en este terreno. Un año largo del ejercicio de ese poder ofrece signos contradictorios del entendimiento de su papel en la cultura y en el diseño de nuevas formas de vida y convivencia.Desde el punto de vista de la cultura institucional, el empujón dado por el Gabinete de Felipe González a las actividades artísticas y a la creación intelectual ha sido meritorio. La música, las artes plásticas, la actividad literaria, el teatro, el cine, han experimentado un crecimiento imposible de ignorar. Se han multiplicado las representaciones de ópera en Madrid, se trata de recuperar la zarzuela como género propiamente español, se impulsa el jazz, aumenta el interés popular y la asistencia a las exposiciones, se dignifican los premios literarios, se promueve la presencia cultural española en el exterior, se reorganiza el sector cinematográfico... El balance no puede ser, en este aspecto, más que positivo para el Gobierno, anclado, sin embargo, en el mantenimiento de una televisión monopolista y pública sin calidad ni credibilidad ningunas y en la ausencia de una política de investigación científica. Bien es verdad que la propia ausencia de autores y creadores en muchos terrenos, las lacras heredadas, y aún persistentes, de la censura y la represión del franquismo y las carencias educativas del entramado social español dificultan aún la aparición de un movimiento verdaderamente coherente y solidario en estos campos.

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No se puede hablar aún de una nueva generación de intelectuales españoles, aunque se pueden descubrir los tanteos y los esfuerzos que se realizan, a contracorriente de una Universidad decrépita y de una sociedad todavía demasiado aferrada a las formas tradicionales de entender la, cultura y su expresión.

Pero he ahí brevemente apuntado el problema de fondo al que el PSOE apenas ha aportado novedades serias: el mantenimiento de unos criterios y reconocimientos culturales extraordinariamente obsoletos -basados en gran parte en los mismos nombres de siempre, el mismo sistema de premios y dádivas, la misma parafernalia de honores cortesanos- que dificultan la labor crítica y determinan un cierto despegue de no pocos intelectuales valiosos respecto al significado del cambio. Éste había sido entendido por no pocos votantes socialistas como un verdadero cambio de valores, de criterios pensantes, en la meditación, el análisis y la crítica de los fenómenos sociales; como un efectivo cambio cultural y no sólo como una ocupación de las instituciones tradicionales por parte de la izquierda. Siendo benevolente con el Gobierno puede decirse que éste está administrando bien la herencia del pasado, con honestidad y cierta eficacia, pero no está transformando las estructuras intelectuales y culturales que lo justifican y le ayudan en su permanencia. Por expresarlo de algun modo, habría que entender que el cambio socialista se refiere más bien a una purificación de las formas tradicíonales de ejercer el poder, pero no afecta a la naturaleza del poder mismo ni al entramado sobre el que se asienta. Aprisionados entre la necesidad de apoyar al primer Gobierno de izquierdas estable que existe en toda la historia de España y el explicable horror a convertirse en instrumentos de ese mismo poder, que ha reproducido vicios y defectos que se creía o se acusaba eran exclusivo patrimonio de la derecha conservadora, los intelectuales españoles se debaten en la nada cómoda situación de renunciar a su utopía o ser acusados de desestabilizadores. Y, sin embargo, de la capacidad que tengan los intelectuales mismos para saber escapar de esta trampa, sutilmente tendida por los intereses de la Administración pública, del partido gobernante y de la nueva clase política, depende en mucho la concreción de ese cambio, visible en muchos aspectos de la vida política, pero invisible aún en la creación de nuevas vías de acercamiento y análisis de la realidad.

Se me dirá con razón que esta crisis cultural profunda que en definitiva significa la situación descrita no es patrimonio exclusivo ni de este tiempo ni de la sola geografía española. Se inscribe en un desconcierto general de la cultura europea y, dentro de ella, de su elaboración progresista. Pero éste es pequeno consuelo. Los efectos peturbadores de ello para la experiencia socialista española y para la consolidación democrática en España no tardarán en verse.

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