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El nuevo régimen puede desencadenar otra 'guerra del petróleo'

"La única solución a la actual situación de atonía es el cierre del estrecho de Ormuz o, más previsiblemente, un golpe de Estado en Nigeria". Con esta frase realista, no exenta de la crudeza habitual con la que se expresa la gente del petróleo, sentenciaba hace dos años un conocido importador español de crudo el difícil momento que para los productores atravesaba el mercado mundial. En aquella fecha, el precio del barril de petróleo de máxima calidad (el bonny nigeriano) había iniciado un fuerte descenso, incluso en su valor nominal, y de los 41 dólares que alcanzó en el clímax de la revolución iraní en 1979, ya se presagiaba que podría acabar en su caída libre en los 25 dólares.En enero de 1984, los 25 dólares no se han alcanzado por muy poco, aunque tampoco se ha cerrado el estrecho de Ormuz, pese a las amenazas catastrofistas de los líderes iraníes. Pero el general Mohamed Buhari, que meses antes de la profecía había dejado de representar a Nigeria como ministro de Petróleo ante la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), ha dado la razón al broker español cuando, al acabar de un plumazo con "la más grande, por extensa, de las democracias africanas", ha hecho buena la tesis de que la OPEP necesita crisis permanentes en el seno de alguno de los países miembros para mantener artificialmente altos los precios.

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Aunque, desde su punto de vista, Nigeria puede ver las cosas de muy diferente manera, ya que, en esta ocasión, le ha tocado pagar la factura. Con una población heterogénea de 82 millones de habitantes, una deuda exterior de 15.000 millones de dólares y una economía dependiente en más de un 90% del petróleo, el país africano lleva viviendo más de tres años de la caridad de Arabia Saudí, que le inyecta fondos en préstamos encubiertos para mantener así su propio precio del crudo, y de la esperanza de alcanzar una previsible ayuda de urgencia del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Precisamente un día antes del golpe de Estado, el ahora depuesto presidente nigeriano, Shehu Shagari, con intención de cumplir los requisitos que le impondrá el FMI, anunciaba el presupuesto del Estado para 1984, que contenía -con unas reducciones del 30% en los gastos federales y del 40% en las importaciones- un plan de austeridad de imprevisibles consecuencias en un país con una población en las fronteras de la miseria.

Lo que piensa hacer desde la presidencia el ex ministro de Petróleo de Nigeria, es una incógnita. Pero los expertos están de acuerdo en que el margen de maniobra que tiene es muy estrecho. O bien se lanza por el difícil y estéril camino de buscar soluciones dentro de la OPEP, recabando más cuota de mercado y acompañando la demanda con una política petrolera radical a lo iraní o argelino, o abraza el peligroso camino de la libertad de precios, ya ensayado con escaso éxito por su predecesor y que culminó en marzo con el primer descenso en las tarifas nominales del crudo. Cualquiera de las dos soluciones es previsible y cualquiera de las dos culminaría con el mismo desenlace: una inevitable guerra de precios, ya anticipada ayer en Caracas por el ministro venezolano de Energía y Minas, José Ignacio Moreno León, que beneficiaría a los consumidores.

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