Oscuridad en Moscú
LAS REUNIONES del Comité Central del PCUS, y del Soviet Supremo de la URSS se han rodeado de una serie de aspectos oscuros que no pueden por menos de suscitar inquietud, por mucho que uno se esfuerce por admitir la existencia en Moscú de hábitos de gobierno diferentes a los de otros países. Primero, la situación de Andropov: no la enfermedad en sí, pues es completamente natural que una persona de 69 años sufra unos u otros achaques. Pero desde hace más de cuatro meses no asiste a ningún acto público y no hay ni siquiera un reconocimiento oficial de su enfermedad; la única indicación es que su ausencia es temporal; tampoco ha habido medidas públicas para el desempeño, al menos provisional, de sus funciones por otro; ni siquiera se ha dado a conocer el nombre de la persona que leyó su informe ante el Comité Central. Por otro lado, y es quizá el aspecto más anormal de las reuniones de fin de año de las dos cumbres soviéticas (la del partido y la del Estado), el tema internacional ha estado prácticamente ausente de los debates; Ponomarov, un veterano de los menos prestigiados del Buró Político (suplente desde hace casi 20 años), presentó una breve resolución, aprobada luego por unanimidad; pero se trata de hecho de una repetición de las declaraciones hechas ya por Andropov el 28 de septiembre y el 24 de noviembre pasados. Hace falta recordar que la base de la política soviética en los últimos años ha sido lograr una presión tal sobre EE UU que obligase a éste a negociar sobre las armas nucleares, tanto las de alcance medio (los euromisiles) como las estratégicas. Ahora los euromisiles están siendo colocados; las negociaciones están rotas en Ginebra y en Viena. Se ha producido un cambio radical de toda la situación internacional. Parecía ineludible que los dirigentes soviéticos, ante el Comité Central y ante el Soviet Supremo, diesen una explicación de cómo han fracasado sus planes anteriores; que trazasen su visión de la nueva situación europea y mundial; sus perspectivas para hacer frente a peligros que conciernen a toda la humanidad. Nada ha habido sobre eso en el Comité Central; y una escueta resolución con cosas sabidas en el Soviet Supremo: no es exagerado hablar de ausencia de la política internacional.Resulta difícil desentrañar los aspectos oscuros que han tenido las reuniones de Moscú; las interpretaciones deben formularse con precaución y reconociendo cierto riesgo de error. Pero dos tendencias se han afirmado con bastante claridad: a pesar de su ausencia, Andropov ha logrado dar nuevos pasos en la línea que definió hace poco más de un año cuando sustituyó a Breznev; y, sobre todo, ha adelantado bastante en la creación de un nuevo grupo dirigente en el Buró Político y en el Secretariado del PCUS. La línea de Andropov se puede definir como voluntad de modernizar, pero sin reformas; de hacer funcionar mejor un aparato productivo anquilosado. Ello no significa que sólo haya hecho cambios cosméticos; ha aplicado medidas para reforzar la disciplina, disminuir las corrupciones, flexibilizar algo la gestión. Ahora insiste en que hay que seguir por ese camino y en que las cosas van mejor desde que él está al frente del país. Sin embargo, ha tenido que reconocer serios fallos y, sobre todo, un estado de descontento de la población. Es muy dudoso que esa política de mano dura y de parches pueda dar resultados serios. La relación entre el sistema político y la población ni siquiera se ha abordado; se preparan para marzo elecciones con el método del candidato único, que los húngaros se disponen a superar. Seguir hablando de papel dirigente del partido comunista se convierte cada vez más en lenguaje vacío.
Según numerosos comentarios, Andropov ha renunciado a afrontar una reforma seria ante la convicción de que, sin un profundo cambio del personal político, fracasaría. Lo que es indudable es que en ese terreno ha habido modificaciones en la corta etapa Andropov: unos 20 primeros secretarios de región (con grandes poderes en un país tan extenso) han sido sustituidos; nueve de los 23 departamentos del Comité Central han cambiado de jefe. En el Buró Político, incluidos los suplentes, unos ocho miembros tienen menos de 65 años; en el Secretariado, cinco. Entre los cinco que figuran a la vez en los dos organismos, tres -Dolguikh, Romanov, Gorbachev- tienen entre 52 y 60 años. Además de estos dos últimos, la entrada de Vorotnikov en el Buró Político sitúa un nuevo candidato razonable para una eventual sustitución del secretario general. Pero no se trata sólo de edad: muchos de los nuevos incorporados a la cumbre del PCUS son hombres de formación universitaria o técnica, que han hecho su carrera sobre la base de éxitos en la gestión económica y administrativa; están bastante distanciados de la revolución y de la guerra, aunque la ideología oficial, y sus ritos, siguen intactos. Ninguno de ellos ha manifestado nunca simpatía por una actitud de reforma; y en eso coinciden con la línea de Andropov. Las nuevas elecciones de altos cargos son una preparación del porvenir; pero a la vez el reconocimiento de las exigencias de una ley casi biológica. Este proceso se reflejará necesariamente en el
próximo congreso, convocado para 1985. No hay ninguna seguridad, más bien lo contrario, de que cambios de ese género se acompañen de una capacidad de abordar con ideas nuevas la crisis gravísima del sistema soviético. Y la ausencia de iniciativa política en el plano internacional, el peso cada vez más evidente de los militares en las tomas de decisión en cuestiones exteriores, dibujan un estado de transición en Moscú; aunque Andropov lograse cierta recuperaración de su salud.
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