Los límites de la maldición
Los grandes mudos no abundan en la literatura contemporánea. Tal vez el mexicano Juan Rulfo sea el líder de este extraño campeonató, el escritor que guarda silencio durante más de un cuarto de siglo después de la publicación de una obra maestra, en su caso el excepcional e incombustible Pedro Páramo (1956). Jean Genet le sigue muy de cerca. Su última obra publicada fue Los biombos, allá en 1961. Desde entonces, y exceptuando algunos textos breves y testimoniales, o alguna infrecuente entrevista, el último gran escritor maldito de la literatura francesa - y tal vez de la universal- guarda un silencio forzado, tenso, poblado de voces misteriosas. Su obra, clandestina en un principio, secreta después, prohibida inicialmente, ha Regado a los escenarios, al cine, a la televisión, a las colecciones de bolsillo. Genet logró perforar con un verbo excepcional su propia maldición, pero hasta tal punto que eligió después el silencio para poder seguir enarbolándola.Hijo de la asistencia pública -donde su madre lo abandonó-, conodenado por ladrón a los diez años, carne de reformatorio, ratero, homosexual, presidiario, fue en plena ocupación de Francia durante la segunda guerra mundial cuando sus escritos llamaron la atención de algunos intelectuales, Jean Cocteau el primero de ellos, Bataille después, Sartre: el último y el canonizador, Jean Genet fue graciado, salió de prisión, y comenzó a publicar las obras que allí había, escrito -poemas como El conde nado a muerte, Un canto de amor, Marcha fúnebre, novelas como Nuestra Señora de las Hores, Milagro de la rosa, Querella de Brest-, pero todo ello en edicio nes semiclandestinas, perseguidas, que provocaron el gran escándalo literario en la Francia de posguerra.
Poemas elásicos, de un lujo verbal desacostumbrado, perfectamente rimados, de estructura estrófica tradicionat, donde deslumbradores alejandrinos cantan el erotismo homosexual, el asesinato, el robo y la cárcel, y por lo general dedicados al amor y la nostalgia por algún compañero perdido. Novelas donde se agolpan las imágenes fascinantes, los episodios más sórdidos, el canto al delito, a lo marginal, al mal. Genet no buscó el escándalo, pero su singularidad se lo proporcionó. Mauriac le calificó de "excremencial"; Sartre de "santo, actor y mártir", en una de sus mejores obras: un volumen de 600 páginas en el que se convirtió un prólogo que debía escribir para la edición de las obras completas de Genet: Saint Genet, comedien et martyr.
Pero Jean Genet era más poeta en sus relatos que en sus poemas, y resultó ser mejor novelista en el teatro que en la nartativa. Sus obras teatrales -Severa vigilancia, Las criadas, Los negros, El balcón y Los biombos- fueron objeto de polémicas y escándalos frecuentes. Allí aparecían asesinos y homosexuales en la cárcel, criadas que hacían de señoras, negros disfrazados de blandos, o solemnes personajes representando en un burdel. Siempre la apariencia contra la identidad, la condena de lo social y lo político, el compromiso en favor de Argelia -en plena guerra descolonizadora-, como después lo haría con los Panteras Negras, la banda Baader-Meinhoff o los palestinos: uno de sus últimos textos ha sido, un trabajo sobre la matanza de Sabra y Chatila. Genet ha enmudecido hace más de veinte años; pero su silencio sigue, hablando de los marginales, de los diferentes, de las víctimas, pues su autor fue una de las primeras. Ya no escribe literatura, sino testimonios urgentes y cuando lo necesita. Logró con su palabra romper los tabúes y consagrar al escritor maldito, y nadie lo ha sido como él en este siglo de terror.
Y al final, la santidad muda. En su último relato, Diario del ladrón (1949), proclama la conversión de la vida en leyenda. Tras esta leyenda Genet se ha ocultado, pues no puede huir de la maldición. "¿A dónde conduce su vida?", le preguntaban en 1964. Genet respondió: "Al olvido". Pero "la literatura es lo único que le queda al que ha sido expulsado del reino de la palabra establecida" y lo fundamental de la literatura es durar. La obra`dura, como el testimonio de la "santidad" que Sartre proclamaba -y que por cierto hizo enmudecer a Genet por vez primera, durante seis años- y que el escritor parece haber encontrado definitivamente en el silencio. Da igual: la obra sigue hablando sin cesar, ininterrumpidamente, seguirá hablándo hasta el final de los siglos.
Bibliografía en castellano :
Para un funámbulo. Traducción de Eva del Campo. J. J. de Olañeta, editor. Barcelona, 1979.
Querella de Brest. Traducción de Felicitas Sánchez. Editorial Debate. Madrid, 1979. Milagro de la rosa. Traducción de María Teresa Gallego e Isabel Reverte. Editorial Debate. Madrid, 1980.
Nuestra Señora de las Flores. Traducción de María Teresa Gallego e Isabel Reverte. Editorial Debate. Madrid, 1981.
Poemas. Traducción de Antonio Martínez Sarrión. Colección Visor. Madrid, 1982.
Diario del ladrón. Prólogo de Jorge Urrutia. Traducción de María Teresa Gallego e Isabel Reverte. Editorial Seix Barral. Barcelona, 1983.
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