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El futuro de Polonia permanece encerrado en un callejon sin salida

Los manifestaciones convocadas por la clandestinidad en Polonia, con ocasión del 23º aniversario de la matanza de diciembre de 1970 y los muertos de la mina Wujek, durante la ley marcial, han resultado un fracaso casi total por la apatía y hastío de la población y la presencia masiva de la policía. El discurso programático de Lech Walesa carece de perspectivas, y la postura del líder sindical, que el día 16 se quedó en la cama, contribuye todavía más a la ambigüedad y paralización de la situación.

El poder se refugia en la autocomplacencia y cierra los ojos ante la realidad de una sociedad hostil y desmoralizada. Polonia sigue en un callejón sin salida: el poder dispone de la fuerza necesaria para paralizar a la oposición y la resiste hacia pasiva de la población impide que se puedan sentar las bases para sacar al país de la crisis. La coyuntura política internacional, el endurecimiento de las relaciones Este-Oeste, reduce también el margen de maniobra para conseguir un entendimiento nacional, basado en un gesto generoso de reconciliación.

La tentación del régimen

El régimen polaco puede caer en la tentación de interpretar como un éxito el fracaso de las manifestaciones. El ministro del Interior, general de división Czeslaw Kiszczak, había dicho hace días en la Dieta (Parlamento) que la clandestinidad ya no existe. En cierto modo tiene razón. Desde una óptica policial, el poder de convocatoria de la clandestinidad ha quedado reducido a un mínimo. Circula la literatura y propaganda ilegales, existe una coordinadora provisional del sindicato prohibido Solidaridad y, con la ayuda de las emisoras extranjeras de onda corta, se mantiene informada a la población polaca de la actividad clandestina, pero todo esto no basta para obligar al régimen a negociar.El orden -en el sentido estricto de orden público- reina en el país, pero las zanjas entre el Estado y la sociedad, entre el poder y el pueblo, siguen abiertas e insalvables. Con una presencia más o menos masiva de la policía, se impide una manifestación, pero no se puede aumentar la producción y poner orden en la caótica economía. nuevas subidas de precios están a 12, puerta. El Gobierno parece haber postergado hasta después de febrero la impopular medida, lo qae es un síntoma de inseguridad, a pesar de que la solidaridad clandestina no consiguió sacar a la gente a las calles de Pokonia.

Walesa se ha esforzado, con su gesto de pedir el levantamiento de las sanciones, pero el resto de su discurso fue un catálogo de acusaciones al poder, todas ellas ya conocidas, y sin oftecer una perspectiva de salida.

Walesa parece prisionero de sus propias contradicciones. No puede distanciarse de la dirección clandestina de Solidaridad, aunque se ve claramente que no comparte sus llamamientos aacciones callejeras. Su enfermedad del día 16 parece lo que en la terminología futbolística se conoce como una lesión táctica. El líder sindical no puede tampoco ir muy lejos en sus ofertas de diálogo, cuando siete de sus compafieros de sindicato y cuatro de sus consejeros están presos -se habla de rehenes-, en espera de un juicio militar.

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El poder en Polonia tampoco puede o no se atreve a ofrecer un diálogo, en un momento de tensión internacional y de incertidumbre sobre el liderazgo en la Unión Soviética. La constelación no puede ser más desfavorable, cuando la crisis económica continúa socavando Polonia y se necesitaría el esfuerzo de todos para salir del "inarasino", como dijo Walesa. Sólo con imaginación y coraje, por ambas partes, podrá sacarse al país del atolladero y evitar que en los próximos meses se llegue a una explosión social incontrolada, ante las subidas de precios.

En esta coyuntura, quizá sólo la jerarquía católica polaca, con el apoyo del Papa, puede servir de mediadora entre el poder y la sociedad para abrir de nuevo la posibilidad de un entendimiento. Un gesto político de ambas partes -amnistía total y renuncia a la actividad clandestina- sería una posibilidad para romper la situación de tablas y salir de un callejón sin salida.

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