Tedio y mutantes
Edward Albee se estableció sólidamente en 1962 con ¿Quién teme a Virginia Wolf?, después de haber sido estimado con Historia del zoo. La crítica literaria le atribuye el papel de analista sarcástico y cruel de la pareja contemporánea y se le hace heredero del teatro del absurdo y tributario de Ionesco.Seascape es un compendio de todo ello. Una pareja va a la dorada arena del mar en un día solitario y tranquilo, pero, eso sí, pendiente de la amenaza nuclear. Y del mar surgen dos mutantes, especie de lagartos humanoides que han recorrido ya parte de un nuevo camino de la evolución. Tardan toda la primera parte de la obra en hacer este encuentro.
Dos obras distintas
Seascape,
de Edward Albee.Versión de Alfredo Mañas Aymach y Paloma Lorena. Intérpretes: Paloma Lorena, Germán Cobos, Francisco Olmo, Mara Goyanes. Escenografía y figurines de Concha F. Montesinos. Estreno: Sala Cadarso, 13 de diciembre de 1983.
Casi parecen dos obras distintas: la primera parte, remedo de la incomprensión, de la imposibilidad de comunicación -pese al amor y a la larga convivencia- de la pareja humana: largo, largo diálogo. La segunda tiene otro corte: al principio, la comicidad miedosa del encuentro entre las dos especies; al final, la filosofía biológica de la mutación genética, cierto intento de convencer a los nuevos para que vuelvan al mar vista la amargura de esta vida, y una resignación final al destino que obliga a que se cumpla la evolución.Versión y dirección han actualizado las referencias y han resaltado lo que podría ser más próximo a la situación mental de hoy: el miedo a la guerra nuclear, su presencia continua y la presión de este miedo sobre las vidas humanas.
Han tratado de salvar el aburrimiento soporífeto de la primera parte -el agotamiento de la pareja durable tiene hoy otra óptica-, han acentuado la comicidad del encuentro con los absurdos seres del abismo y han producido un diálogo con desparpajo. El director ha injertado músicas, ruidos, fondo de noticiarios y movimientos para animar la pieza. El resultado, de todas formas, no es óptimo. Se notan las capas añadidas, y el tema queda lejos de llegar al nivel de opresión y sarcasmo que darían cierta vida a la obra, representada en un sucinto pero bonito espacio de Concha F. Montesinos.
La interpretación pesa sobre Paloma Lorena, que la trabaja con naturalismo, y sobre Germán Cobos, que busca la eficacia. Francisco Olmos y Mara Goyanes procuran el contraste de lo insólito. Y los cuatro también hacen un notable esfuerzo de animación. Nada pasa de ser un intento.
En la función del miércoles por la tarde habría una veintena de personas, que aprobaron el trabajo de todos.
Babelia
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