Poesía viva
Una delicada maravilla. Conviene correr a la Sala Olimpia para ver este Circo imaginario inventado y representado por dos comediantes luminosos, Victoria Chaplin y Jean-Baptiste Thierrée. Es una representación de teatro sobre el tema del circo, incluso con algún número de riesgo; pero basta ver a Victoria Chaplin caminando bajo la cuerda floja -suspendida de ella-, como la imagen de una funámbula reflejada en un lago, para comprender que el riesgo no es más que un valor secundario y lo que importa es una poesía de metáforas, de imágenes literarias y también visuales, de un grafismo de la mejor tradición.Oriental y occidental: las transformaciones de los artistas con abanicos y con sombrillas producen unos queridos monstruos tocados por la gracia, la fantasía y el humor.
Hay una cuestión de talento y de inteligencia. Nos enseñan estos artistas una lección que se suele olvidar muchas veces, y es que el talento no brilla sin la técnica y el esfuerzo, ni viceversa.
Hay, sin duda, años de trabajo diario para conseguir estos resultados.
Thierrée el único que habla
Jean-Baptiste Thierrée tiene lo que se llamaba vis cómica: una fuerza que irradia de su mirada y de su sonrisa. Es el único que habla. Cuenta pequeñas fábulas con una poesía como salida de Prévert; leves historietas graciosas y sentímentales convertidas en imagen con elementos muy simples. Victoria Chaplin es silenciosa y un poco misteriosa; ágil, con una mirada grande y profunda, un cuerpo obediente, una capacidad profesional para la manipulación. No dejan pasar un segundo sin inventar algo que divierte o conmueve.
Un espectáculo sin daño, sin violencia, producido en una luz como de acuario y entre música perfectamente elegida -cuando no producida en escena- que no puede dejar a nadie insatisfecho. Hay que correr a verlo a la Sala Olimpia. Pero no olvide usted su abrigo. El calor del espectáculo y de los aplausos no es suficiente.