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O no ser

Elizabeth Bouvia, 26 años, afectada de parálisis cerebral desde su nacimiento, quiere morir y ha pedido ayuda a los médicos. Gran revuelo en Los Ángeles y expectativa mundial en torno al juez que decidirá en el caso. Efectivamente, esta chica prefiere morir, pero en lugar de optar por las limitadas y más bárbaras formas de suicidio a las que tendría acceso por sí misma, busca el auxilio de la ciencia. Parece una acción civilizada y cabal. Pero nada: gran escándalo. Si esta mujer, mediante su madre -como es, aunque injusto, común-, hubiera pedido asistencia científica para venir al mundo apaciblemente, habría sido estimado, en general, muy razonable. Incluso plausible. Pero si la persona, ya en uso de sus facultades, solicita ayuda para abandonar la condición de vivo y pasar a la de muerto, gran parte de la opinión se conturba, los médicos se consternan y se apartan de la víctima. El paciente parece, de pronto, un hereje; el vivo, un extraño. A quien se le compadecía como inocente, de repente se le juzga como a un reo.Qué reacciones más raras. ¿Cómo es posible reconocer el derecho a vivir sin el derecho a morir? No se entiende. En verdad, llegado a este punto, o bien se admite que tanto la opinión pública como los médicos están comportándose ideológicamente o bien parecen falsarios. Pero no, falsarios no. Se están comportando tendenciosamente, y lo más juicioso para ellos sería abandonar pronto esa deplorable actitud que, sobre todo a los médicos, como partícipes de la comunidad científica, en nada les beneficia. ¿O es que la ciencia apuesta siempre a favor de la vida? Claro que no.

En fin, ¿a qué tanto trastorno? Si esta chica desea morir, no quiere o no puede soportar por una u otra razón su vida, ¿con qué derecho se le puede negar este derecho? ¿En nombre de qué totalitarismo impronunciable se justificará la preservación de su tortura? ¿En virtud de qué inconfesable soberbia de los vivos se niega el placer de la muerte? Evidentemente, sólo los que toman a la muerte como un excremento -lo que ya es presunción- o como un antagonista radical de la vida -lo que ya es fanatismo- proseguirán en la severa postulación de vivir y vivir. Es decir, de vivir como una indiscutible condena.

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