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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La nueva realidad /y 2

La educación, la investigación, la libertad, la iniciativa privada y el imperio de los valores humanos son algunos de los puntos que toca el autor en este segundo trabajo como caminos para enfrentarse con los nuevos problemas que plantea la realidad contemporánea. No se pueden seguir utilizando clichés del pasado y es preciso hacer posible una nueva evolución conceptual que integre los nuevos valores que están irrumpiendo inexorablemente.

Nos hallamos en un período de profundas transformaciones -lo que exige el mantenimiento más firme de los sustratos éticos en que se asientan y que las hacen posible- que conlleva la reorientación de las teorías económicas y de su aplicación práctica, de la utilización y gestión de la tecnología y, muy especialmente, del sistema educativo. Se trata de un cambio esencial para el futuro: nuevos conocimientos y nuevas formas de adquirirlos. Se trata de una modificación sustancial de los sistemas de aprendizaje. Se trata, en fin, de hacernos poco a poco hombres nuevos, mujeres y hombres que acepten sin aspavientos ni desgarros un nuevo estilo de vida: una vida en la que el tiempo libre, la formación permanente, los períodos de desempleo (para que no sean siempre de los mismos ni más de ellas que de ellos) formarán parte de nuestro entorno habitual, de nuestra nueva circunstancia. Los estilos tradicionales, la apetencia de títulos, la aspiración a posiciones vitalicias irán declinando hasta desaparecer.En efecto, tenemos que acostumbrarnos -los hijos, pero sobre todo los padres- a profesar menor reverencia al título; a prestar más atención a lo que se sabe que a lo que se dice en una cartulina que quizá se supo; a desdramatizar las carreras convencionales y aceptar (de igual modo que se acepta no concurrir a las olimpiadas, lo que no constituye ningún desdoro, si no se salta el listón correspondiente) unos sistemas de acceso a los estudios superiores suficientemente equilibrados y orientativos, porque siempre es mejor llegar a ser lo que se puede ser, aunque no esté desvelado, que empeñarse en seguir caminos inadecuados en los que con esfuerzo se llegará... a la mediocridad. Todos -insisto que muy especialmente los padres- debemos ir aprendiendo a considerar el proceso de elección y selección inicial con gran naturalidad, sabiendo que ya nada es definitivo, dejando la tozudez para destacar en aquello para lo que estamos especialmente capacitados.

Romper etapas

Es lamentable observar muchas frustraciones, por innecesarias, en jóvenes que, muy al contrario, deberían estar contentos de haber descubierto cuál es el aprendizaje más acorde con su personalidad o, al menos, aquellos que no se acompasan con su potencial humano y formación previa.

Hasta hace unos años, la educación, el trabajo y el retiro eran épocas de la vida que se sucedían en períodos perfectamente establecidos y determinados. Ahora no; ahora iremos pasando por todos ellos de manera intermitente, de tal modo que toda la vida será un proceso de formación y de actualización permanente en el que prestaremos servicios a la comunidad en aquellos temas en que podamos hacerlo con notoria eficacia, para que sea justo que la comunidad nos atienda retributivamente durante las pausas en la vida laboral activa.

Para que este nuevo marco conceptual vaya sustituyendo con toda naturalidad al que es propio de estos momentos, sólo existe un requisito: la libertad, la decisión por uno mismo, tener la posibilidad de contemplar el conjunto del panorama y actuar en consecuencia. Sólo así no nos aferraremos a estereotipos, a modelos ampliamente superados que ya nada solucionan. En efecto, basta con darse una vuelta por algunos países de Europa oriental para convencerse de que el empleo ficticio o redundante es peor, no sólo económica, sino también socialmente, que el desempleo. Carente de incentivo, falto de nervio, su desempeño resulta habitualmente de una pasividad manifiesta. Por otra parte, en Europa occidental nos damos cuenta de que son muchos los casos en que la solución no está en la reducción de personal, sino en prestar servicios de mejor calidad. Entre el empleo obligatorio soviético y la parquedad occidental, existe un punto medio en donde se halla, como siempre, la virtud.

Desde luego, no puede seguir hablándose de desarrollo o de educación en aquellos países donde no existe plena libertad, ya que no hay educación, sino adoctrinamiento, y no hay desarrollo -puede haber crecimiento económico, pero no desarrollo- en donde la soberanía personal, que es la genuina soberanía, se está avasallando continuamente. A la postre, no hay otro desarrollo que el personal y no se puede pretender que existan países desarrollados en donde se conculca la libertad y se oprime la expansión de la personalidad humana.

En la actualidad, la única modalidad de desarrollo capaz de contar con el apoyo general es la que fomenta el bienestar del hombre en el sentido más amplio de la palabra en lugar de la abundancia de bienes materiales. En ella, la participación de todas las personas no sólo es posible, sino también necesaria, sin sacrificar ni la personalidad ni la identidad ni la propia estimación. Estamos, sin asomo de duda, siendo testigos de un desplazamiento de la atención desde los aspectos económicos a los culturales. Nuestra sociedad no puede seguir basándose en ideas tan enraizadas en el pasado como las de Adam Smith o Karl Marx. Estas ideas han determinado la configuración del presente, pero ha llegado el momento de su declive. Los supuestos ya no son los mismos. Lo importante no es la prosperidad material, sino el bienestar, la realización total del potencial del hombre y el completo ejercicio de los derechos humanos. Este cambio de enfoque no puede hacerse súbitamente. Procurar que todos nos acerquemos a la realidad, hacer posible esta evolución conceptual -a semejanza de la naturaleza, que ha escogido sabiamente la evolución para obviar la revolución- requiere singulares dosis de imaginación y tenacidad. Empero, no hay acciones persistentes sin principios; no hay acciones tenaces sin fundamentos éticos y sin convicciones. Y, junto a la complejidad, debemos estar convencidos de la globalidad, de que las soluciones -que deben ser locales y para cuestiones concretas- presuponen hoy un planteamiento planetario. Sólo cuando la sociedad entera se aperciba de esta nueva dimensión, el componente internacional constituirá un factor decisivo para el adecuado tratamiento de las cuestiones a escala nacional y local.

Economía integrada

Hasta hace poco, la economía mundial no se regía por las reglas de la interdependencia, sino que había unos países dependientes de otros. Hoy es una economía integrada, lo que no significa que sea un conjunto cerrado. Algunos países siguen por inercia dirigiendo los asuntos económicos sin tener en cuenta este cambio esencial, si bien es comprensible que se pretenda seguir adoptando una serie de medidas propias de un sistema en crecimiento hasta que no sepamos -ahí esta el núcleo de toda la cuestión- cómo se dirige una economía de orden cero o decreciente.

La complejidad y la aceleración con que se están desarrollando los acontecimientos exigen, para hacerles frente debidamente, mayor número de conocimientos y la adopción de unos planes flexibles y revisables periódicamente. Los grandes objetivos de la humanidad permanecen invariables, pero debido a las circunstancias indicadas no podemos pretender alcanzarlos con unos programas de acción carentes de lo que hoy en día constituye su máxima virtud. Su permanente adecuación a los fines, la continua corrección -lo que implica una gran descentralización y delegación de atribuciones- de la trayectoria para asegurar su idoneidad.

Ni la mejor instrumentación puede suplir, sin embargo, la asequibilidad de nuevos conocimientos. Con frecuencia se olvida que no hay progreso tecnológico sin fundamento científico. La investigación pura debe favorecerse sin reservas. No hay ciencia aplicada si no hay ciencia para aplicar. Procuremos nuevos conocimientos, que lo demás se dará por añadidura.

Como vemos, para acercarse a la realidad, para propiciar el auténtico progreso, para favorecer planteamientos que permitan avanzar en este sentido, son indiscutibles premisas la educación y la ciencia. Y, desde la intimidad de cada uno de nosotros, no dejarnos vencer por la rutina o por el fatalismo, para ser capaces de seguir defendiendo nuestras convicciones aun en las más adversas condiciones y en las perspectivas más sombrías. Aprender a decir sin sonrojamos que los valores morales son esenciales en cualquier análisis sociológico y en cualquier fórmula de futuro y hacerlo sabiendo que en todos los foros internacionales, después de unos años de suficiencia positivista, se está volviendo la vista hacia la médula de todas las cuestiones que afectan a la condición humana: el espíritu.

Creo que el secreto de la victoria, para que realmente el hombre sea capaz de configurar el futuro, está en que los rebeldes dejen de morir -aunque sigan viviendo- tan tempranamente, porque el porvenir depende de la imaginación y la imaginación es cosa de jóvenes, entendiendo por jóvenes quienes, a cualquier edad, son capaces de trazar con imaginación nuevos caminos.

Rebeldes para ser capaces de hacer frente a las cosas como son. Todos tenemos que hacer un esfuerzo extraordinario para aproximarnos a la realidad y, reconociéndola, intentar modificarla en beneficio de la condición humana. En esto consiste la sabiduría. Seguir utilizando clichés de tiempos pasados o pretender atenuar, aun con las mejores intenciones, las características del mundo y del horizonte en que vivimos, es disfrazarnos para la farsa, es avivar los fuegos artificiales a un precio muy alto de la ficción. Ayudemos todos -y muy especialmente los medios de comunicación- a quienes tengan el coraje de acercarse cada día a la realidad de las cosas.

Federico Mayor Zaragoza es catedrático de Universidad y ex ministro de Educación y Ciencia.

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