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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Arte gitano , arte 'payo': tanto monta...

Festival de flamenco y arte gitano.

Palacio de los Deportes.

Madrid. 3 de diciembre de 1983.

La noche del sábado, el Palacio de los Deportes de Madrid se convirtió en algo así como la catedral del arte gitano actual. Fue una auténtica explosión de gitanismo, y ahora no me refiero sólo a lo flamenco, la apoteosis de unos signos de identidad que ellos quieren mantener sin sentirse extraños en el seno de la patria española, que en definitiva es su patria. Y fue bueno que allí es tuvieran, solidarizándose con ellos, arriba en el escenario payos como José Menese, Fosforito, Manuel Soler, Víctor Monge Serranito, Paco Cepero, y entre el público, centenares de payos.

Y fue bueno, digo, que así ocurriera porque, por muchas vueltas que le demos, el arte flamenco hoy difícilmente podría entenderse sin los payos o sin los gitanos. El espectáculo que vimos el sábado, organizado por la Asociación Española de Integración Gitana a beneficio de sus necesidades sociales y culturales, se convirtió en algunos momentos en un canto a la unidad y la hermandad. Ya en el aspecto puramente artístico, hubo una hermosa competencia sin rivalidad, un evidente, deseo por parte de los oficiantes de ofrecer cada uno lo mejor de su quehacer.

En el cante, los maestros dieron una vez más fe de su magisterio y demostraron que por algo están donde están. El primero que salió fue José Menese, que empezó por tientos, irregular, como inseguro, sin dar la medida -ni mucho menos- de sus capacidades. Siguió por soleares en parecidos términos, pero seguramente José se dio cuenta de su propia insuficiencia y, como tantas otras veces, puso ese gran corazón suyo en el cante, rompió la voz en el grito terrible y fue desgranando trenos estremecedores.

Juan Peña, Lebrijano, tuvo una gran noche, haciendo estilos que domina con brillantez: tientos-tangos, bulerías y galeras. Especialmente en este último, que ha sido creado por él y cuyo texto se refiere a las persecuciones sufridas por los gitanos en tiempos pasados, tuvo singular emoción, dado el ambiente en que era escuchado; emoción que se transmitió al público. Espléndido Lebrijano, formidable de voz y totalmente entregado.

Antonio Fernández Díaz, Fosforito, ya en las postrimerías del espectáculo, hizo sólo dos cantes, por alegrías y por tangos. Debió cantar más, pues estaba muy bien de voz. Cantaor largo, que domina con autoridad prácticamente todos los géneros, en los a compás es verdaderamente impecable, y lo demostró una vez más sin grandes' fatigas.

Tengo que citar también a María, la Perrata, madre de Lebrijano, que hizo su cante habitual por bulerías, con esa rara voz suya, llena de resonancias no sé si lejanas o próximas, pero en todo caso enigmática y sugerente.

La reina de la noche

Manuela Carrasco se convirtió en la reina de la noche al ser nombrada presidenta de honor de Integración Gitana. Antes había bailado con la garra en ella característica los bailes que viene haciendo últimamente, soleares y siguiriyas.

El baile no ofreció muchos más alicientes. Farruquilla, hija del mítico Farruco, se mostró muy gitana y temperamental en un baile de ritmo endiablado, en el que abusa del subirse la falda a las caderas. Manuel Soler, que es un buen bailaor, quedó casi inédito en unas breves bulerías.

En canto al toque de guitarra, no fue precisamente la noche de las maravillas. Bien Joaquín Amador; Enrique de Melchor, que parecía cansado, no estuvo a su altura; Paco Cepero, como siempre, abusando para mi gusto de las falsetas fortísimas y espectaculares que arrancan el aplauso del público; Perico Carrasco, Niño de Jero, se quedó también casi inédito.

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