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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Después de la catástrofe

LA TRAGEDIA aérea ocurrida durante la madrugada del domingo en las proximidades de Barajas ha dejado una dolorosa estela de víctimas. Hasta que la comisión investigadora no emita su veredicto no se conocerán a ciencia cierta las causas del accidente y el eventual papel que hayan podido desempeñar los fallos humanos y los defectos en el tremendo desenlace. Como si resultara imposible admitir racionalmente la fatalidad, la sociedad tiende a enlazar causalmente cualquier hecho catas trófico con motivos que sólo por error o negligencia no fueron controlados y a reclamar una culpabilidad humana que permita recomponer el orden de las cosas. Los supervivientes del accidente tal vez ayuden con su testimonio a la reconstrucción de los hechos. Pero, más allá de las explicaciones que ofrezca en su día la comisión investigadora, catástrofes como la ocurrida el domingo no tienen otra salida que la de ser aceptadas como una condición de los costes del progreso y como una parte del azar que acecha a la existencia humana. El crecimiento urbano en los alrededores de los aeropuertos de Barajas y Torrejón hace que las cabeceras de las pistas de aterrizaje estén cerca de núcleos de población, con el eventual riesgo -estadísticamente, casi irrelevante- de que los efectos destructores de una catástrofe se puedan multiplicar si el desplome de un aparato en las maniobras de aproximación o despegue se produce sobre zonas habitadas. Baste con recordar que el aparato de Avianca se estrelló en las inmediaciones de Mejorada del Campo. La realidad es que muchos de los grandes aeropuertos se encuentran también próximos a zonas urbanizadas, que no lo estaban cuando se construyeron las pistas de aterrizaje. Sin embargo, parece más que conveniente una información oficial respecto a los márgenes de seguridad de las instalaciones de Barajas y una revisión de los planes urbanísticos en la franja que separa Madrid de Alcalá de Henares y en los términos de Barajas, Alcobendas y San Sebastián de los Reyes. Resulta obligado subrayar la eficacia, sacrificio y buena coordinación de los cuerpos e instituciones que emprendieron la operación de salvamento de los supervivientes del accidente y de rescate de las víctimas, tarea en la que fueron ejemplarmente secundados por los vecinos de Mejorada y su corporación municipal. Efectivos de la Policía Nacional, de la Guardia Civil, de las policías municipales, de los bomberos y de la Cruz Roja aportaron sus esfuerzos, sin rehuir los riesgos persona les implicados en los trabajos de descombramiento nocturno de un aparato incendiado, para tratar de aminorar los devastadores efectos de la emergencia. Los servicios médicos brillaron también esta vez por su eficacia. Aun que esas muestras de -solidaridad y abnegación sean frecuentes en casos similares, testigos presenciales y todo tipo de observadores coinciden en señalar que no sólo el esfuerzo humano, sino la organización y la capacidad técnica, contribuyeron en grandes dosis a las tareas de rescate. No sucedió lo mismo con la atención a los familiares de las víctimas en las dependencias del aeropuerto, donde la comprensión humana no fue capaz de sustituir la falta de información y de atención eficaz a quienes llegaron a Madrid para identificar los cadáveres y velar por su entierro. Eso mismo ha podido influir en las reacciones emocionales. Pero las protestas de algunos familiares de las víctimas por la presencia en el funeral de las autoridades parecen injustas. La vehemencia de esas críticas denota, aun indirectamente, la inconsciente tendencia a convertir a la autoridad en centro omnímodo del que se desprenden todos los posibles males, quizá también porque se esperan de ella todos los bienes imagínables. Pero la tragedia nos ha deparado también a los españoles una lección del mal periodismo, tan nefando y amarillo cuando lo han ejercido algunos diarios como cuando lo ha llevado a cabo Televisión Española, explotando el horror gratuito, confundiendo la realidad con el morbo, recreando la mirada de las cámaras por espeluznantes escenas que nada sustancial añadían a la información que interesaba a lectores y televidentes, y sí acumulaba dolor innecesario y gratuito a los padecimientos. de los allegados a las víctimas. En la televisión ya no es que no haya talento, es que no existe sensibilidad ninguna. Parece necesario que los responsables de los medios de comunicación emprendamos una reflexión colectiva sobre las heridas y las ofensas que pueden causar a los ciudadanos los testimonios gráficos de los cadáveres destrozados, restos calcinados y cuerpos mutilados que se exhiben con vano sensacionalismo. Ni la solidaridad humana necesita de tan horripilantes estampas para ponerse en marcha ni la moral social queda indemne ante esos abusos.

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