El regreso triunfal de Sarah Vaughan
La ciudad de Vitoria puede presumir de haber presentado en un mismo año a las dos grandes damas del jazz: Ella Fitzgerald, que estuvo en el festival del mes de julio, y Sarah Vaughan, que acaba de actuar en un concierto a beneficio de los damnificados en las inundaciones. Sarah no venía a España desde su intervención en el Festival de Barcelona, hace diez años. Aparte de Vitoria, la única ciudad europea que ha tenido ocasión de escuchar en 1983 a Sarah, y Ella ha sido Viena, que en materia de música no es mala comparación.Los conciertos de las divas del jazz suelen comenzar con una pequeña exhibición de sus acompañantes. El trío que vino con Sarah hizo unos números de presentación, en los cuales se comprobó que el mejor iba a ser, durante todo el concierto, el bajista Andy Simpkins, muy risueño, con mucho swing y dotado de gran sentido de la melodía. Harold Jones fue siempre un batería correcto. La peor parte la llevó Mike Wofford, que venía con aureola de pianista con toque, y no encontró ocasión de demostrarlo, pues estuvo en todo momento como agarrotado.
Sarah Vaughan en concierto
Pabellón Polideportivo de Mendizorroza. Vitoria, 26 de noviembre de 1983.
Pero, bueno, al cuarto tema ya estaba Sarah en el escenario, y el trío le dejó de preocupar a la gente. Sarah se dedicó a mostrar las razones de su sobrenombre más común, Sassy o Descarada, y estableció enseguida una atmósfera de total complicidad, a base de hacer bromas, cambiar guiños y saludos, lanzar besos estentóreos, contar anécdotas y hasta hacer publicidad de sus discos. Para el programa no se devanó los sesos y ofreció su repertorio por medio de la típica sucesión alternada de temas rápidos y lentos. En los primeros, adelantándose hacia el público, hizo todas las acrobacias que le permite su voz, prodigiosa en recursos; en los segundos, sentada en una banqueta y recostada sobre el piano, fue lo que esperamos de Sarah, la quintaesencia de la sofisticación en jazz.
Todo había comenzado con un tema de título muy significativo, Just friends (Sólo amigos), y así se trataba de que todos fueran. Pero hubo momentos sublimes en los que de amigos nada, en los que allí mandaba Sarah y sólo Sarah. Fue cuando apareció en escena el repertorio de los grandes, Gershwin y Ellington. El primero, en un encadenamiento de temas, en cuya parte central la diva relajó milagrosamente el tempo, por mejor abrazar la melodía en Embraceable you. El segundo, en diversos momentos, pero sobre todo cuando Sarah evocó el maravillo saxo alto de Johnny Hodges en Chelsea Bridge.
Sarah prodiga estas imitaciones instrumentales, que revelan su instinto de cantante de jazz, emparentada con el lenguaje de aquellos boppers con quienes comenzó su carrera hace ya 40 años. Es la otra cara de una intérprete que hoy sabe decir como nadie las letras de las grandes canciones como Send in the clowns, composición que ella convierte en un monumento casi gospel, astutamente reservado para los momentos finales, cuando el público está convencido de que la demostración ha llegado al límite y ninguna voz puede ir más lejos.
Hubo bastante público, televisión, radio y aficionados llegados de todas partes. En primera fila, Tete Montoliú se lo pasaba en grande. No hacía más que lo que hacíamos todos, disfrutar con uno de los acontecimientos musicales del año, algo que no teníamos desde hacía mucho: Sarah Vaughan, en concierto. Así rezaba el cartel anunciador, y la verdad es que no hay más que decir.
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