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Lo que va de 'Munich' al 1983

Últimamente, siempre que los amigos y colegas critican mi insistencia sobre la necesidad del desarme nuclear, en algún momento de la discusión me preguntan si estoy abogando por un nuevo Munich. Con lo cual quieren decir que estoy abogando por un apaciguamiento de la Unión Soviética, potencia que, según su opinión, juega hoy en día el mismo papel agresivo que jugó la Alemania nazi en los años anteriores a la segunda guerra. Mi objeción más inmediata es que los elementos de agresión y apaciguamiento de hoy no son los mismos que en los años treinta. En aquella época, las potencias que amenazaban la paz mundial -Alemania, Japón e Italia- estaban en el mismo campo, relativamente aliados por su pacto anti-Komintern, realmente antisoviético. Las potencias occidentales -Reino Unido, Francia y Estados Unidos- eran realmente más antisoviéticas que antifascistas. De ahí que nunca tuvieran una voluntad real de oponerse seriamente a la invasión japonesa de China, a la intervención italo-alemana en España o a la conquista hitleriana de Austria y Checoslovaquia. En la actualidad, las grandes potencias agresivas -EE UU y la URSS- son los líderes de dos campos opuestos, y los honores del comportamiento agresivo y la intolerancia ideológica han de repartirse de forma aproximadamente igual entre ellas. En realidad, en la confrontación político-militar entre la OTAN y el Pacto de Varsovia no hay nada que pueda ser llamado apaciguamiento.

La supuesta analogía con Munich proviene de la comparación entre el apaciguamiento de las potencias fascistas en los años 1935-1939 y el creciente movimiento por el desarme nuclear en las naciones del bloque de la OTAN. Planteado de una forma más sencilla, sería algo así: "Las potencias democráticas apaciguaron a Hitler con la vana esperanza de evitar la guerra, y en 1939 tuvieron que enfrentarse a él en peores condiciones que si se le hubieran resistido antes.

En la actualidad, los defensores del desarme estáis avivando el aventurismo soviético, y llegado el caso habría que enfrentarse, o rendirse, a un imperio soviético mejor armado y más agresivo".

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Mi primer comentario a tal analogía_es que si realmente alguien similar a Hitler consiguiera el poder absoluto en Moscú o Washington, la pesadilla de la analogía con Munich podría llegar a tomar vida. Es precisamente por esa razón por lo que, a mi parecer, resulta extremadamente urgente el desarme nuclear. Y tenemos que analizar con mucho detenimiento las diferencias existentes entre la situación anterior a 1939 con vistas a salvar la civilización humana mientras el mando supremo de ambos imperios esté en manos de hombres racionales y calculadores y antes de que la proliferación ponga bombas nucleares en las manos de demasiados Estados soberanos.

Una de las grandes diferencias entre los años treinta y el presente es una distinta actitud en relación con la guerra. Mussolini gozó realmente con la conquista de Etiopía y los éxitos militares de los italianos en España. Hitler estaba ilusionado como un niño sádico por sus conquistas de Polonia, Noruega y Francia. Afortunadamente, sus planes sufrieron un revés y acab5 como Sansón, derribando el templo sobre sí mismo. En contraposición, ningún líder soviético desde 1917, ni ningún presidente americano, ha querido iniciar una guerra a gran escala. En este punto me parece oír un coro de preguntas antisoviéticas: ¿y la guerra ruso-finlandesa de 1939?, ¿y Hungría y Checoslovaquia y Afganistán? Y recíprocamente puedo oír las preguntas antiamericanas: ¿y Guatemala en 1954, la bahía de Cochinos en 1961, sus actuales intervenciones en Granada, El Salvador y la amenaza sobre Nicaragua? Con todo lo injustas e imperialistas que sean esas acciones, son, a escala mundial, intentos defensivos. Se ha tratado de operaciones militares en el territorio de otras naciones soberanas, pero han tenido lugar en zonas hace tiempo reconocidas, en términos de fuerza, como vitales para la seguridad de las dos potencias: la Unión Soviética a lo largo de sus vastísimas y vulnerables fronteras territoriales en Europa y Asia, y EE UU en el Caribe y América Central. Desafortunadamente es cierto, y muy peligroso en potencia, que la URSS y EE UU estén enfrentados en muchas zonas de África y Asia en las que ninguno de los dos tienen los intereses vitales que se les reconocen en sus zonas fronterizas, pero eso no modifica el punto principal: que en todo el tiempo transcurrido desde 1917 ningún Gobierno estadounidense ni soviético ha querido hacer la guerra, ni pensó alegremente en la posibilidad de ella.

Una segunda diferencia fundamental entre 1939 y el presente está relacionada con el armamento. En 1939 estaba claro que las poblaciones civiles sufrirían intensos bombardeos aéreos en el caso de una guerra. Pero todavía era posible pensar que la guerra se podía ganar y creer que por muy enorme que fuera la destrucción provocada por la guerra el mundo se recobraría físicamente en el transcurso de una generación. En la actualidad sabemos que unas cuantas horas de guerra nuclear, si ésta se produce, no solamente mataría millones de personas, sino que alteraría los códigos genéticos y envenenaría el aire y el agua del planeta durante cientos de años. A la luz de un cambio cualitativo de tal magnitud en el significado de la guerra, incluso grupos muy conservadores y nada sospechosos de influencia soviética han empezado a manifestarse. Así, los obispos católicos de EE UU han calificado los preparativos para la guerra nuclear como un crimen, y los médicos, una de las profesiones más políticamente conservadoras de América, han advertido de forma colectiva que en el caso de guerra nuclear los servicios médicos serían totalmente incapaces de atender a los afectados que se prevén. En relación con esta diferencia clave entre el momento de Munich y el presente, no puedo menos que recordar con enorme respeto a Bertrand Russell. Russell éra matemático y un hombre de izquierda moderada, sin parecido alguno con un apaciguador en la línea de Neville Chamberlain o lord Hallifax. Pero sabía que en un futuro muy próximo la ciencia crearía nuevas armas de una capacidad de destrucción inimaginable, y con este conocimiento presente apoyó de mala gana el Pacto de Munich a finales de 1938. Sus previsiones solamente fallaron cronológicamente unos cuantos años, y la segurida guerra mundial acabó con la caída de la bomba atómica sobre dos ciudades densamente pobladas; una acción militar llevada a cabo por la máxima potencia democrática del mundo.

¿Qué conclusión saco de una comparación entre Munich y la actualidad? Deberíamos considerarnos afortunados por el hecho de que ni la URSS ni EE UU tienen una vocación guerrera en el sentido en que Mussolini y Hitler eligieron deliberadamente la guerra. Hemos de tener presente que dentro de unas décadas muchas naciones pueden estar en posesión de grandes arsenales nucleares y que todavía sigue habiendo Hitlers que ascienden al poder. Deberíamos desnacionalizar y desideologizar nuestras mentes sobre los problemas internacionales y darnos cuenta de que lo que se está discutiendo no es la supervivencia de un sistema, pueblo o imperio determinado, sino la supervivencia de la civilización humana. Tenemos que comprender que las alianzas militares, la economía de guerra y los preparativos para la guerra han distorsionado totalmente todas las prioridades humanas.

Los que no estamos entregados ciegamente ni a la URSS ni a EE UU debemos insistir colectivamente en el desarme nuclear como una necesidad para la supervivencia humana.

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