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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una vergüenza

EL SUPLICATORIO para el procesamiento de Carlos Barral, dictaminado favorablemente en la Comisión del Senado y reclamado incluso personalmente por el inculpado, ha sido denegado por el Pleno de la Cámara alta, en uno de los más vergonzosos espectáculos que ha deparado nuestra reciente vida parlamentaria. El precedente establecido por el suplicatorio denegado durante la primera legislatura para el procesamiento por imprudencia temeraria del senador Fernando Chueca, acusado en un sumario que no guardaba la más mínima relación con su mandato parlamentario (la muerte de un trabajador al caerse de un andamio en una obra dirigida técnicamente por el eventual procesado), advirtió ya de lo que, de persistir en el futuro, puede convertirse en un hábito nefando de nuestra vida parlamentaria. En aquella ocasión, el senador inculpado y los responsables de su grupo político -entonces, UCD- cerraron filas y obstaculizaron la acción de la justicia, en un gesto corporativista que colocó la prerrogativa de la inmunidad parlamentaria al servicio de una impunidad privilegiada. Ahora, el senador Barral, contra quien se ha querellado un ciudadano que se considera injuriado por las supuestas menciones a su persona incluidas en una novela del escritor, había manifestado expresamente su deseo, de que el suplicatorio fuese concedido. "No quiero escudarme en mi condición de parlamentario en lo que es un proceso contra la libertad de expresión artística". El presidente del Senado, también socialista, había opinado igualmente que la inmunidad parlamentaria no debe ser nunca una patente de corso.Ayer, sin embargo, un número indeterminado de senadores socialistas rompió la disciplina de voto uniéndose a los senadores de Alianza Popular para pronunciarse, en un acto corporativista que produce sonrojo, contra la concesión del suplicatorio. Pere Portabella, diputado adscrito al grupo del PSUC , y que ocupa en el Senado un escaño como mandatario del parlamento catalán elegido en 1980, se erigió en el defensor a la fuerza de Carlos Barral. Con una pasión no exenta de vanidad, el senador Portabella afirmó que, "antes que a Barral, se nos iba a juzgar a nosotros", y sentó la solemne doctrina de que el rechazo del suplicatorio era una forma de manifestar la solidaridad de la Cámara alta con periodistas y escritores. Demasiadas razones, todas ellas sospechosas, para defender una mala causa. La decisión de Barral de comparecer ante los tribunales para asumir, personalmente y con riesgos, la defensa de la libertad de expresión, de la imaginación creadora y del talento narrativo deja en ridículo esa ayuda indeseada, impuesta mediante la demagogia de quienes prefieren protegerse tras unas prerrogativas artificialmente transformadas en privilegios antes que someterse a las leyes que rigen a los demás mortales. ,

La inviolabilidad de los diputados y senadores, reconocida en el artículo, 71 de la Constitución, ampara exclusivamente a las "opiniones manifestadas en el ejercicio de sus funciones". Esta causa de exención de la responsabilidad penal, que únicamente cubre las conductas derivadas de la actividad parlamentaria, es cualitativamente distinta de la inmunidad, prerrogativa de caracter procesal gracias a la cual los diputados y senadores "sólo podrán ser detenidos en caso de flagrante delito", "no podrán ser inculpados ni procesados sin la previa autorización,de la Cámara respectiva" y serán juzgados por el Tribunal Supremo en el caso de que incurran en comportamientos presuntamente delictivos. Dicho sea en descargo de los dirigentes del Grupo Socialista en el Senado, tanto el portavoz, Juan José Laborda, como Juan González Bedoya han manifestado su desconcierto y su indignación ante el. rechazo del suplicatorio, fabricado tanto por los senadores de Alianza Popular como por los senadores socialistas que rompieron la discipina de voto. Alguna medida tendrá que adoptar, sin embargo, con sus senadores el PSOE, tan celoso de su monolitismo en cuestiones nimias y que para nada perjudican, a diferencia de este caso, a su buen nombre y al prestigio de las instituciones parlamentarias. Pero es un serio motivo de reflexión que los senadores de la izquierda hayan roto su disciplina partidista precisamente en un asunto que pone en entredicho la honestidad del cambio y que desdice del regeneracionismo moral predicado por Felipe González. La vergüenza del rechazo del suplicatorio se desparrama como un insulto dirigido a los 10 millones de votos que creyeron en la sinceridad del dircurso electoral del PSOE. Y si los dirigentes socialistas no son capaces de responder a tan díscolos e interesados senadores, oportunistas aliados de la derecha, las urnas se encargarán en su día, sin duda, de hacerlo.

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