Amenaza sobre Nicaragua
LOS ACONTECIMIENTOs de los últimos días confirman que no ha desaparecido el peligro de una intervención abierta de EE UU contra el Gobierno sandinista de Nicaragua. Un nuevo contingente de 5.000 soldados norteamericanos ha desembarcado en Honduras para realizar maniobras; estas maniobras duran ya desde hace meses y nadie duda de que sirven para apoyar las acciones en el interior de Nicaragua de los grupos somocistas. El Senado y el Congreso de EE UU acaban de votar 24 millones de dólares para las ayudas encubiertas de la CIA a los rebeldes en Nicaragua. Se calcula que esta cantidad estará agotada antes de junio y que hará falta entonces una nueva votación para asignar nuevos fondos. El procedimiento que permite que hechos de este carácter se hagan públicos es, sin duda, admirable; pero la sustancia es trágica: unos 500 millones de pesetas al mes dedicados a provocar explosiones, sabotajes, violencias, muertes, violando la soberanía e independencia de un país. Sin duda, el régimen sandinista queda, obviamente, corto en su observancia de un orden pluralista político con el respeto de las libertades individuales y de los derechos humanos. Pero la decisión de Washington sólo puede empujar al Gobierno nicaragüense a reforzar sus medidas de seguridad y defensa, la búsqueda y anulación de las acciones encubiertas; efecto, pues, radicalmente contrario al de facilitar un proceso electoral democrático como el prometido por los sandinisitas y al de poner a prueba en todo caso la buena voluntad de éstos.¿Se trata, para Reagan, no de lograr más democracia en Nicaragua, sino de acabar con un Gobierno que no se somete? Muchos indicios apuntan a que así es, y quizá el más grave de todos haya sido la afirmación hecha duante el viaje de Reagan a Asia por Robert McFarlane, presidente del Consejo de Seguridad Nacional, según el cual EE UU está decidido a apoyar a El Salvador, Guatemala, Honduras y Panamá si estos países decidieran invadir Nicaragua. A la pregunta de un periodista sobre qué tipo de apoyo sería éste, McFarlane respondió: Prefiero esperar a que se produzcan estas circunstancias antes de contestar". Cuando el colaborador más próximo al presidente Reagan en materia de asuntos exeriores habla en esos términos poco después de la invasión de la isla de Granada, se acaricia el límite del cinismo y de la amenaza. La Fundación Bertrand Russell, en una declaración hecha pública en el Reino Unido, considera que la actitud de Reagan en América Central choca de forma tan directa con los artículos, del Tratado de Washington sobre independencia de los países y defensa de la democracia que lo lógico sería que EE UU fuese expulsado de la OTAN. Idea, sin duda, provocadora, de ficción científica, pero que evidencia la esquizofrenia de una política que proclama unos principios y que los viola no ya con impunidad, sino con autocomplacencia.
Sin embargo, otros factores están pesando sobre la evolución en América Central. Después de lo ocurrido en Granada, se ha reforzado la voluntad de numerosos países y Gobiernos para evitar que siga adelante la política de la cañonera, incluso Gobiernos que no simpatizan con el sandinismo, pero que consideran que la solución no puede hallarse en la violencia ni en la guerra. El presidente costarricense, Monge, acaba de proclamar, venciendo para ello en el seno de su Gobierno la oposición de los sectores más favorables a las tesis de Washington, la neutralidad activa, perpetua y desarmada, de su país. En la reciente Conferencia de la Organización de Estados Americanos, EE UU ha estado más aislado que nunca. Todo ello podría dar a las gestiones y promesas del grupo de Contadora una actualidad renovadora, ya que ofrecen un marco ya concertado entre todos los Gobiernos de la región para avanzar hacia la disminución de las tensiones. Washington ha aceptado, de palabra, tal camino; pero es obvio que mientras prosigan sus intervenciones violentas el camino de Contadora estará bloqueado. En Europa, algunos de los gobernantes que apoyan a Washington en la cuestión candente de los euromisiles no esconden su desacuerdo con la actitud de Reagan en relación con Nicaragua. El presidente francés, Mitterrand, lo ha dicho netamente en sus recientes declaraciones a la televisión. Que tales posiciones europeas se afirmen en la presente coyuntura puede ayudar, sin duda,
a una mejor evaluación de costes políticos ante los rebrotes en la Casa Blanca de la política del gran palo.
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