Cuando Francia dispara
SE TEMÍA una represalia de Reagan por el atentado chiita contra las fuerzas internacionales de Líbano: lo ha hecho Mitterrand. No parece fácil saber por qué; en todo caso, no parece que haya disgustado a Estados Unidos una acción que, efectivamente, respalda su propia iniciativa, justifica su importante despliegue de fuerzas navales y, en fin, ayuda vagamente a Arafat, bombardeado a su vez. por Siria. La posibilidad de que Mitterrand, que corrió a Líbano horas después del atentado, haya tomado esta iniciativa para fortalecer su propia imagen dqteriorada, vista la complicada deducción de los actuales políticos democráticos de que sus pueblos quieren gobernantes duros y fuertes (con los demás) no es enteramente descabellada y podría consolar a algunos electores que han deplorado la indefensión de los soldados franceses de la fuerza internacional. Pero este aspecto meramente interior del acto puede ser diminuto con respecto a sus posibles repercusiones internacionales, que ya el Gobierno británico se ha apresurado a señalarlo-como una "escalada" en un conflicto suficientemente complejo por sí mismo (y ha aclarado que no tiene ninguna parte en él, y que ni siquiera ha sido consultado).Los dos efectos que puede desarrollar el bombardeo francés de las posiciones chiitas (la milicia Amal Islámica) son el de dar una nueva definición a los cuerpos militares occidentales, que salen así de su presunta misión de vigilar un alto el fuego y una persistencia del Gobierno libanés para convertirse en interventores directos, y el de procurar a Francia una situación difícil con una parte del mundo árabe. Ya el Ministerio francés de Asuntos Exteriores ha hecho pública una nota advirtiendo que la actuación militar no altera en lo más mínimo la política francesa con respecto a Oriente Medio; pero el centro mundial de los chiitas, que es Irán, no acepta esa precisión. Para ellos, Francia ha cambiado el estado de cosas al casilgar a quienes no han reivindicado el atentado. Las represalias terroristas pueden, a su vez, producirse en cualquier momento.
Hay que tomar nota, también, de que Francia ha dado un paso más en una tendencia que ha sido ya señalada un poco de paso: un nuevo militarismo, un nuevo despliegue de fuerza y acción. Puede que sea una forma de reencarnación del espíritu del general De Gaulle. En el fondo, y por lo menos desde Napoleón, los, dirigentes políticos franceses parecen experimentar una especie de metempsicosis o de transmigración de almas de unos a otros, lo cual puede ser quizá una ventaja en cuanto a la idea de la conveniencia de un continuum histórico, pero presenta graves inconvenientes en cuanto a la necesaria plasticidad del país para adaptarse a las formas cambiantes de la vida internacional. Una inspiración napoleónica no corresponde al estado actual del poder mundial de Francia, y se caricaturiza cuando se trata de añadir un poco de peso al Gobierno de Chad o de matar cinco chiitas con Super Étendard. Si se ve como un propósito de mejorar una imagen interior electoral es un desastre real y moral; si como una escolta, una facilidad, un "contrato" con Reagan, peor.
En todo caso, el suceso producido por Francia no panece conducir a una mejora de la situación en Líbano, ni siquiera a la supresión de actos terroristas que se alude como pretexto. Ayer, la aviación israelí castigó bases palestinas prosirias al este de Beirut en una acción de represalia en la que perdió uno de sus cazabombarderos. Todo Líbano es ya un terrorismo de la clase superior. Francia ha añadido su pequeño toque de grandeur, como si quisiera verse aun más envuelta en una situación que, por su propia fuerza militar y política, no puede controlar. Ir más allá de Reagan parece algo impertinente y peligroso.
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