Moustaki: "El Medirráneo llega al fin del mundo"
Esta tarde el cantante actúa en el Palacio de los Deportes de Madrid
En primavera serán ya 50 los años que tiene sobre sus espaldas Georges Moustaki. Su música, sus canciones, llenas de imágenes poéticas, arrastran incondicionales en todo el mundo desde hace varias décadas. Viene a Madrid -con añoranza del Mediterráneo, que para él llega al fin del mundo- para cantar esta tarde a las ocho, junto con José Antonio Labordeta, en el festival organizado por Liberación, un nuevo diario que tiene prevista su salida al final del invierno. El recital se celebra en el Palacio de los Deportes de Madrid y lo inicia el cantante aragonés.
Decidido y al mismo tiempo indeciso, embajador del Mediterráneo en los cinco continentes, Moustaki reconoce que cantar le hace vivir, y viceversa. Pone en verso y música las ideas que se mueven dentro de sucabeza, las cosas que ha vivido, que ha visto que ha sonado. Nacido en Alejandría, de nacionalidad griega, y afíncado en París desde los 17 años, toda su obra, su música, su presencia entera, respira Mediterráneo..."Yo creo", dice Moustaki "que el Mediterráneo no tiene límites, que llega hasta el fin del mundo. A Brasil, por ejemplo. Allí está presente el Mediterráneo. Hay todo un mundo africano, italiano, portugués, español que lo bordea... Nunca me he sentido desplazado en Brasil, o en Argentina. En cambio, si en Noritemérica".
En la década de los 50 el cantante se sintió fascinad ' o por París, como les ocurrió a tantos otros. París es una ciudad llena de desarraigados. Uno de ellos es Moustaki, que dejó entonces atrás, su niñez y Adolescencia egipcias. "Para mi era algo, ya asumido desde mi infancia en Alejandría: había hecho todos mis estudios en francés y sentía sobre mi la seducción de París. Pero cuando llegué, choqué con la parte desagradable: gente dura, cerrada, agresiva..., como el clima, en comparación con el de Egipto. Me era entonces difícil de percibir la belleza de esta ciudad, lo veía todo muy gris; estaba. acostumbrado a otra luz que iluminaba las cosas. Pero empecé poco a poco a amar la vida parisiense, una vida más seductora que la ciudad misma. En la librería de mi hermana, empecé a conocer gente como Boris Vian y Georges Brassens... Hacía de todo, escribía artículos, pintaba, componía...".
Al inuindo de la canción lo llevó de la mano ese bohemio que Moustaki lleva dentro y que en París tenía posibilidades de crecer. "Muy raramente tomo decisiones en mi vida. Si me puse a cantar fue por un conjunto de circunstancias fortuitas. No tenía necesidad, ni ganas de cantar para ganarme la vida; cantaba solo para expresarme. Pero me gustaba hacerlo. Fue Edith Piaf quien me hizo cantar. Al final, pensé que me gustaba la vida de cantante: la noche, los cafés, las chicas, los amigos, la música... A veces el tiempo que pasaba en escena era una especie de castigo. Nunca sentí el placer, casi físico, que sentía Edith Piaf cuando actuaba, cuando se sentía amada por todos".
Fatalismo vital
De las palabras, de la misma actitud del cantante emana un fatalismo vital que no deja de sorprender, si se piensa que todo es, en este hombre, iniciativa, propuesta, imaginación."No dejo que pase la vida, sino que la acompaño. No soy pasivo, pero tampoco. voluntarioso. Acepto sin protestar demasiado todo lo que se me viene encime, y lo acepto con curiosidad, a veces incluso con energía, pero no decido, no se decidir. Me gustaría no tener que hacer" nada, y en realidad soy incapaz de tomar ningún tipo de decisiones, al menos tajantes. Oigo y observo lo que pasa mi alrededor. Ante ello, me es difícil escoger; uno se equivoca casi siempre."
Pero Moustaki tuvo que comprometerse. "Tampoco en el terreno político he tomado decisiones calculadas. Yo era un tipo insumiso. Me negué a entrar en el Ejército griego. Cuando fui amnistiado, 15 años después, era ya demasiado tarde, estábamos en 1966. Podía volver a mi tierra, pero el año siguiente tomaron el poder los coroneles, así que proseguí mi rebeldía desde mi frustración personal. Así me encontré involucrado de lleno en el movimiento antidictatorial griego, que me pedía que lo representara".
Hoy podría situársele entre un pacifista-ecologista, lleno de principios anárquicos, expresados a través de canciones cantadas a media voz, que siguen atrayendo masas pese a que estemos en una época en que la gente va en busca de multitudinarios conciertos de rock. "Aparentemente soy lo opuesto a un rockero, tanto por repertorio como por voz..., pero la propuesta que hago en la escena tiene puntos en común con el rock, como les ocurre a Joan Báez o a Leonard Cohen, que son amigos míos. Convocamos a la misma gente, y en los nuismos lugares informales. Yo estuve en Woodstoock con Jimmy Hendrix y con Santana... En realidad, la música rock es uno de los compartimientos de la música pop, la música popular: en América con la guitarra eléctrica, o en España con la de Paco de Lucía, todo es música popular; la gente puede descubrir la misma sensación con Paco Ibáñez, conmigo o con los Rolling Stones. La tensión creativa es distinta tal vez, pero creo que el público que viene a verme tiene la misma edad que el que va a ver a Dire Straits. Con frecuencia he hecho cosas con, gente del rock o del jazz, como Gillespie, con quien he tocado. También estuve con McCartney... Yo creo que todos esta mos en el mismo camino. Otra cosa es el rock industrial producido en serie".
En su actuación, de hoy le acompañará su banda, integrada por el malayo Kini Poh Cheah, los brasileños Ocias Gonçalves y José Santana y José Rossi, considerado como uno de los mejores acordeonistas del mundo. Actúa también con él la chilena Marta Contreras, que ha grabado varios discos de jazz.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.