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Crítica:TEMPORADA DE LA ZARZUELA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Opéra de Dresde: triunfo de una labor colectiva

El ciclo operístico del teatro de la Zarzuela se inició el domingo con la representación de Lohengrin por -la Staatsoper de Dresde (República Democrática Alemana). La Ópera-y la orquesta Staatsoperkapelle constituyen dos formaciones que cuentan entre las más antiguas de Europa. Como casi todos los grandes teatros, el de Dresde sufrió los efectos de incendios y guerras, pero siempre renació de las cenizas para volver, inmediatamente a la actividad. En Dresde dirigió y estrenó Ricardo Wagner y, más tarde, su por tantos conceptos heredero, Ricardo Strauss. Así, la Staatsoper puede lucir una tradición que no es especialismo convencional a la hora de abordar ambos autores.

La producción de Lohengrin que acabamos de presenciar es, exactamente, la que se presentó en Dresde el 21 de enero del presente año, sin más modificaciones que las obligadas por las dimensiones del escenario de la Zarzuela: adaptación de los decorados y reducción del gran coro. También el reparto es análogo, salvo en la dirección musical, encomendada en Alemania a Siegfried Kurz y aquí a Heinz Wallberg, un maestro prestigioso nacido en Herringer el año 1923 y que ha pasado por la titularidad de importantes teatros alemanes y delas orquestas Tonkluster, de Viena, y de la Radio de Munich. Director habitual en la ópera vienesa, lo es también en la de Dresde.

Lohengrin, de Wagner

Ópera estatal de Dresde. Principales intérpretes: S.Vogel, Kning, A. Pusar, K. Stryczek y U. Walther. Escenarios y trajes: Peter Heilein. Dirección escénica: Christine Mielitz. Dirección musical: Heinz WalIberg. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 6 de noviembre de 1983.

El trabajo de la Staastoper de Dresde -como el de tantas otras de las dos Alemanias- se caracteriza por su nivel de conjunto antes que por la recepción de tal o cual divo mitificado, tan costoso como poco dispuesto, por lo general, a largos regímenes de ensayos. Todo lo cual no debe entenderse en demérito de figuras rodeadas de prestigio, y que nos han ofrecido una representación de la ópera wagneriana de gran calidad. Así, el bajo Siegfried Vogel, tan magnífico cantante como actor en el Rey Enrique, o el tenor Klaus Kónig, algo más débil en El Caballero del Cisne (papel que cantó Julián Gayarre el día del estreno madrileño de Lohengrin, hace 102 años). Así la yugoslava Ana Pusar, una Elsa sensible y lírica, o Ute Walther, de espléndidos matices dramáticos en el personaje de Ortruda. No menor acierto tuvo Karl Heinz Stryczek en Federico de TeIramundo.

Con todo, lo más espectacular de la ópera de Dresde es la brillantez, agilidad, capacidad expresiva y alta profesio nalidad de la orquesta, a la que Heinz Waliberg sacó el máximo rendimiento. Musicalmente, todo discurrió con esa naturalidad propia de las formaciones que, a más de una tradición, cuentan con una actividad cotidiana. En resumen, no fue un Lohengrin de divos y, por tanto, faltó ocasión para el entusiasmo individualizado. Sobraron razones, en cambio, para el aplauso prolongado a una labor colectiva, a un saber hacer que pone por encima de todo el servicio a los más altos valores musicales.

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