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Tribuna:
Tribuna
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Es imprescindible negociar

Los autores se plantean la necesidad de negociar con Gobierno y con la patronal desde actitudes sensatas, que defiendan por ejemplo el poder adquisitivo de los trabajadores, pero de todos, cediendo unos (probablemente los, que tienen empleo fijo) para que otros ganen (los parados). Es irresponsable poner a este Gobierno, el primero de izquierdas desde la Il República, contra las cuerdas con reivindicaciones difícilmente practicables.

Al cumplirse un año de la apoteosis electoral del PSOE, que había concentrado en una sola sigla política todo el afán de cambio, de justicia y de libertad de los españoles, durante tan largo tiempo acumulado, las críticas, y tal vez un cierto desencanto, así como una situación nacional e internacional realmente difícil, comienzan a dar la sensación de que el Gobierno, acosado a derecha a izquierda, es ya menos fuerte, menos eficaz y menos objeto de esperanza de lo que sus 10 millones y pico de votos deberían hacer suponer.Es obligado, pues, hacer un breve repaso de la razón y sinrazón de dichas críticas, antes de ver qué posibilidades o conveniencias hay para una posible concertación de las fuerzas sociales, y en especial de los sindicatos, con ese interlocutor político.

Y no es menos obligado señalar sin ambages, que el Gobierno del PSOE está dejando de cumplir una buena parte de su programa electoral. Ni la creación de los 800.000 puestos de trabajo, ni la inmediata aplicación de la ley de las 40 horas, ni la jubilación a los 64 años antes de 1984, ni la importancia prometida para el sector público, ni la reforma progresista de la Seguridad Social, ni el mantenimiento del poder adquisitivo de los salarios, ni el referéndum sobre la OTAN, ni tantas otras cosas, que figuraban inicialmente en su programa, llevan camino de ser cumplidas, no ya en este primer año, sino, mucho nos tememos, en lo que resta de legislatura algunas de ellas, ya que el propio Gobierno reconoce haber renunciado a varias.

Es cierto que el Gobierno cuenta también, en su haber, con aciertos y avances positivos. La despenalización del aborto (aunque tímida y parcial), la LODE, la propia ley sobre jornada laboral, la firmeza inicial en el caso Rumasa, la energía y seguridad demostradas en el cese fulminante del capitán general de Valladolid, la reciente propuesta de reforma de la ley Orgánica de la Defensa reafirmando la supremacía del poder civil, etcétera, son algo de lo mucho que más de 10 millones de españoles esperábamos de este Gobierno. Pero quizá por eso, porque esperábamos mucho, y lo esperábamos desde hace mucho, la opinión pública está mucho más sensible a lo no realizado, o a lo realizado mal, que a los aciertos.

Hemos dicho que los ataques llueven, a derecha e izquierda, sobre el Gobierno de Felipe González. Los de su derecha (AP, PDP, etcétera) son los normales en el juego parlamentario democrático e, incluso, menos virulentos de lo que, en principio, era de temer, precisamente porque si algo se le critica a este Gobierno es el haberse corrido hacia su derecha y estar realizando los reajustes económicos que anteriores Gobiernos de derecha no supieron o no pudieron hacer, precisamente por su costo social.

Gobierno de izquierdas, política de derecha

Y ésta es, exactamente, la crítica que al Gobierno le llega, de forma a veces más que furibunda, desde su izquierda: este Gobierno se llama de izquierdas, pero hace una política de derechas, ha defraudado a su electorado y, como consecuencia, no podemos concertar nada con él, pues supondría avalar una política antiobrera. ¿Es esto cierto, así, simplemente?

Pensamos que quienes así razonan parecen ignorar una realidad demasiado palpable como para que su ignorancia pueda, ser justificada: las dimensiones mundiales de la crisis económica y del paro, las dependencias económicas y políticas internacionales que este Gobierno ha heredado y no creado, los desequilibrios estructurales internos, la agravada tensión política mundial e, incluso, la propia situación interna española de largo, lento y dificultoso proceso de asentamiento de la democracia frente a unos aparatos del Estado, unos hábitos mentales y unos poderes, minoritarios pero reales, que no pueden ni deben ser olvidados. Por otra parte, no se puede tampoco obviar el fracaso de otras soluciones a la crisis más progresivas y desde presupuestos expansionistas, similares al programa electoral del PSOE, como es el caso de la Francia socialista de Mitterrand, pese a su potencial económico muy superior.

Hay, en tomo a todo ello, algunas reflexiones que nos parecen obligadas:

En primer lugar cabe preguntarse, más que si la política macroeconómica del Gobierno nos gusta, si no es, quizá, la única que se puede hacer, aquí y ahora, en esta situación. No tratamos con este razonamiento de justificar todo. Hay casas en la actuación del Gobierno que no son justificables (como su actitud inicialmente remisa a la concertación con los sindicatos) o que son claramente criticables: la forma en que está llevando a cabo la reconversión, por ejemplo. Pero tratamos, eso sí, de situar los términos de la crítica en relación con la realidad objetiva, nacional e internacional, y no en, relación con nuestros deseos.

En segundo lugar, no podemos caer en la evidente contradicción de afirmar, por un lado, que la transición aún no ha concluido y el peligro involucionista pervive aún latente, y actuar, por otro, como si esto no fuera cierto, lanzando contra este Gobierno, el primero de izquierdas en este país desde la Segunda República, toda la artillería, verbal y real, de críticas y movilizaciones sin fin o, lo que sería mucho más grave, negamos a negociar con él lo que sí se negoció con UCD.

La consolidación del PSOE

Queremos decir, bien claro, que la consolidación de la democracia en nuestro país pasa, en estos momentos, por la consolidación del PSOE en el Gobierno: por que acabe sin convulsiones esta legislatura y por que pueda seguir gobernando en la siguiente. Porque no pensamos que nadie en su sano juicio pueda, desde la izquierda, preferir la alternativa Fraga o una democracia más o menos vigilada, que es la otra posibilidad.

En tercer lugar, queremos señalar que no es labor de los sindicatos hacer oposición política, sino defender los intereses de los trabajadores, sea frente a la patronal, sea frente a este u otro Gobierno más a la izquierda que pudiéramos imaginar, y hacerlo con absoluta independencia. Nos explicamos: hacer oposición política es criticar todo lo criticable y silenciar todo lo bueno, poner en cuestión al Gobierno como tal y ofrecer alternativas globales de políticas diferentes. Defender los intereses de los trabajadores es luchar puntualmente, con todas las armas legales, contra toda medida lesiva, contra toda decisión perjudicial para ellos, venga de quien venga. Y el sindicato que olvide algunas de ambas cosas, sea por jugar un papel político que no le corresponde, sea por olvidar el suyo propio, corre el grave riesgo de alejarse, quizá de forma irreversible, del sentir de sus bases.

Por último, y no por ello menos importante, la situación actual económica y social obliga a los sindicatos a centrar su punto de mira en el problema del empleo, del trabajo negro, de la división interna de la propia clase en trabajadores con empleo y marginados sin él. Ahora, más que nunca, la política de solidaridad que CC OO viene promoviendo desde 1978 adquiere su pleno sentido. Como repetidamente se ha argumentado en el seno de nuestro sindicato (firma del ANE, del AI, etcétera), la defensa del poder adquisitivo de los trabajadores debe suponer la defensa de este poder en el conjunto de la clase trabajadora, pudiendo perder unos -los trabajadores con empleo fijo- para que ganen otros parados, jóvenes en busca de trabajo, jubilados. Lo contrario, aferrarse a la defensa del poder adquisitivo sólo de aquellos sectores punta cuya fuerza sindical les puede proporcionar un buen convenio, sería caer en un corporativismo que CC OO, como sindicato de clase y de masas, jamás defendió.

Si posturas excesivamente radicales, afortunadamente minoritarias hasta hoy en nuestra central sindical, consiguieran llevar a CC OO a subir el listón de las, negociaciones, tanto con la CEOE como con el Gobierno, por encima de lo mínimamente razonable, no sólo ocurriría que los trabajadores no nos iban a entender: es que estaríamos haciendo un flaco servicio a la democracia, a los trabajadores y a las propias CC OO.

Por todo ello, nosotros afirmamos que CC OO debe estar dispuesta a negociar con el Gobierno y con la patronal todos los temas económicos y sociales que están sobre el tapete para estos próximos años, y debe hacerlo, al menos, con la misma sensatez el mismo espíritu de solidaridad de clase y nacional con que apoyó los pactos de la Moncloa, propició y firmó el ANE y aceptó el Acuerdo Interconfederal.

Comulgar con ruedas de molino

Y con ello no queremos decir, ni mucho menos, que se deba firmar lo que sea o comulgar con ruedas de molino. Habrá cosas, como la contratación temporal, que jamás podremos aceptan. Pero, precisamente, el modo como se plantea ahora la negociación, con mesas diversas para temas diversos, nos va a permitir avanzar en la concertación hasta donde sea posible, sin tener que aceptar o rechazar todo en bloque,

Y esperemos que no sea ahora el Gobierno, con actitudes excesivamente arrogantes y legislaciones por decreto, quien dificulte la negociación. Todos saldríamos perdiendo con ello, y el propio PSOE podría perder la base social que lo llevó a la Moncloa.

Creemos que hay posibilidades para una buena negociación, que la solidaridad frente a la crisis la hace indispensable, que la democracia sigue requiriendo un clima social sin crispaciones y que, en último término, el sindicalismo y nuestra propia confederación saldrán beneficiados con ello, demostrando a todos que sólo nos mueve la defensa de los trabajadores -de todos los trabajadores: pasados o con trabajo, afiliados o no-, con total independencia de intereses ajenos.

es secretario de Empleo de la central sindical de CC OO.

es secretaria de Formación y Cultura de la central sindical de CC OO. Ambos son miembros de la corriente socialista autogestionaria de dicha central sindical.

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