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España se la juega en Nicaragua

Ante la actual tensión que vive la región centroamericana, aumentada estos días tras la invasión de la isla caribeña de Granada por Estados Unidos, el autor de este artículo hace un llamamiento para que España no deje de apoyar a Nicaragua, país que se siente amenazado también por una invasión patrocinada por el Pentágono. "El prestigio de nuestro país en Latinoamérica", dice, "se vería seriamente comprometido si nos quedásemos de brazos cruzados ante una agresión exterior a Nicaragua, que se podría materializar en un bloqueo económico o en un cerco político que intentase alejarla de Occidente".

Cuando en 1962 la Administración estadounidense del presidente John Kennedy decretó el bloqueo contra Cuba, la España del general Franco hizo caso omiso de la orden de Washington y se convirtió en el único puente de paso hacia Occidente de la isla caribeña.Ni las presiones del entonces embajador de Estados Unidos, Forbes Wordward, ni las supuestas ofensas a España del líder cubano, Fidel Castro, provocando la presencia del embajador Lojendio ante la televisión, pudieron doblegar la voluntad del general, que no rompió relaciones con Cuba ni cortó los lazos comerciales (Iberia era la única compañía de un país occidental que llegaba todas las semanas al aeropuerto José Martí, de La Habana). La consigna del general a Castiella en la madrugada del incidente Lojendio-Castro fue "no romper con Cuba".

No sabemos las verdaderas razones, al menos yo no las conozco, por las que el general Franco mantuvo esa actitud, nada acorde con su anticomunismo visceral. Lo que sí es cierto es que fue una decisión personal. Posiblemente, su astucia gallega le hizo ver en este hecho un contrapeso a la política entreguista a Washington de la época o comprendió que el prestigio de España estaba comprometido en Latinoamérica. Pensaría que una madre no debe abandonar a su hija aunque sea díscola y rebelde, dada su concepción matriarcal de la hispanidad. Todo lo contrario de lo que acaba de hacer el Reino Unido con la pequeña isla de Granada, que tiene como jefe de Estado a la reina de Inglaterra.

Desafío español en 1962

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La historia de ese capítulo de la política internacional española todavía no se ha escrito. Castiella está en Asuntos Exteriores, y al frente de su gabinete, un prometedor diplomático, Marcelino Oreja, que después de bregar en la arena política vuelve ahora a la carrera.

Hubo episodios dolorosos, en los que las presiones norteamericanas pasaron de las palabras a los hechos, y algún carguero español yace en el fondo del océano por intentar romper el bloqueo. La noticia nunca salió en los medios informativos, pero hay hombres que pueden corroborar los hundimientos. Uno de los barcos hundidos llevaba juguetes para los niños cubanos.

Hoy se repite la historia, o al menos la Administración Reagan intenta repetirla con Nicaragua: el mismo esquema, con ligeras variantes, porque las condiciones geográficas son distintas a las de la isla. Los sandinistas tienen fronteras con otros países, a los que hay que azuzar en su contra.

Cuando Fidel Castro visitó Managua, poco después de la caída de Somoza, les dio tres consejos a los comandantes sandinistas: moderación, lentitud en las nacionalizaciones y no salirse de la órbita económica occidental. Algo muy difícil de cumplir en las actuales circunstancias.

Es evidente que se ha producido una radicalización del proceso nicaragüense. No voy a entrar a terciar en la polémica de las causas: para unos, estaba previsto por los dirigentes sandinistas, a los que se les tacha de comunistas y estafinistas; otros creen que la presión norteamericana sobre el proceso lo ha endurecido hasta desembocar en una economía de guerra y el control político casi total.

Quizá las cosas no sean tan simples, y, junto al estalinismo de algunos comandantes de la revolución, es evidente la presión norteamericana por abortar la posibilidad de una revolución diferente desde el primer momento. Sería hora de recordar que Estados Unidos intentó romper el acuerdo de Punta Arenas, situando en la presidencia al doctor Urcuyo Maleaño. La operación fracasó porque la guardia somocista, a la que se le remazaron los altos mandos, se vino abajo, y los sandinistas entraron en Managua como triunfadores en vez de hacerlo mediante un acuerdo de todas las fuerzas políticas y militares. Los estalinistas habían ganado su primera batalla, encontrando un aliado en su teórico enemigo. La invasión de Granada es una seria advertencia a los sandinistas, que dará argumentos a los partidarios del estalinismo para endurecer más el proceso.

Washington busca apoyo

La presión norteamericana sobre Nicaragua no va a ceder. En esta tesitura hay que analizar algunos de los últimos sucesos en los que se ha querido involucrar la política española. La supuesta presencia de comandos de ETA en Nicaragua sería la chispa que podía provocar el incendio por la sensibilidad de la sociedad española ante el tema. La operación era perfecta sobre el papel: España retira su apoyo a Nicaragua por su cobijo a los comandos terroristas de ETA, y el resto de países occidentales, incluidos los latinoamericanos, la abandonarían a su suerte.

Las circunstancias históricas han cambiado: ni Marcos Pérez Jiménez está en Venezuela, ni Trujillo en Santo Domingo, ni los dictadores centroamericanos tienen la fuerza de antaño. Sólo la neutralidad de Costa Rica está hoy en peligro por su crisis económica. La gran baza de Estados Unidos es arrastrar a este país a sus posiciones antisandinistas y belicistas.

España sólo tiene una salida posible: apoyar a Nicaragua, sin que esto suponga un enfrentamiento con los demás países de la región, sino todo lo contrario, un fortalecimiento de la cooperación. El prestigio de nuestro país en Latinoamérica se vería seriamente comprometido si nos quedásemos de brazos cruzados ante una agresión exterior a Nicaragua, que se podría materializar en un bloqueo económico o en un cerco político que intentase alejarla de Occidente. Naturalmente, no hablo de una defensa incondicional. Los apoyos siempre llevan consigo unas contrapartidas, que no se exigen cuando hay mala conciencia. Este no es el caso.

La derecha española tendría que entender que este no es un problema ideológico, sino de supervivencia. América es la conciencia histórica de España, y esto ha de traducirse en acciones de apoyo y solidaridad cuando el poderoso vecino del Norte quiere avasallar y someter a sus intereses una parcela de nuestra herencia.

La concepción matriarcal y los aires imperiales están superados; la política del actual Gobierno se mueve más en los conceptos de la hermandad y solidaridad. Esto exige la defensa de la independencia y la autodeterminación de los pueblos, el apoyo a las soluciones políticas y negociadas para los conflictos -Contadora es la única vía, y quizá la última oportunidad- y la condena sin paliativos de las agresiones externas y los intentos de interferencia, aunque sea con la cobertura política de pactos militares trasnochados que sólo se invocan cuando los intereses estadounidenses están en peligro: el TIAR no sirvió de nada en la guerra de las Malvinas, porque los intereses norteamericanos coincidían más con los de Margáret Thatcher que con los de los países latinoamericanos.

Desarrollo, no ideología

España debe apostar por el apoyo a una Latinoamérica independiente y autónoma, lo que sin duda no agrada a las dos grandes potencias; pero es la única forma de salida del subdesarrollo y el tercermundismo. El componente ideológico tiene menos importancia en este batalla, por más que la derecha española no quiera verlo así. El atractivo del castrismo entre las masas populares radica, aparte desus innegables logros sociales en la sanidad y educación, en su desafío al poderoso vecino del Norte.

Los europeos -y los españoles especialmente- deberíamos tratar de entender, como pidió el premio Nobel Gabriel García Márquez, al recoger su galardón el año pasado en Estocolmo, que los latinoamericanos tienen el imperialismo metido en casa y siempre amenazando su independencia nacional. Algo semejante a lo que nos ocurre en la vieja Europa: temor al expansionismo soviético.

Las esperanzas que España suscita hoy en el continente latinoamericano se verían truncadas si permitiésemos el avasallamiento de un pequeño país, en el peor de los casos, por elegir una opción ideológica y política diferente.

Estados Unidos debe acostumbrarse a convivir con opciones políticas diferentes y a respetar el pluralismo de otros pueblos. ¿Nos hemos preguntado alguna vez qué hubiese ocurrido si el bloqueo a Cuba no se hubiese llevado a cabo y el país caribeño hubiese permanecido en las instituciones interamericanas, hoy prácticamente muertas? Un sano ejercicio para mentes calenturientas y con cerebro de mosquito que hoy piden la ruptura con el régimen sandinista del Managua.

es director de información del Instituto de Cooperación Iberoamericana.

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