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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las lenguas españolas

No es un descubrimiento muy singular ni novedoso que la realidad española cuenta con una amplia diversidad de insospechadas riquezas. La cultura cotidiana de este país, sus usos y costumbres, se encuentran entre los más respetables y diversos de Europa. Esto, que seguramente acarrea sus desventajas, es fuente de no pocas satisfacciones en el trato y en la vida de cada día. La calle y la plaza pública tienen todavía un significado en este país. La amistad y la confraternidad entre los conciudadanos son aún valores de positivo funcionamiento.Este no es un país uniforme, las clases de gentes que lo componen tienden a coincidir con el número de sus habitantes, y en conjunto es una de las promesas más serias de cultura democrática y de sociedad abierta que se puedan encontrar en nuestras latitudes. La confluencia y sincretismo de culturas, lenguas y hábitos es una de las causas, y no de las de menor peso, de la amplitud de miras y de la falta de inhibiciones que goza una parte considerable -la que históricamente ha proporcionado mayores perspectivas- y horizontes- y nada desdeñable de los habitantes deesta península. Y ello esasí a pesar de los pesares: de todos los ensueños nacionalistas -de una o de otra nación-, de todos los ex-parisionismos e imperios.

Por eso significa un aliento de esperanza para el futuro de la convivencia entre los españoles la especial sensibilidad expresada por el rey don Juan Carlos en su reciente intervención en la Academia de, la Lengua Española respecto a las lenguas que hablan los distintos pueblos de España. Aquí hay, así a grandes trazos, cuatro lenguas con historia y profundidad cultural suficientes. Una lengua, el castellano, que se encuentra entre las grandes del mundo -en número, en calidad, en literatura, en influencia-, y que sirve de vehículo de comunicación y de vértebra cultural de multitud de pueblos. Otra lengua, el gallego, en estrecha relación con el portugués, que se vincula con una tradición literaria de las más recias del mundo románico, y que casi completa el dibujo del continente latinoamericano como marco de intercambio, de solidaridad y de comunicación. Una tercera lengua, el catalán, que se encuentra entre las pocas y grandes lenguas de cultura de Occidente, que se emparenta en sus orígenes con la nuez de la literatura europea -la lengua de los trovadores provenzales-, y que demuestra una capacidad de supervivencia y de renacimiento maravillosa y esperanzadora en la historia reciente del mundo, perlada de hundimientos culturales y de agonías lingüísticas. Otra lengua más, el euskera, que constituye un caso único de pervivencia y que proporciona uno de los casos más interesantes de esfuerzo de recuperación y de alfabetización que hayan visto estas latitudes.

Esta riqueza lingüística pertenece antes que nada, naturalmente, a cada una de las comunidades que hablan las respectivas lenguas: el castellano a todos los españoles, y cada una de las distintas lenguas y hablas a cada una de las comunidades culturales. Pero, además, todas ellas en conjunto son patrimonio y acervo común de todos los españoles. Y esto es así no únicamente por un capricho de la política y de la diplomacia que ha llevado a yuxtaponer a distintos pueblos en un mismo proyecto de convivencia colectiva. Es así también porque casi desde la misma apancion de las lenguas rornánicas hay una tal penetración mutua e influencia entre las distintas lenguas hispánicas que no se puede ya pensar en fronte ras lingüísticas, sino precisamente en espacios de comu nicación e intersección. Es un rey castellano quien escribe preciosos versos en gallego. Es un poeta catalán quien introduce el endecasílabo italiano en el castellano.

Esta situación de hecho, que cualquier persona con una mínima capacidad de discernimiento lingüístico puede apreciar, no tiene todavía suficientes contrapartidas en el terreno de las políticas culturales. Lo que el Rey reconoció ante la Academia -que todas las lenguas españolas contribuyen a la unidad nacional- no tiene todavía respuesta y correspondencia en las decisiones y en los presupuestos de los organismos oficiales. Mientras la recuperación, mantenimiento y enriquecimiento de las distintas lenguas españolas sea una preocupación exclusiva de cada una de las comunidades autóriornas, no cabe esperar que se desarrollen los sentirnientos de solidaridad y convivencia entre los distintos pueblos. Antes al contrario, frente al espíritu uniformista y centralista reinará cada vez más el particularismo diferenciador y la puerta abierta a la insolidaridad.

El Rey se ha adelantado, en este sentido, alo que debieran ser las líneas de una política lingüística democrática, en la que el amor al catalán, al gallego o al euskera no puede ser una exclusiva de catalanes, gallegos y vascos, sino un sentimiento y un timbre de orgullo para todos los españoles. Y así, el mismo castellano brillará mucho más todavía, sin resquemores ni estigmas, sin sombra alguna de lenguas supuestamente estranguladas bajo su sombra, como el vehículo de comunicación y de paz que es todo lengua cuando sus hablantes se deciden por la apuesta de la libertad y de la convivencia.

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