África es la esperanza en la novela 'Sóc Emma', de Robert Saladrigas
Sóc Emma (Soy Emma), la novela que Robert Saladrigas publica en la colección Ramón Llull de la editorial Planeta, es una historia narrada en primera persona a partir de la cual se describe la pérdida de los sentimientos colectivos por parte de la generación de los nacidos en los años cuarenta. Anota el descubrimiento, a través del individualismo, de una nueva sensibilidad que tiende su mirada hacia el continente africano, del que el personaje novelesco extrae la posibilidad de rehacer su vida después de un largo período presidido por la decadencia de los movimientos de contestación europeos.
Bautizar un personaje con el nombre de Emma, no constituye para el autor ninguna connotación flaubertiana. Nada tiene que ver Madame Bovary con la joven de la novela de Robert Saladrigas. También aparece una Tessa -versión occidental del nombre africano Akissi que- poco tiene que ver con la Tess de Urberville de Thomas Hardy. En palabras del autor, la utilización de una voz femenina no es más que "un desafío que atrae por lo que requiere de esfuerzo incluso biológico para colocarte en el lugar de una mujer". Desafío que, por otro lado, se ha dado con frecuencia a lo largo de la historia de la literatura."Mi Emma surge de un personaje secundario de una novela anterior, Aquell gust agre de l´estel (Aquel gusto agrio de la estrella). Me di cuenta de que en aquella ocasión todos mis personajes principales necesitaban justificar cada uno de sus actos. En medio de ellos, casi misteriosa, estaba Emma, que, con valentía, actuaba y rompía moldes sin necesidad de dar mayor explicación a su forma de proceder". El personaje secundario descrito a mediados de los años 70 ha podido convertirse, en poco menos de 70 años, en único protagonista de la presente novela.
La capacidad de soñar
Este progresivo protagonismo de personajes secundarios es considerado por Robert Saladrigas como efecto colateral a la crisis ideológica del momento actual: "Nos han quitado la capacidad de soñar. Son demasiadas las ocasiones en que se han visto frenados nuestros ideales colectivos. BerIín, Cuba, Praga, Chile... son momentos distintos de nuestro pasado más inmediato, de una historia brutal en la que, poco a poco, hemos ido abandonando nuestra esperanza".Se terminaron las banderas rojas con la pareja besándose en plena barricada y, a partir de ahí, fue fácil para Saladrigas darse cuenta que el fusil portugués con clavel rojo incorporado tenía muy poco atractivo. Era mejor escoger entre la violencia y toda suerte de amor. "Quizá somos una generación que quiso creer en lo increíble. Lo que ha sucedido después con la vida personal de los líderes del mayo del 1968 es ejemplar: unos mercenarios, otros burgueses y aún otros clochards bajo los puentes de París".
Saladrigas, como también otros, dirige su mirada, a través de la vida de Emma hacia el continente africano. "África, dicen, no se comprende si antes no conoces el poder mágico de las fuerzas ancestrales. Abidjan es una gran ciudad con rascacielos, África es un gran pastel que sereparten las grandes potencias, pero tiene otra cara, la de la sabiduría, la de la magia presente en cada uno de los terrenos vitales y que es precisamente la que es susceptible de interesarnos todavía, capaz de devolvernos nuestra capacidad de ensueño".
Emma, cuyo emblema africano recoge en la flor tropical de frangipanier de vivos colores y fragancia rara por la que se siente poseída, dudó un momento en regresar a la monotonía de su ciudad natal, Barcelona. Pero "en las cenizas del mayo francés buscó su solución individual frente al mundo hostil que sabe que no va a poder cambiar", y se marchó al Africa en donde "de llamarse Emma pasa definitivamente a ser Emma".
La pequeña anécdota, el individualismo, la búsqueda de marcos adecuados en, los que poder encontrarse a uno mismo, con una cierta dosis de exhuberancia foránea, son los requisitos con los que Saladrigas construye su narración. Se trata, afirma, de una novela "abierta temáticamente hablando pero de estructura muy rígida, con un principio -llamarse Emma- y un final -ser Emma- preciosamente delimitados". No es que el autor se considere pesimista, aunque recuerde con nostalgia aquellos tiempos en que la palabra solidaridad hacía comprensible una literatura más engagée. A disgusto con el momento desesperado que le toca vivir, se lanza a la carrera del recuerdo amargo sin que por ello su narrativa se pueda encauzar en la búsqueda de. futuros africanos inciertos, pero por ello loables.
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