Los Police
Dice Fernando Savater, en brillantísimo libro, que la rebeldía actual es tanto una revuelta contra el orden como una revuelta contra el desorden. Los Police, en el Román Valero, de santísima madre. A mí me llevaron unas acratillas de cuando entonces, que ahora van de pequeñoburguesas, como todas, pero no renuncian a las vibraciones de su juventud rebelde "contra el orden y contra el desorden". ¿Y por qué la juventud ácrata y cheli? (sobre mi Diccionario cheli ya se están dando cursos en Universidades USA). Porque, en sus ensayos de pubertad, el/la acratilla, se manifiestan contra el orden de la sociedad, pero tampoco les conviene nada, por otra parte, el desorden de la familia, de los padres, de los cuales siguen viviendo, a no ser que se abarraganen a tiempo. Los Police, ya digo, en Usera.Estas revueltas contra el orden, como la de los Polices -tan controlada por la multinacional del disco-, esconden una revuelta contra el desorden, ahora lo sabemos, pues que los ácratas de hace un año -bajo la lluvia caliente y las piedras rodantes de los RoIling- son hoy niños bien de buen barrio. A mí me ha llevado una femenina mano de loto cuatrienal y conocido por los barrios d e Usera, tan míos, y la basca acudía con la luz y el petardo, con el fanatismo y la insolencia, pero yo les miraba, les miraba, y lo que buscaban era perpetuar su propia juventud, como lo han intentado todas las juventudes. Chicas de la periferia, adorables, colgadas y marchosas, que traen la ingenuidad de provincias y autonomías, y creen que en el Román Valero van a estar sus catorce años. No, hijas mías, no están ya ni mis cuarenta. Es el luminoso dilema de Savater: rebeldía contra el orden y rebeldía contra el desorden (porque sólo la perpetuación del Orden mayúsculo nos permitirá vivir desordenadamente). Una merde.
Dos décadas, casi dos generaciones, aureolan ya a The Police, lo cual que tienen derecho a la retronostalgia, y quizá de eso viven, tanto como nuestros numerosos revivals de la revista, donde incluso hay dama que se atreve a imitar / caricaturizar a la presentísima Celia Gámez, dudando entre la repetición y la burla, porque no se sabe dotada para el empeño.
Decía Sartre en su primer libro, Lo imaginario, que escribió siendo aún normalista, que "toda imitación es una posesión". El chanssonnier de cabaret es poseído por el espíritu de Chevalier, al que imita. Doña Celia ni siquiera se toma la molestia de poseer a sus imitadoras. Cada generación tiene sus tics. Unos andan con Yola y otros con The Police. Las carrozas persiguen lo mismo que los pequeñitos: corroborarse contra el tiempo. Punkies de arranque, hoy van de clásicos del tema, entre el clima lluvioso del Román Valero, los cinturones de miseria, el incienso de has y los botes de cocacola. (Ramoncín me aconseja coca / coca para el trámite sentimental, pero me parece que eso destruye los tejidos , tío, no sé, ya ves que soy una carrozona / reinona / principona.) Steward Copeland. Andy Summers. Sting. Transparentan el remoto jazz. Buen jazz en Arenal, 151 desde hace unas noches. Se lo digo a Lázaro Carreter, en Bocaccio, al costado yo de la criatura que me ha dado más cercanía en los últimos tiempos: "Mira, Fernando, es que el jazz es la música de mi juventud". Y dice el maestro: "Pues de la mía no, porque ni siquiera había jazz".
Sting se lo hace delicado. Summers toca la guitarra como si estuviese masturbando a una mujer. Copeland convoca con el tam/tam varias generaciones fanáticas de sus veinte años, que se les van, que se les han ido. So lonely, Cant stand losing you, Walking on the moon, Message in a bottle, Roxanne. Rebeldía contra el orden que en ellos y nosotros es ya, multinacionalizados, rebeldía contra el desorden. Después, el césped del Román Valero olía a la ausencia de un gran animal ido, a petardo y a brillante frustración.
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