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Reportaje:El futuro de la cabecera de Altos Hornos del Mediterráneo

Como todos los días

A las seis de la mañana en punto, como todos los días, el tren 28 entra en funcionamiento. Suenal como todos los días, la sirena de advertencia cada vez que se pone en movimiento el viejo tren 28. Se comienza la tarea de. cambiar de carril para poder producir vigas de 200. Los carriles de vía férrea que hasta ahora se han estado fabricando han dejado de producirse al haberse agotado la palanquilla.Hoy, a nivel de producción, es un día igual a los anteriores. En Madrid dicen que cerrarán las instalaciones si los despedidos intentan incorporarse a su trabajo. Pero los despedidos, como todos los días, han traspasado las puertas de la fábrica, han recogido sus tarjetas y se han incorporado a esos puestos que en Madrid dicen que' hay que abandonar. Pero Madrid está lejos.

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"Sólo podemos perder el puesto de trabajo, y de ahí al cementerio", resume alguien mientras se le quiebra la voz y lanza maldiciones contra los culpables de la situación. No entiende que le llamen rebelde a él, que lleva 35 años en la empresa, que se pregunta dónde están esos puestos alternativos a los que les van a llevar y que pide a los periodistas que digan la verdad, que digan que ellos no son rebeldes y que expliquen lo que pasa en Sagunto.

A las once de la mañana, José Hernández, casado, con dos hijos de 19 y 15 años, desde 1956 en Altos Hornos del Mediterráneo, tiene ya en su poder el telegrama en el que se le anuncia que por correo certificado se le ha enviado carta de despido por indisciplina. En el telegrama se le dice también que ya no puede entrar en la factoría; que* a partir de hoy, día 22, no puede ir al puesto de trabajo en el que ha estado durante 28 años. José Hernández no lo comprende. Él tiene que entrar en el tren 28 a las dos de la tarde. Él irá, como todos los días, a ocupar su puesto de trabajo. Como hizo su padre antes que él, como él ha hecho hasta ahora. Es su fábrica, creada por él y "sus antepasados", dice. "Si no me dejan entrar, buscaré cómo hacerlo en la forma y manera que pueda".

"Si las mujeres cogiesen a los culpables..."

Tendría ahora que irse a comer, "pero ya me han dado la comida. Y mi mujer, imagínate. Las mujeres tienen más rabia que nosotros. Si las mujeres cogiesen a los culpables de esto...". Alguien le dice que no se preocupe, que tranquilo, que allí están todos con él, que tendrán que ser 5.000 los despedidos. Y él contesta que no se preocupa, que claro que tranquilo, que ¿no-ves cómo no me tiemblanlas manos?

Y da vueltas con el telegrama entre los dedos, mientras alguien cuenta que uno-de los obreros, con 58 años, que ingresó con 13 en Altos Hornos del Mediterráneo como pinche y ahora, enfermo de silicosis, ha recibido también el telegrama y ha acudido en un estado de nervios preocupante. Y otro añade que ésa es la situación de todos. La edad media de los trabajadores del tren 28 es de las más altas de Altos Hornos del Mediterráneo: de unos 45 años. La mayoría no conoce otra actividad laboral que no sea la de la siderurgia. Y piensan con angustia en esos hipotéticos puestos de trabajo alternativos, que no saben en qué consisten.

"Es un castigo", asegura José Hernández.`No han tenido en cuenta ni edad ni nada. Ha sido un castigo, pero no porque seamos rebeldes, sino por querer defender nuestro trabajo, por querer que se cumplan los acuerdos de 1981. Ha sido un castigo, un abuso, un abuso de fuerza".

El miedo al cierre, el miedo a la muerte de un pueblo. Está escrito por todas las paredes, junto al coño, qué cambio; al lado de la sonrisa macabra de los miles de calaveras que miran desde las esquinas, desde los carteles pegados en los bares, esos bares que tendrán que cerrar si cierra Altos Hornos del Mediterráneo; desde los muros de las escuelas, desde las fachadas de comercios que venden menos porque la gente tiene miedo y guarda su dinero para un futuro cada vez más incierto.

"Esto puede estallar en cualquier momento"

En los balcones de Sagunto cuelgan telas blancas con crespones de luto. Y carteles que piden No matéis a un pueblo. Una exigencia hacia ese Madrid lejano, donde ahora se discute el destino de Sagunto, el destino de José Hernández y de los otros despedidos. Los crespones y las pintadas, los carteles y las calaveras, con la imagen gráfica de Sagunto.

Por las calles hoy apenas circulan mujeres. Decenas de autocares han partido temprano hacia Valencia con miles de esposas e hijos de los obreros de Altos Hornos del Mediterráneo, que con sus ya clásicas camisolas piden la solidaridad por calles y plazas.

La tensión sube y baja con cada noticia, con cada rumor. Los sindicatos, sus líderes, adnÚten su temor a que la situación desemboque en algo incontrolable. Se imaginan la factoría cerrada y los hombres pugnando por entrar. Se imaginan una crispación de los acontecimientos y sienten miedo de que pase algo que ni el prestigio de sus dirigentes pueda ya frenar. Lo comenta un hombre en uno de los bares del pueblo: "Va a haber sangre. Si esto sigue así, va a haber sangre". Por eso, los dirigentes sindicales insisten casi en un susurro en que "hay que hacer algo, hay que buscar una solución. Esto puede estallar en cualquier momento".

Y se busca en el transistor mientras se entra de turno, mientras se recoge la ficha y se saluda, como todos los días, al vigilante jurado; se busca algún indicio, la mínima esperanza de que las cosas empiezan a arreglarse en Madrid.

En Sagunto no pasa nada; aunque hoy se haya prohibido la entrada de periodistas a las instalaciones del tren 28, no pasa nada. No hay ninguna algarada en la calle. El orden público está garantizado. Y en Altos Hornos del Mediterráneo el tren se sigue preparando para la nueva producción. No pasa nada, es un día normal.

Por eso, José Hernández -especialista, casado, 45 años, con dos hijos-, con los únicos ingresos de su trabajo en Altos Hornos del Mediterráneo, con el telegrama de despido en su bolsillo, después de comer, entra, como todos los días, poco antes de las dos de la tarde, por la puerta de la fábrica, recoge su tarjeta, da las buenas tardes al vigilante y se dirige, como todos los días, hacia su puesto de trabajo en el tren 28.

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