El error de Sagunto
La dramática -especialmente para los miles de saguntinos que ven en peligro sus medios de vida- decisión adoptada por el Gobierno de poner punto final a las pretensiones, en cualquier dimensión, de lo que años atrás se llamó IV Planta Siderúrgica Integral puede que haya sorprendido a muchos -y entre ellos, sin duda, a la población afectada-, pero, desde luego, no a cuantos hace años gozábamos de observatorios privilegiados como para poder entrever desde ellos a qué conduciría finalmente una determinada política siderúrgica, obediente a los dictados de determinados intereses privados.Lo que nos sorprende, a algunos de entre ellos, es que no se explique a la opinión pública toda la historia que hay detrás de Sagunto, para que se sepa quiénes son los responsables de que tengan que adoptarse medidas tan poco populares, para los saguntinos en particular y para la clase trabajadora en general. También a los que pensábamos que el cambio de régimen, en primer lugar, y la alternancia del poder, con la llegada al Gobierno de un partido de izquierdas, supondría cambios radicales de política, sorprende que éstos no se produzcan plenamente; en concreto, por lo que se refiere a liberarse de aquellos mismos intereses privados que dictaron la anterior política.
Sepa la opinión pública que cuando se decidió la construcción de una IV Planta Integral pocos -si es que había alguno- podían creerse, de verdad, que era realmente necesaria. Lo de la previsión de una demanda interna de 18 millones de toneladas. de acero en nuestro país y un consumo per cápita de 500 kilos para 1980 (frente a los 215 actuales) es semejante a la historia del PEN de 1978 en cuanto a consumos eléctricos e inversiones multimillonarias en centrales nucleares, que, probablemente se cerrarán o no se pondrán en funcionamiento nunca.
Intereses privados
Se trataba de justificar, mediante previsiones oficiales, decisiones privadas interesadas. Aunque los interesados supieran muy bien que las previsiones estaban sobrevaloradas. El caso siderúrgico, con la posterior decisión, también oficial, en cuanto a la localización de la necesaria nueva planta integral y la adjudicación de la misma a la iniciativa privada es particularmente relevante de cómo funcionaba, en todos sus detalles, aquella política.
La realidad de los hechos era que había una magnífica oportunidad de hacer negocio. La planta francesa de Fox (cercana a Marsella), en una primera etapa, sería excedentaria en la producción de bandas en caliente, de las que en España existía una demanda creciente para su posterior laminación en frío (como la del automóvil). Tales excedentes de semiproductos podían ser importados a precios realmente de ganga y relaminarse en frío aquí, instalando el correspondiente tren. Pero, ¿a quién sería adjudicado tan magnífico negocio? Había que vestir el santo de la adjudicación.
Y para ello nada mejor que afirmar que el previsible desarrollo de la demanda, después de sesudos estudios, exigía una nueva planta en lugar de ampliar, completar o reestructurar las existentes.
Además, se decidiría su localización en el Mediterráneo, en lugar de en Algeciras, aunque ello supusiese hacer costosas inversiones públicas (por ejemplo, portuarias), sólo justificables por la nueva siderurgia, mientras la iniciativa privada, como hiciera ya antes con la tercera integral (UNINSA) prácticamente se limitaba a aportar unas instalaciones obsoletas para construir sobre ellas el nuevo proyecto. Proyecto que, claro, comenzaría por el buen negocio privado, aunque con abundante financiación pública, y que, tan pronto como fuera preciso invertir para abordar las siguientes fases, que todos sabían perfectamente que no tenían futuro, acabaría nacionalizándose (al igual que se nacionalizó aquel otro proyecto que sólo sirvió para capitalizar como aportaciones accionariales lo que sólo era chatarra de Duro-Felguera, Fábrica de Mieres y Moreda y Gijón).
¿Qué puede hacerse?
Nadie pensó nunca seriamente en que tras el tren en frío vendría el de bandas, y ni mucho menos las instalaciones de cabecera (los nuevos altos hornos o la planta de coque). Volvería a hacerse una planta no equilibrada en cuanto a instalaciones finales y de cabecera. Estas últimas sólo quedarían sobre el papel, hasta que alguien acabara poniendo en claro que no sé justificaban. Por eso Sagunto no puede ser sorpresa. Pero habría que decir claramente que toda esta triste historia tuvo un protagonista, Altos Hornos de Vizcaya, entonces propietario de Sagunto, en torno a cuyos intereses se tramaron todas aquellas decisiones oficiales que al final conducirían a la decisión, también oficial, del cierre.
Hasta ahí la parte de la historia de Sagunto que algunos esperábamos se contase. Pero, ¿y ahora, qué pretende hacerse? Al decidirse que lo que hay que hacer es aprovechar las instalaciones de bandas existentes, reestructurándolas, en lugar de adquirir otras nuevas, no está muy claro si, una vez mas, no serán los mismos intereses de siempre los que primen. ¿De verdad que es ampliable Altos Hornos de Vizcaya, a cuyos intereses siempre se sacrificó el desarrollo, equilibrado, entre cabecera y cola, de la siderúrgica nacional (Ensidesa)? Esa ampliación, en cuanto a la producción de bandas en caliente, ¿está justificada frente a una definitiva reestructuración y dimensionamiento de la siderurgia nacional? ¿Se va a repetir el error Sagunto, sacrificando una vez más a Ensidesa?. ¿Sigue siendo Altos Hornos un poder fáctico en la política siderúrgica española? ¿Sigue premiándose a los responsables de dramáticos errores? ¿Siguen acaso, en las más altas esferas oficiales, personas (distintas) vinculadas a los mismos grupos del pasado?
Expliquémonos. El país sigue necesitando ampliar su capacidad de producción de bandas en caliente. Bandas en caliente que deben alimentar al tren de chapa en frío de Sagunto. Y para ello caben dos posibilidades: un nuevo, tren, que a los técnicos les parece la solución racional, si de verdad queremos llegar a ser competitivos, o bien una modernización y ampliación de los dos existentes (los de AHV y Ensidesa), que no sería sino una solución válida a corto plazo.
Un nuevo TBC, pero ¿dónde?
¿De verdad, insisto, AHV es ampliable? No se dan cuenta los responsables de nuestra política siderúrgica de lo que significa ampliar el actual caos de una planta repartida a lo ancho de muchos kilómetros cuadrados, dado que las instalaciones de cabecera están ahogadas por el desarrollo de las poblaciones circundantes. ¿Queremos ampliar él tráfico, a simple vista observable, de productos siderúrgicos en diferentes estadios de elaboración entre distantes puntos de la geografía vasca? Si se trata de defender los puestos de trabajo en Euskadi, somos muchos los que estamos a favor, pero la solución no está en ampliar ni en modernizar lo que difícilmente puede ser ampliado ni modernizado, sino en la reindustrialización, con auténticos. criterios y visión de futuro.
Una industria siderúrgica auténticamente reestructurada exige un nuevo TBC (tren de bandas en caliente). La elección posible, ahora, está entre tener que transportar las bandas en caliente producidas en un nuevo TBC en Asturias hasta Sagunto o los semiproductos necesarios para alimentar un TBC instalado en Sagunto. No existe, realmente, otra tercera solución, salvo que se desee defender intereses que desde luego no son los de la economía española en su conjunto.
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