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Murió el autor de 'Sobre la esencia'

El silencio, la polémica, el enigma

A Zubiri ha solido rodearle el silencio. Y a lo que se ha solido decir de Zubiri le ha rodeado la polémica. Así, se ha discutido acerca de el "fenómeno Zubiri". Como se ha discutido sobre el valor de su obra y sus posibles despojos. Ahora, en este momento, de lo que se trata es de hacer una rápida reseña necrológica. Y esto no es fácil. De mortuis nihil nisi bonum. Por mi parte, no voy a abdicar de ninguna de las dos cosas: Ni de una piedad -confesadamente de origen cristiano- ni de una conciencia crítica, duramente adquirida. Comencemos por esta última. Xavier Zubiri fue lo más estilizado de la Escuela de Madrid formada alrededor de Ortega. Zubiri, el estudioso Zubiri, conoció la filosofía europea de su tiempo, leyó a los clásicos y estuvo al tanto de los avances de la ciencia del momento. No era poca cosa. Y, sobre todo, Zubiri fue un excelente escolástico. En un país de fray Gerundios que poco sabían de santo Tomás, era una satisfacción encontrarse con las interpretaciones zubirianas de Suárez (o leer sus no menos excelentes traducciones de las Disputaciones de Suárez). Por eso, su libro -aquel libro preñado de expectación- Sobre la Esencia, era la quintaesencia de un pensamiento purificado -además de petrificado- acerca de los grandes temas del clasicismo de la escolástica. Para los que gustamos de tales especulaciones, su lenguaje -rebuscado, reiterativo, como traducido- y su inmensa irrealidad nos eran de ese agrado que suelen tener las alienaciones intencionalmente buscadas. Zubiri, en suma, sabía. Unía al conocimiento de la filosofía clásica una cierta cultura a la altura de su tiempo (si se exceptúan el marxismo y la filosofía analítica para las cuales siempre estuvo bastante sordo). Y Zubiri debió de sentirse, por encima de todo, teólogo. Tal vez de esta manera ejercitaba una cierta áurea aristocrática a la manera como el gueto intelectual inglés se siente morbosamente católico Zubiri, en fin, distante, fino, suyo (como la misma realidad a la cual él titulaba "de suyo"), filosofaba sin despeinarse dentro de un panorama que raramente despegaba de la vulgaridad y del ensayismo: Ni krausista -moda más o menos rentable- ni moderno. Anclado en la tradición nos dio una buena; muestra de lo mejor de dicha tradición. Ojalá hubiera encontrado uno, entre tanto profesor que profesaba las Suminas, algún escolástico como Zubiri.Ahora bien, nada después. de su muerte nos hará abdicar de la conciencia crítica que tiene que ver con la filosofía. Zubiri se paró ya en los mismos comienzos. Zubiri, de esta manera, no avanzó. Sus cursos desangeladamente cerrados, su hermetismo que parecía amagar pero que escasamente llegaba a la sugerencia y su escuela inexistente no creo que pasen a la historia. Ni creo que este país pueda sentirse orgulloso del todo ante su magisterio. Desde su Naturaleza, Historia y Dios hasta sus lecciones sobre antropología, no se vió el desarrollo deseado. Tal vez retroceso a pesar de los esfuerzos del Banco de Urquijo. Quizás los que le estén más agradecidos sean los teólogos de estricta observancia. Sería interesante un estudio ceñido y sofisticadamente teológico al respecto. Fue una lástima que liberado de las tareas y del peso de la docencia universitaria, no ejerciera sino un magisterio reducido, aislado, nunca criticado y pseudoaristocrático. No es por eso extraño que las fuerzas conservadoras y reaccionarias de la España de la posguerra hayan intentado monopolizar y aprisionar el pensamiento de Zubiri. Zubiri fue pasto de aquellos que querían una nueva restauración. Afortunadamente la operación no tuvo mucho éxito. Y esto no sólo por la incapacidad de los secuestradores, sino por la misma capacidad de Zubiri. Éste estaba demasiado alto para tales empresas. Sea como sea, todo ha sido un poco penoso como es una pena que Zubiri -está detrás la sombra de don Juan Zaragüeta- siendo como era vasco, se cuente entre los españoles ilustres pero muy poco entre los vascos que -aunque sea por adopción, como Bergamín- se sintieron estrechos en una España que colocaba interesadamente a los intelectuales en el cuadro de los vencedores.

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Zubiri se ha ido. En medio de la crítica a lo que pudo ser y no fue. En medio del enigma no puedo por menos que respetarle como uno de los talentos que aquí han sido. Su figura en el Dover, hablando euskera y contando sus recuerdos siempre picantes, le daban un aire de cosmopolita que rompe cualquier provincialismo, ese vicio que siempre ha tentado al filosofar español.

Javier Sádaba es filósofo y profesor de Filosofía en la Universidad de San Sebastián.

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