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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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Guerra civiI y conflicto internacional

De una manera que parece creciente, según el autor de este artículo, los conflictos internos sustituyen a los conflictos internacionales como marco de enfrentamiento para las grandes potencias, cuyo cuidado en otros teatros en absoluto se corresponde con la elevada capacidad de decisión que muestran en guerras civiles más o menos olvidadas, de gran sonoridad. Su capacidad de amplificación en conflictos de mayor magnitud hasta ahora no parece haber sido estudiada de modo muy atento.

IGNACIO RUPÉREZ

B., Moscú

Desde que terminara la segunda guerra mundial, todos los enfrentamientos armados se han producido en guerras no declaradas, y casi todas las guerras civiles realmente han perdido la caracterización para distinguirlas de las guerras internacionales. Quizá como respuesta a un estado de guerra no generalizado -pero sí endémico- en el Tercer Mundo, en la sociedad internacional actual se ha abandonado buena parte de las formalidades para declarar la guerra y firmar la paz, para regular la actitud de los terceros Estados respecto a los dos bandos de la guerra civil, etcétera.Las crisis de Chad, Líbano y Centroamérica, etcétera -¿se las puede llamar guerras civiles?, ¿son más bien conflictos internacionales localizados?-, por lo mucho que presentan de simple reflejo de tensiones internacionales, ni tienen salida militar o política fácil ni son objeto de especiales preocupaciones de los juristas.

El ejemplo español

La guerra civil de España ya dejó claro que los mesianismos que se disputan el mundo no suelen ser ajenos a los conflictos nacionales, y que toda guerra civil, con la excepción relativa de la de Nigeria-Biafra, se convierte en el episodio de una guerra internacional. De este modo, la historia de las guerras civiles en los tiempos modernos es la historia de los movimientos insurreccionales no reconocidos y de las intervenciones extranjeras directas o indirectas. Como ocurre en Chad, en Líbano y Centroamérica -y ocurrió antes en Argelia, Hungría, y antes en España, etcétera-, a medida que la guerra civil amplía sus proporciones a los terceros Estados les es más y más difícil abstraerse de las repercusiones de las operaciones militares, especialmente si son vecinos del Estado en guerra civil o si mantienen con él importantes relaciones de cooperación. Por estos motivos, por ejemplo, Libia y Francia intervienen en Chad, y detrás de ellos, por motivos agregados, lo hacen la Unión Soviética y Estados Unidos.

Tras una lista interminable de conflictos, con el de Chad de nuevo estámos ante el desarrollo de la insurrección, el choque de las soberanías y el juego de las presiones internacionales, que desde la guerra española han provocado la creciente irrelevancia de la regulación jurídica de la guerra civil, hasta llegar al reconocimiento implícito de que un conflicto nacional, aunque tenga lugar en un país marginado, es siempre campo de batalla de actores dirigidos o de fuerzas extranjeras. La intención loable de la doctrina clásica de aislar la guerra civil de toda intervención externa, como destaca Charles Zorgbibe, respondía más a una visión moralizante de la vida ínternacíonal que a un conocimiento real de las relaciones entre Estados. Para Rousseau, la guerra era una relación de Estado a Estado, cosa que es cierta ya no sólo en lo que a la guerra internacional se refiere; también la guerra civil crea tal relación. El contagio de la guerra y sus influencias, junto con la sombra de la bipolaridad que planea sobre Chad, Líbano y Centroamérica, con delimitación de zonas respectivas, ha acabado por imponerse sobre cualquier filosofía o práctica de la no intervención, de resultados pírricos en cualquier caso.

La negación de la existencia precisa de la guerra civil, al menos desde 1945, y la claridad de los fracasos e n aislarla en definítiva demuestran que no hay conflicto nacional al que los terceros Estados y las superpotencias puedan permanecer ajenos. Hubo un tiempo,en que conseguir el aislamiento de la guerra civil constituía un éxito para la sociedad internacional. Hoy es más bien al contrario. La no intervención figura aún, no ha dejado de esgrimirse; pero, en la práctica, se la rodea de tantos motivos inspirados por la seguridad que el antiguo y a veces cínico deseo de que los combatientes se matasen a solas poco tiene que ver con la voluntad manifiesta de apoyar al bando que representa un modelo político y social y un proyecto de política exterior más parecidos al nuestro. Una cuestión que sirvió paria ocasionar quebraderos de cabeza a los juristas, ilusionados por regular convencionalmente la no intervención -que, verdaderamente, no sirvió de gran cosa-, ha recibido soluciones mucho más rápidas y drásticas de manos de los políticos.

Chad, Líbano y Centroamérica

Nadie parece preocuparse demasiado por la suerte de aquellos combatientes que en Chad, Líbano y Centroamérica luchan en el suelo propio, que numéricamente son poco importantes y que suelen actuar en guerras cuyas características hacen que las mismas batallas se ganen o pierdan de modo provisiorial. Además en varios casos tampoco está muy claro cuál es el, Gobierno legal -entendido a la manera de Occidente-, el que teóricamente tan sólo debería merecer la ayuda exterior, pero que, de hecho, resultaba tan perjudicado como los insurrectos por la aplicación estricta del principio de no intervención.

Es ilustrativa al respecto la nota de Álvarez del Vayo del 22 de mayo de 1937: "El Gobierno de España mantiene su derecho de Estado soberano a procurarse armas y municiones donde pueda y como pueda". La legitimidad de un Gobierno se pierde por su ineficacia en dominar a los insurrectos; la no intervención fue históricamente un intento de poner entre paréntesis situaciones de difícil solución, y, finalmente, el intervencionismo actual pertenece a la rigidez de los esquemas de la bipolaridad.

Sin embargo, la tendencia intervencionista en una guerra civil no suele suponer, excepto en Líbano, Chad y Afganistán, la intervención declarada y directa.

Ignacio Rupérez es diplomático y periodista.

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