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Crítica:TEATRO / 'MATA-HARI'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Relato en gris

Mata-HariEspectáculo de Adolfo Marsillach, con música de García Abril. Intérpretes: Antonio Roca, Concha Velasco, Carmen Gran, Alberto Fernández, Blanca Marsillach, Rafael Díaz, Antonio Canal, Nicolás Mayo, Manolo Codeso, Mingo Rafols, Mercedes Lezcano. Mario Alex, Ignacio de Paúl, Francisco Hernández, Manuel Salguero, José Vivó, Francisco Merino, José Luis Sanjuán, Javier Toledo, Juan A. Vizcaíno, Damián Velasco, José Luis Alonso. Coreografía de Rafael Aguilar. Iluminación de Fontanals. Figurines y escenografía de Montse Almenos y de Isidro Prunes. Dirección de Adolfo Marsillach.

Local de estreno: Teatro Calderón

Un delicado tono gris, una perla, es el color dominante en la escena del Calderón. Es el frío gris de la obra de Marsillach Mata Hari La llaman, por no comprometerse, por no clasificarse, "espectáculo". Es una narración escénica con ilustraciones, o incrustaciones, musicales; y con ilustraciones teatrales, podría decirse. El relato de la biografía de Mata-Hari, personaje fascinante y trágico de la primera guerra mundial, lo van haciendo personajes que se relevan, que se "pasan el testigo", como se dice en el deporte y valdría aquí la expresión, porque testigos son de los episodios contados, comenzando por el recepcionista del Palace de Madrid y los padres de la joven Greta. Hay en el autor una preocupada intención de documento, de información; el acopio de datos y de fechas y lugares, de nombres y situaciones de la época, tiene a veces también la frialdad del inventario o del catálogo. Marsillach tiene la valentía de aceptar el tópico externo (algunas frases reales, o seriamente atribuidas, de Mata-Hari, algunas de escritores de entonces) y, al mismo tiempo, de reducir el mito. De ahí tanta frialdad, tanta narración. A Mata-Hari se la desnuda de la leyenda que la envolvió -o con la que ella misma se envolvió- en su vida y queda como una bailarina de escasas dotes, una simuladora de mucho arrastre, una espía dudosa en cuanto a eficacia y una vendedora de su propio cuerpo.La narración da lugar a breves estampas escénicas, a diálogos de situación. Muchas de estas estampas se convierten en números musicales. La partitura es de García Abril. Ha hecho una música de servicio, también agrisada, con una inspiración predominantemente mimética y a veces rasgos o chispas de instrumentación juegos de sonido, que dejan ver lo buen músico que es en el fondo. La coreografía (de Rafael Aguilar) tiene ' aciertos también aislados, como en la danza javanesa, y en general, un buen movimiento. El sonido microfónico no ayuda mucho a la música y al texto; sorprende ver que el es fuerzo de la música y la voz di recta se deje perder en la opacidad de los medios mecánicos.

EDUARDO HARO TECGLEN

GABÁS, Madrid

Marsillach, director, se enfrenta con el texto de Marsillach, autor. Resuelve con algunos hallazgos la honestidad del texto que se enfría en el "distanciamiento", en la huida de la teatralidad que supone el exceso de lo narrado y la escasez de lo representado, y al que la música no ayuda demasiado. El escenario siempre queda demasiado grande, demasiado vacío. Tiene una belleza limpia en escenas como la del fusilamiento de Mata-Hari, en la que se ha permitido a sí mismo una concesión al efectismo. Toda esta austeridad es loable. Aun a costa de la eficacia.

La contención, la retención, alcanza también a los intérpretes. Concha Velasco baila probablemente mejor de lo que hizo Mata-Hari -según las crónicas- y tiene su encanto personal, que vibra hasta un punto. Codeso está más sujeto que lo que su aire personal suele recomendarle. Hay comparecencias breves, pero brillantes: la elegancia de Blanca Marsillach en sus patines, la pasada de Mercedes Lezcano componiendo un tipo, los difíciles párrafos de Antonio Canal, entre ellos. 0 decorado queda descrito ya con su elegancia gris; el vestuario de Montse Almenos y de Isidro Prunes tiene, en cambio, una gran belleza colorista, una estética irónica en la reproducción de la época.

El público del remozado teatro Calderón acogió muy bien la obra, muy bien a sus intérpretes. Se aplaudieron cuadros, números, intérpretes y autor.

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