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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La Diada del desconcierto

LA DIADA que celebró Cataluña el pasado domingo se ajustó a las previsiones que se habían hecho en los días que la precedieron. Por un lado, continúa descendiendo el número de personas que consideran que en democracia, con constitución y estatuto, la fiesta nacional catalana debe tener tono reivindicativo y traducirse en una marcha callejera politizada. En este sentido, hay que subrayar que por primera vez han asistido más personas a una conmemoración blanda y amable -el festival institucional convocado en Barcelona por la Generalitat y el ayuntamiento, consistente en una sucesión de actuaciones musicales- que a la suma de todas las manifestaciones que habían convocado algunos de los partidos de izquierda y los grupos nacionalistas radicales. Por otra parte, no faltaron, sin embargo, incidentes aislados que se tradujeron en la quema de seis banderas españolas. Además, en algunas concentraciones minoritarias se detectaron con más nitidez que nunca los indicios del posible nacimiento de un Herri Batasuna a la catalana.A nivel popular, la politización directa quedó en un segundo plano. Con mucho pragmatismo, la calle consideraba que este año lo importante de la Diada era que coincidiese con el inicio -experimental- del tercer canal de televisión, el autonómico. Existe conciencia de que tanto la independencia del tercer canal y su estatuto definitivo como la entronización de los restos de la LOAPA forman el núcleo central de los problemas que en los próximos meses provocarán litigios entre la Administración autonómica y la Administración central. El hecho de que a estas alturas el Estado carezca todavía de una filosofía definida y coherente sobre lo que han de ser las autonomías, y el hecho de que aun después de la sentencia de la LOAPA el Gobierno socialista no se atreva a reconocer formalmente el alcance de los derechos de las nacionalidades históricas respecto a las restantes autonomías, impide que nadie pueda pensar que todo lo que se reclamaba en la Diada de 1977 -la del teórico millón y medio de manifestantes- haya sido conseguido.

Esas indefiniciones hacen que siga latente una animosidad política en las relaciones entre Madrid y el País Vasco y Cataluña. El mismo tema del tercer canal pone de manifiesto una cosa: dentro del mapa español, entre unas autonomías y otras existen -historia al margen- además de un nivel desigual de voluntad política de gobierno, diferencias tan objetivas en lo lingüístico y lo cultura¡ que no tiene nada que ver lo que deben hacer -y el marco legal que precisan- los canales específicos de televisión del País Vasco y Cataluña respecto a los de la mayoría de las otras comunidades autónomas.

En realidad, esta ha sido la Diada del desconcierto, porque después de la sentencia del Tribunal Constitucional y de los comentarios. que le mereció al ministro de Administración Territorial, todo el Estado, y con él Cataluña y el País Vasco en primer plano, vuelve a estar poco menos que en el punto de partida de la construcción teórica del Estado de las autonomías, aunque ahora con la dificultad añadida de que éstas ya están en marcha. No es que lo hecho no sirva para nada (cualquier nacionalista catalán habría firmado en 1981 la posibilidad de que dos años más tarde el presupuesto de la Generalitat superara los 300.000 millones de pesetas y que los traspasos se hubieran materializado en más de un 80%), sino que todo su sentido está relativizado por la ausencia de criterios.

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El desconcierto que ha imperado en la Diada catalana se ha debido también al clima electoral ininterrumpido que genera el actual equilibrio de fuerzas entre Jordi Pujol y los socialistas catalanes. Pero es la sombra de la sentencia de la LOAPA la que marca la situación, y mientras las fuerzas políticas de este país no consigan un acuerdo muy preciso sobre lo que tiene que ser el Estado, todo lo que se haga y todo lo que pase tendrá un aire provisional, incluso la tranquilidad y la falta de tono reivindicativo de la Diada del domingo pasado.

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