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Primeros resultados positivos de la lucha del Gobierno contra la bancarrota

"No permitiré que se nos deshaga la patria entre las manos". Con estas palabras, Miguel de la Madrid emprendió el 1 de diciembre la ardua tarea de salvar a México de la bancarrota. En las arcas del Estado sólo quedaban 1.700 millones de dólares (unos 260.000 millones de pesetas) y el país estaba en suspensión de pagos. Nueve meses después, las reservas se han duplicado, la deuda externa ha sido reestructurada en términos viables y se ha pagado con puntualidad el crédito de emergencia concedido hace un año por un importe de 1.850 millones de dólares. México ha dejado de ser la bestia negra de la banca internacional para ceder este dudoso privilegio a Brasil.

Los banqueros norteamericanos coinciden con el presidente de México en su diagnóstico de que se ha superado al menos el caos financiero heredado de López Portillo. No es poco para nueve meses de Gobierno, aunque falte aún lo más importante: poner en marcha de nuevo una economía que bajo el síndrome de la quiebra verá descender este año su producto interno bruto del 6% al 9%.Superado el colapso financiero, Miguel de la Madrid ha anunciado ya su propósito de centrar todo su esfuerzo en combatir la inflación, que en 1983 no bajará, en el mejor de los casos, del 70%. Con una política antiinflacionista, que por otra parte resulta imprescindible para sentar las bases de una economía sana, nadie espera que se inicie la recuperación hasta bien avanzado el año 85. La cuestión clave es saber si el frágil equilibrio social del país podrá aguantar un sacrificio tan prolongado.

Perspectivas menos sombrías

Las perspectivas son, con todo, menos sombrías que el pasado 1 de diciembre. En aquella ocasión, De la Madrid describió, sin una sola concesión a la galería, el lamentable estado de la nación. El autocomplaciente López Portillo aguantó impasible la más severa crítica a su gestión que presidente alguno haya escuchado en el momento del traspaso del poder y en boca de un hombre al que él mismo había elegido para sucederle. Ni siquiera los mexicanos de a pie, duramente apaleados en sus bolsillos, digirieron con facilidad un retrato tan crudo de la situación.En su primer informe de Gobierno, el presidente ha podido dar algunas estadísticas alentadoras en materia de finanzas y comercio, aunque a continuación les haya dicho que la etapa de austeridad está apenas comenzando.

Algunos empresarios privados consideran, sin embargo, que las previsiones del Gobierno, aun siendo moderadas, son demasiado optimistas: "Lo peor está aún por llegar". Durante los seis primeros meses del año, se ha logrado un superávit comercial de 7.000 millones de dólares, pero no a costa de aumentar las exportaciones, sino de abatir hasta límites increíbles las compras al exterior. El resultado ha sido una paralización creciente de la planta productiva.

Sectores que hace unos años fueron muy dinámicos en la economía mexicana, tales como la construcción o la industria del automóvil, están produciendo por debajo del 40% de su capacidad. Aunque no se hayan registrado los tan temidos despidos en masa, más de la mitad de la población activa carece de un empleo fijo. 40 millones de mexicanos padecen hambre, aunque la terminología al uso prefiera hablar de subalimentación.

El secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari, ha dicho que el Gobierno estaba decidido a terminar con el populismo financiero. Miguel de la Madrid ha puesto término a la economía-ficción con el catecismo del Fondo Monetario Internacional. Los subsidios se han reducido drásticamente y el precio de los servicios públicos se aproxima a su costo real.

Seguramente el Gobierno no disponía de otras cartas para reducir un déficit fiscal que López Portillo disparó hasta el 18% del PNB. Pero está por verse hasta cuándo va a poder aguantar el Gobierno el tremendo costo social de esta política de shock.

Es cierto que la conflictividad social que muchos auguraban para este año no se ha confirmado. Una huelga de ámbito nacional estuvo a punto de desatarse a finales de mayo, pero en última instancia fue conjurada con una modesta subida salarial promedio del 18%. La endemoniada habilidad política del octogenario dirigente sindical Fidel Velázquez, el segundo hombre más importante de México, supo convencer a todos de que no se trataba de una derrota.

El pacto social firmado hace sólo unos días entre patronos y sindicatos puede darle al Gobierno el margen de maniobra necesario para mantener un tiempo su política de austeridad sin que el país le estalle. Pero las fisuras no han tardado en producirse. A cambio de una moderación salarial, los obreros exigen otras prestaciones, entre ellas que los patronos se hagan cargo de la cuota íntegra de la Seguridad Social.

La austeridad tiene nula rentabilidad electoral y eso lo empieza a sentir el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que usufructúa el poder desde hace más de medio siglo. La fuga de votos no se ha canalizado hacia la izquierda, sino hacia la derecha, personificada en el Partido de Acción Nacional (PAN), que le ha arrebatado al Gobierno las alcaldías de Chihuahua, Durango y Ciudad Juárez.

Con el apoyo no disimulado de la jerarquía eclesiástica, en México empieza a configurarse una opción política de derecha con fuerza real, aunque todavía esté lejano el día en que pueda disputar el poder a esa maquinaria electoral que es el PRI. El gran capital y las fuerzas más conservadoras de Estados Unidos ven con complacencia este ascenso de la derecha.

Son muchos los que creen que el PRI sigue siendo la opción que más conviene a los norteamericanos, aunque el diálogo bilateral se vuelva a menudo difícil. Es el único que garantiza la estabilidad sin atentar contra el sistema capitalista. Las privilegiadas relaciones que mantiene con los regímenes comunistas constituyen, por otra parte, una especie de escudo contra cualquier intento de desestabilización por la izquierda.

Sólo así cabe explicarse que, con unas diferencias sociales a menudo más insultantes que las de Centroamérica, el sistema pueda estar a salvo de guerrillas internas. Hace unos días, el diputado obrero Abelardo Carrillo manifestaba que si la concentración de riqueza ha sido siempre injusta en el país, "ahora resulta intolerable".

La desigualdad es, sin duda, el talón de Aquiles de la política económica de Miguel de la Madrid. La lucha contra ella no puede esperar mucho tiempo. Para iniciarla está ahora en mejores condiciones que hace nueve meses: las cuentas de la nación están por lo menos en orden. Es cierto que la deuda externa superará a finales de año los 85.000 millones de dólares, pero los créditos a corto plazo se han reestructurado sobre la base de tres años de gracia. La banca internacional ha restituido su confianza a México. El último año de López Portillo es ya una pesadilla en la duermevela.

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