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La polémica y la pasión siguen todavía ausentes de las sesiones de la 40ª Mostra de Cine de Venecia

De momento, por la pantalla de ese enorme chiringuito coronado de banderas y cubierto de papel de plata que es el Palazzo del Cinema donde se celebra la 40ª Mostra del Cine de Venecia, aún no ha desfilado una de esas películas que despiertan polémicas y tienen partidarios acérrimos y detractores que también destacan por su entusiasmo. Hans W. Geissendoerfer ha suavizado los aspectos más desagradables de Ediths Tagebuch (El diario de Edith), la novela de Patricia Highsmith, para lograr un filme que, rápidamente, ha sido, calificado de feminista. El hecho de que la protagonista sea Angela Winkler -Locura de mujer - favorece este punto de vista, que no es el principal pero sí está presente en la obra literaria.

Ediths Tagebuch narra el proceso de enloquecimiento y esquizofrenia de una mujer que vive sola con su hijo. Todas sus esperanzas están puestas en él, pero el muchacho es un ser detestable, de una malicia estúpida e incapaz de valerse por sí mismo. Ella, en su diario secreto, va inventando otra realidad, idealizando la sordidez de lo que tiene ante sus ojos.El trabajo de Geissendoerfer respecto a la novela también tiene algo de idealización. Es lógico. De haber seguido fielmente las caracterizaciones inventadas por la Highsmith, la película habría resultado prácticamente invisible por la monstruosidad física y moral de Chris. Más discutible es el temor que muestra el cineasta a ridiculizar determinados tópicos ideológicos, esas muletillas que sirven para simplificar la comprensión de cuanto sucede en el mundo. Ahí sí es una pena que el filme desaproveche la virulencia crítica para mejorar la imagen de Angela Winkler. Esta es la auténtica estrella del filme, con una interpretación inquietante, que le permite desplegar su talento en distintos terrenos, desde la más estricta contención hasta el desmelenamiento absoluto.

Biquefarre, Ferrabique

Dentro también de la selección a concurso, se ha exhibido Biquefarre, de Georges Rouquier , que sé plantea desde un punto de arranque común: 35 años después, las cámaras vuelven al pueblo de Ferrabique para explicamos qué les ha sucedido a los personajes en el transcurso de este tiempo. Los actores son los, mismos de entonces, es decir, gentes no profesionales, concretamente parientes del director. El protagonista de ahora es el sobrino del de Ferrabique, un filme que fue premiado en 1946 en Cannes y que sirvió para que se hablara de neorrealismo francés y del olvido que hacia el cine del mundo rural.La fuerza de Biquefarre radica en sus aspectos de documental, en todo lo que nos muestra de unas explotaciones agrícolas mecanizadas, que exigen unas propiedades cada vez mayores para que sea posible amortizar las inversiones hechas en tecnología. A pesar de todos los cambios, de las técnicas de fumigación y de la cría intensiva de animales, Georges Rouquier lo que pretende demostrarnos es que subsiste un espíritu campesino idéntico para nietos, padres y abuelos, que las diferencias existentes entre las generaciones, a pesar de ser importantes, no borran lo principal, que es el amor a la tierra, al paisaje familiar en el que se ha crecido.

Biquefarre, aun que tenga el atractivo de lo insólito -Jean Eustache hizo lo mismo con la Rossière de Pessac-, es un filme muy viejo, hecho con un gusto y unas maneras que aún son las de 1946. Pocas películas veremos en este festival que estén iluminadas y montadas con criterios tan desfasados.

Mucho más satisfactoria ha resultado la proyección de Una Gita Scolastica, de Pupi Avati. El filme reconstruye una excursión de fin de curso entre los alumnos de una escuela boloñesa. En el transcurso del viaje a través de las montañas, cada uno de los personajes manifiesta sus deseos y sueños, lográndose un clima de complicidad y libertad que nunca más difrutaran.

El filme es contado en pasado, para acentuar así su vertiente nostálgica, de recuerdo mágico. El guión no siempre está trabajando siguiendo criterios de lógica narrativa, demorándose en algunos pasajes y abreviando demasiado otros. Y lo mismo sucede con la realización, que no es lo bastante cuidada, que olvida que la creación de un clima es algo que precisa de un ritmo especial, que no se logra con un par de imágenes emblemáticas, en las que la idealización del pasado se hace por la vía de la fotografla a lo David Hamilton.

Pero algo hay en una Gita Scolastica que permite que la película sobreviva a sus deficiencias.

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