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Crítica:FESTIVAL DE SANTANDER
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Batuta soviética para dos partituras de Dúo Vital

En su atención a los valores del país, el Festival Internacional de Santander, que se clausuró anteayer, ha conseguido el estreno de dos partituras de Arturo Dúo Vital (Castro, 1910-Madrid, 1964) por agrupaciones extranjeras de primera categoría: el Quinteto fue programado por el Grupo de Metales de Aquitania, y la Sinfonía, por la Orquesta de la Radiotelevisión Soviética, dirigida por VIadimir Fedosieev, en su concierto de despedida.Dúo Vital fue uno de los discípulos españoles de Paul Dukas (como Falla, Rodrigo, La Viña, Escudero, Arámbarri y Nin Culmell), después de haber estudiado sólidamente con José Franco en Bilbao.

La vida de puntillas

Hombre de extraordinaria bondad y total ausencia de vanidad, pasó por la vida casi de puntillas, y ahora, cuando ya no está entre nosotros, la figura de Dúo Vital adquiere progresivamente más interesantes perfiles. Para empezar, nos faltaba el conocimiento de obras como esta Sinfonía, espléndidamente montada por los músicos soviéticos, del mismo modo que está pendiente el estreno de la ópera El Campeador, terminada por el compositor poco antes de su muerte.

ENRIQUE FRANCO, Santander

ENVIADO ESPECIAL

Con la Sinfonía a la vista se confirman rasgos ya conocidos y admirados en Dúo Vital: el dominio de la escritura orquestal, el equilibrio formal o la marcha excelente de los procesos sinfónicos; se corrige, en cambio, la idea de un músico representante del "nacionalismo castatecista", tal y como todavía lo encuadra Tomás Marco en su reciente Historia de la música española.

Dentro de lo que podía ser una tendencia provisionalmente, y acaso por comodidad, denominada ecléctica (los Montsalvatge, Nin, Escudero, Roch, Portet, José Valls), Dúo Vital adquiere significaciones extranacionalistas. Ni una sola referencia de este género encontramos a lo largo de los tan bien medidos y proporcionados tres movimientos de la Sinfonía.

La expresión pudorosa

La expresión es pudorosa, como en casi toda la obra del autor castreño, quizá porque refleja su personalidad introvertida, más buscadora de los paisajes interiores del alma que de los externos de la geograria. El público, que colmó la plaza Porticada, dedicó a la partiturá y a la versión largas ovaciones.

Una obra como la Cantata Alexander Nevsky, de Sergio Prokofiev, que tiene su origen en el célebre filme de Eisenstein, precisa, por su original plasticidad, de un coro potente y dúctil, de una orquesta que no endurezca las de por sí agrias disonancias y disposiciones instrumentales, de una escelente mezzosoprano y de una dirección imaginativa y visualizadora.

Fedosieev, que ha practicado la dirección coral y las orquestas de música tradicional soviética, hizo una versión preciosa y coloreada de esta música en la que los viejos cantos religiosos alternim con el fragor de la marcha y el combate o la genial insinuación de un paisaje más desolado por la muerte que por la misma nieve. Poco antes de finalizar la Cantata, Prokofiev obtiene el más bello clímax gracias al número de lamezzosoprano (El campo de la muerte), cantado esta vez de forma emocionante por Nina Terentieva, importante figura del Gran Teatro de Moscú.

El Orfeón Donostiarra, preparado con perfección y vigor por Antxon Ayestarán, nivelé su calidad con el buen hacer de la orquesta soviética, y el resultado fue una cadena interminable de ovaciones y bravos, correspondidos con un bis de Prokofiev y una píntoresca y brillante jota de Glazunov.

Por la tarde, la orquesta de la RTV soviética y su director titular, Fedosieev, ofrecieron un programa a beneficio de los dairnificados por las recientes riadas, con escenas del ballet Romeo y Julieta de Prokofiev y la Cuarta sinfonía de Chaikovski. A pesar de la premura del anuncio y del extraordinario día soleado, unas 1.700 personas se dieron cita en la Porticada.

Y lo celebraron, pues la comprensión de este repertorio, caracterizadamente ruso, por los sinfénicos soviéticos, nos lo devuelve renovado, casi con aire de estreno. Es curioso hasta qué punto quitan hierro los soviéticos al patetismo chaikovskiano, tantas veces visto desde fuera con matices supertremendistas. No es la primera vez que observamos este fenómeno: el color, el entronque con motivos y ritmos populares tan frecuentes en Chaikovski, parece interesar más a los intérpretes nativos que la gran carga de intensidad dramática que prefieren entender como interiorización individual mejor que como gesto desmelenado.

Con las actuaciones de la Orquesta de la Radiotelevisión Soviética y el Orfeón Donostiarra dan fin los diversos ciclos del festival y el resumen, por este año, me parece altamente positivo. A la de los organismos oficiales (Ministerio de Cultura, Gobierno cántabro, ayuntamiento santanderino) se han añadido ayudas y colaboraciones de entidades privadas (IBM, Banco de Santander, Caja de Ahorros). Es un dato claro de que el festival está asumido por la ciudad y por Cantabria en sus estamentos más representativos. Del mismo modo, a niveles populares, la asistencia de público aumenta cada día, quizá porque encuentra en la orientación artística del Festival Internacional un tono análogo al de tantas manifestaciones análogas que se hacen por Europa.

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